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Bailando con el diablo

Quién negocia con el diablo nunca gana.

Reunidos en su cónclave, seguidores de aquel que ofreció, en Venezuela, freír cabezas de adecos en aceite sancionaron una ley contra el odio. Ellos, cuyo verbo va más allá del fervor, ultrajaron la voluntad de más de 14 millones de venezolanos que ya en diciembre del 2015 votaron por unos diputados para que hicieran ese trabajo, el de legislar. Ese concilio de militantes de una causa que tuvo su origen en un golpe de Estado se atreve a legislar una ley contra el odio, sin la debida potestad para ello. ¡Qué osadía!

Cual ministerio del amor, amenazan y violentan a los ciudadanos, e incluso, los llevan a la horrenda habitación 101. Sin embargo, no falta en las filas opositoras quien asome la posibilidad de reconocer un ente que violentó a la ciudadanía y al Estado de derecho. Ese aquelarre se arroga competencias que no tiene y aun así no falta quién adversando esta desgracia que rige a la nación como si fuese su fundo, tenga la osadía de sugerir que aceptemos ese engendro.

Chávez violentó a la nación. Sus seguidores perpetran a diario actos de odio contra todo aquel que no consienta sus apetencias hegemónicas. Segregan a más de la mayoría por no compartir su delirante filiación a un modelo probadamente fallido, el socialismo. Y sé, en las filas opositoras hay quienes toleran esa violencia porque, en el fondo, ellos también comparten esa misma visión anacrónica de la sociedad. Para el liderazgo, importa más su credo político que las aspiraciones ciudadanas. O peor, importa más la preservación de cargos para lucrarse, porque no es un secreto, antes y hoy, para muchos, el gobierno no es lo debería ser, sino una empresa particular.

El diablo es violento y quien baila con él bien debería saber que más temprano que tarde, cobra su factura. El diablo no solo es violento, también es mañoso y artero. Seduce con falsa belleza porque de emerger como es, feo y mefítico, espantaría a sus víctimas. El diablo ejerce la peor de las formas de violencia: sojuzga y domina. Se vale de nuestros vicios para hacer lo que hace: atormentar y mortificar. Ese aquelarre de militantes de una causa esencialmente violenta se vale de los vicios de otros para lograr lo que busca: someter a la ciudadanía y hacerla dependiente de sus dádivas perversas. Quien negocia con el diablo nunca gana.

Reunidos en su cónclave, en un edificio que no les pertenece, la dirigencia de un partido político se arroga facultades que no tiene mientras algunos adversarios, envilecidos por el orgullo, le hacen el juego. Unos y otros sodomizan a la ciudadanía que, a diario, entre lamentos y quejas por una vida que ya no lo es, eleva la mirada al Cielo y clama a Dios por un milagro.

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