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Bailando al son de la élite

La idiotez es una enfermedad, un virus agresivo, purulento y ha infectado a medio mundo. En Venezuela, los parlamentarios, nuestros legisladores, no dejan de hablar de elecciones, de elecciones libres, y que por ello, no congenian con la idea de unas elecciones amañadas, unas diseñadas para complacer a la élite, como serán esas pautadas para este año, pero sus dichos, sus alocuciones, solo gravitan alrededor de una salida electoral que bien sabemos, no van a resolver la crisis, y seguramente, sí van a agravarla. No asumen la verdad subyacente en todo esto: no es posible celebrar elecciones libres si antes no se aseguran la posibilidad de las mismas y la viabilidad del gobierno resultante de esos eventuales comicios. Eso supone, desde luego, que cualquier proceso eleccionario sin esas condiciones será solo un proceso vacío, y no hay que ser muy avezado para saber que en lugar de traer paz, esos comicios vanos solo generarán caos.

El CNE recién designado no es reconocido por la UE, y estoy seguro que no lo será por muchos más, con lo cual cabe suponer que todos los procesos electorales que gestione estarán tachados por la sospecha. Una Asamblea electa bajo el auspicio del nuevo organismo electoral, cuyos miembros carecen del apoyo suficiente tanto interna como internacionalmente, no tendrá legitimidad de origen y, sin dudas, de la autoridad necesaria para imponer sus decisiones. No será reconocido, ese ente deforme, por un significativo número de ciudadanos, como no lo es, y bien lo sabemos todos, Nicolás Maduro. Sin embargo, alienados como están los líderes políticos por un discurso construido por la élite durante estas dos décadas, no logran escapar del mismo diálogo, del mismo método, de la misma idea recurrente.

El TSJ ha desmantelado las directivas de ocho organizaciones políticas, algunas de ellas tradicionales, partícipes de la fundación de nuestro orden democrático, como lo son Copei y AD, para entregárselas a personajes grises, cuyo comportamiento resulta cuando menos, dudoso, sin dudas laxo, gentil con un régimen ciertamente hostil hacia toda forma de disidencia. Y lo más triste, no es solo parte del liderazgo político, sino también del empresariado, que, al parecer, cree que la voracidad de la élite no los va a alcanzar jamás y que una convivencia pacífica con ella es posible.

Entre tanto, la ciudadanía padece penurias, sufre miserias. La gente vive cada día peor. La gente huye al exterior, se muere, de mengua unos y de hambre otros, se desespera y lo más grave, se aborrega.

Mientras la unidad no sea un verdadero frente, una voluntad más allá de alianzas electorales, no logrará construir una salida eficiente, una ruta que no solo permita cambiar de gobierno, lo cual es perentorio, un paso necesario para transitar hacia rumbos más ciertos, sino además, y más importante, trazar una transición viable, esbozar planes políticos y económicos para el corto, mediano y largo plazo que encausen a Venezuela por la senda del desarrollo que puede crear y que sin dudas, merece. No obstante, el liderazgo pierde el tiempo bailando en este circo grotesco al son que a la élite le da la gana.

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