«Antes de Aznavour, la desesperanza era muy impopular, él nos la hizo simpática», escribió el poeta y escritor francés Jean Cocteau. Hay que decir que el cantante, muerto a los 94 años, era un lector voraz y un gran coleccionista de viejas ediciones de libros. Su biblioteca era impresionante. De allí su amor y obsesión por el lenguaje. «La lengua francesa es mi patria. Es nuestro patrimonio», solía decir el autor de más de 1000 canciones y cien millones de discos vendidos, de origen armenio y padre de seis hijos.
Los principios de Charles Aznavour, en los años cuarenta, no fueron nada fáciles. Todo lo contrario. Nadie creía en su físico de 1.60 metros, tampoco gustaba el timbre de su voz, sus gestos, su falta de personalidad y mucho menos apreciaban la letra de sus canciones. Además, su nombre de pila era imposible de pronunciar, Shahnourth Varinag Aznavourian. Parecía que todo lo tenía en contra. No obstante Edith Piaf siempre le decía que con el tiempo llegaría muy lejos y que tendría mucho éxito, precisamente por esas características. A Piaf, en cuya casa Aznavour vivió 8 años, le compuso siete canciones, dos de las cuales (Plus Bleu que tes yeux y Jezebel) llegaron a cantar a dúo en Nueva York. «Yo era su maletero, su chofer, su plomero, su secretario, su amigo y su confidente. No hay nadie después de Edith Piaf», confesaba el compositor siempre que le preguntaban sobre su amistad con «el gorrión de París».
Nostalgia, melancolía, sensualidad, angustia, todo eso tenían las canciones de Charles Aznavour. Como dijera con toda la solemnidad del caso el presidente Emmanuel Macron en el homenaje nacional que se le hiciera en el enorme patio de Los Inválidos, frente a la familia Aznavour, el primer ministro armenio, Nikol Pachinian; la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, y los ex presidentes de Francia Sarkozy y Hollande, Jean Paul Belmondo, Mireille Mathieu, entre muchos otros invitados: «Durante casi un siglo, fue él quien nos hizo vivir. Sus canciones eran un bálsamo, un remedio, un consuelo. Durante años esa presencia, esa voz, se instalaron en nuestras vidas y nos unieron fuera cual fuera nuestra condición o nuestra edad. Charles Aznavour se convirtió, unánimamente, en una cara de Francia». Para terminar Macron agregó visiblemente conmovido: «…en Francia los poetas nunca mueren».
Charles Aznavour escribió tantas canciones como la que compuso a la homosexualidad en 1970, titulada Comme ils disent, una canción totalmente liberadora sobre todo para esa época; o la que le escribió a los migrantes; a su otra patria, Armenia; o a la música cubana en 1961, con el cha-cha-cha Esperanza de Ramón Cabrera. Hay que decir que en Cuba adoran a Charles Aznavour. Su canción Morir de amor, la grabó en París al lado de Compay Segundo, uno de los fundadores de Buena Vista Social Club. «Sus canciones continuarán viviendo en nuestro corazón», dijo Hugo Garzón Bergallo, cantante del grupo cubano. Tal vez la canción que más trabajo le ha de haber costado escribir a Aznavour fue la que le dedicó a su hijo Patrick muerto por una sobredosis a los 25 años, titulada L’Aiguille. He allí un drama que jamás superó en su vida. Sus amigos más íntimos afirman que una de sus mayores preocupaciones eran sus hijos. «Cada noche sueño con mis hijos. Cada noche. Tengo miedo que pueda pasarles algo. Estoy obsesionado con mis hijos, por eso los sueño todas las noches».
Charles Aznavour murió a pesar de que quería vivir un siglo. Así lo había prometido formalmente a su público, pero la muerte, desafortunadamente, se le atravesó antes y con ella, una buena parte de mi juventud. La que viví en París escuchando canciones como La Bohème, La mamma, Que c’est triste Venice, Formidable, Les comédiens, Je me voyais deja, etcétera. Muchas veces lo vi en algunas de sus películas (filmó 80) de Francois Truffaut, de Volker Schlondorff o Claude Chabrol. Cuando vino a México a cantar en El Patio, en los sesenta, me ocupé del «embajador de la canción francesa» y de su orquesta. Su baterista me declaró su amor, después de acompañar al cantante de Mourir d’aimer. Siempre que escucho sus canciones me reenamoro de Francia y añoro París. Siento nostalgia por Colette, Simone de Beauvoir, por las películas de Gerard Philippe, y por la época en que trabajaba para Nina Ricci. Como poeta, tal vez Aznavour nunca morirá, pero lo cierto es que en mí murió una buena parte de mi nostalgia.