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Autoretrato: Salsa de frutas

“Usa la conciencia latino
No la dejes que se te duerma
No la dejes que muera”
Rubén Blades

Los autorretratos no puedo entenderlos como espejos sino como imágenes difusas con tantos colores que no se ven a simple vista; como aquellas tarjetas de navidad que al abrirlas tienen un pequeño ruido musical como si, extrapolando de la pintura a la música, Van Gohg  fuera Beethoven y en vez de escribir “Fur Elise” hubiera escrito “Fur Ludwing” sin cortarse la oreja.

Un autorretrato es una autorreflexión, una especie subjetiva de uno mismo. Como la propia música, uno cree que es uno y suena otra melodía. Es por ello que uno varía, uno es por donde anda y creo, pues, no hay espejo que refleje y sea lo suficientemente objetivo para determinar, para ser consciente de lo que se es. Uno sabe con quién y por donde se anda, pero no se sabe quién se es. El dime con quién andas y te diré quién eres no funciona en las pinturas mucho menos en las partituras.

Me recuerda a la protagonista de la película La Clase (Entre les murs, Laurent Cantet. 2008) a quien le gustaban los suburbios, la alternancia, lo paralelo, quizás para sentirse diferente.

Las imágenes, como la propia lengua, colindan en los suburbios de lo enriquecedor, suena a salsa, a la brava, a esa de barrio que se ha perdido entre los locales de Sabana Grande, en Caracas, y alguna que otra tasca que suda alcohol por sus paredes, aquella de los maestros Héctor Lavoe, Celia Cruz o Ismael Rivera, no aquella de camioneta, que se pierde en el erotismo; Aquellos de la Fania All Star, que son y vienen del pueblo, claro está como propondrá Julio Ramos en su ensayo de La lengua y el bodegón californiano, las entrañas del trópico son una máquina de combustión interna.

Una máquina que se encendió con esta revolución salsera en su época, forjadores de una nueva lengua que sólo algunos entienden o entenderán dentro de su propio contexto. Che ché colé, Mi gente o hasta el mismo Día de mi suerte, son una expresión salida y arraigada al barrio, aquel descontento y critica social individualizada,  que cabe dentro de las premisas de la literatura menor que Deleuze y Guattari propondrán en su ensayo Por una literatura menor,  es una música menor,  posiblemente igual que la trova, su descontento social, aunque jocoso y movido, atañe a cualquier individuo de una sociedad. Por poner un caso, Juanito alimaña, aquel conocido de barrio, sumergido dentro de la corrupción burocrática, que de canción a canción fue expandiéndose por Latinoamérica, cada barrio tiene su Juanito Alimaña, o en el mejor de los casos a su predecesor, Pedro Navaja, otro personaje popular arraigado a la inseguridad sufrida en las zonas mas bajas.

El reconocimiento de estos personajes es inherente, la salsa trasciende a las zonas más pobres, desterritorializa, a sabiendas de que, Juanito Alimaña pudo ser de cualquier barrio puertorriqueño  -o del mismo Bronx, donde se construyó la salsa-, que a su vez vive la misma realidad del pueblo Panameño con el Pedro Navaja de Rubén Blades, lo que hace que esas cargas individuales se conviertan en sociales, un reconocimiento colectivo, todos vivimos una misma historia a través de la salsa.

Así mismo, la salsa como buena latina viene arraigada con un proceso de mestizaje: es una mezcla de ritmos, que también como buena latina, ríe para no llorar, es como un bolero con son, un canto al terruño, pero no sencillamente a ese patriótico que conocemos, sino al verdadero, actual y contemporáneo arraigado a la calle; al cemento que carcome al ciudadano común, esa persona que vive y padece las desavenencias pero con ritmo mezclado como lo son en esencia el latino y la propia salsa;

El problema de ella, la salsa, es que ha quedado relegada por aquello que ha sufrido todo proceso minoritario, una revolución industrial y musical: la aparición del rock n’ roll, la guerra de Vietnam y en nuestro últimos tiempos, el reggaetón, técnica del consumismo malsano, de ritmos sencillos y de letras poco hondas, que han dejado de lado todo aquel aspecto musical; una moda bien conformada por los medios masivos, pues no hay nada de contenido sustancial dentro de una pista de beats electrónicos, a los que sólo le harán provecho las marcas. Es una especie de cresta, que ha de caer cuando caiga el artista también. Es una moda impuesta.

La salsa aquella que nace del barrio como esencialmente debe ser, es un subgénero musical opacado por la evolución volátil del comercio musical, música dumb, masticable como el chicle, pero no digerible como la fruta, como la propia esencia de la lengua.

Pero sí, la salsa en estos tiempos, se ha de consumir sola, como aquella fruta que no se usó a tiempo como explicaría Ramos. El aburguesamiento de los críticos de la misma ha hecho imposible esto, pasa desapercibida, pero aun así, la salsa sigue estando allí, en el fulgor popular pues parafraseando un poco el discurso de Ramos, es la trascendencia en la historia, su prolongación está basada en ideales.

La salsa es el sentir popular, arraigado a mi que también soy de a pie (izquierdo y bailo salsa).

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