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Gustavo Gomez

Autobuses y devotos

Devoto: Se aplica a la persona que es muy religiosa y lo demuestra con sus actos. Piadoso, pío. Que siente afecto especial por una persona o una cosa: es un devoto de la poesía.

Un autobús en si no tiene devoción, quizá la tenga por el conductor -según el trato que le dé – o por la carretera, según el estado de la vía-, pero que la devoción anda en los autobuses de nuestras ciudades es un hecho que circula por las calles, especialmente latinoamericanas.

La imagen de la Virgen del Carmen, patrona de los conductores no puede faltar, acompañada del Sagrado Corazón de Jesús, del Divino Niño, de María Auxiliadora, en fin. Un altar rodante son los autobuses urbanos.

El caso es que cuando uno va de pasajero en autobús está expuesto a infinidad de situaciones, muchas de las cuales parecen de películas; unas de ficción, otras de terror, algunas de humor, y varias quedan registradas en la memoria.

Como esta.

“Disculpen señoras y señores, la idea no es importunarlos, solo quiero robarles un minuto de su tiempo…Como pueden ver estoy desempleado, fui drogadicto y gracias al camino de Jesucristo me liberé de los vicios que destruyeron mi familia”.

El muchacho vestido modestamente, aseado, y aun con señales de recién dejado de las drogas, lleva unas estampitas con salmos e imágenes celestiales que comienza a repartir entre los pasajeros, incluido yo, y continua:

-Si señores, estoy pasando por cada uno de sus puestos entregando este mensaje de nuestro señor Jesucristo, no tiene ningún valor, ustedes le ponen el valor, cualquier moneda servirá para nuestra fundación…

Luego de recitar de memoria dos o tres salmos de la Biblia, continúa recorriendo el autobús de adelante atrás mientras recibe algunas monedas.

De pronto me vino a la memoria el cuento de Siddhartha Gautama, cuando su padre le prohibió salir del castillo para que no viera la realidad de la ciudad, hasta que un día logró escaparse y descubrió que existía el hambre, las enfermedades y la muerte en las calles y desde ese momento se dedicó a buscar la sanación del hombre a través de vencer las tres pestes (hambre-enfermedad y muerte) por medio del ayuno y la meditación hasta alcanzar la sabiduría, la iluminación y a procurar que los actos de nuestra vida sean siempre los correctos.

Las religiones poseen sus patronos y sus seguidores, muchas veces fervientes, como fanáticos de fútbol, como barras bravas de Jesús o de Mahoma o Buda, todos de alguna manera esperanzados en que sean ellos (dioses o futbolistas) los que metan los goles por nosotros para desentendernos de algunas responsabilidades que deberíamos adquirir con nuestra propia existencia.

Estos autobuses cargados de devotos innumerables nos van llevando a través de un paseo urbano sin retorno, un camino ya desandado porque la actualidad de la sociedad del siglo XXI no tiene cupos para el cielo y las estaciones no son destinos para personas con un tris de sensibilidad social, o simplemente con sensibilidad a secas.

La devoción a dioses, personas, objetos (devotos del celular, por ejemplo) han venido creando millones de zombiciudadanos que se desplazan con ese paso letárgico hacia las catedrales del desperdicio. Un cumulo de seguidores que finalmente no se sabe por qué siguen lo que siguen bajo la premisa repetitiva del ya, y se hace ya, y se vive ya, pero sin ningún sentido o propósito original o por lo menos para una existencia que le dé ganas a uno de abrazarla. De hecho, las mascotas se han vuelto santos de nuestra devoción y más queridas que nuestras propias familias.

Pero volviendo al autobús, el muchacho redimido por Jesús ha reunido algunas monedas, los pasajeros han respirado profundo por haber aportado a la causa, el conductor se siente más tranquilo consigo mismo por haberlo dejado subir y piensa que eso le perdonará los madrazos que ha dado todo el día a los otros conductores mientras yo corro a timbrar para bajarme y correr tras un caco que me ha jalado el celular mientras le voy recordando a gritos a su santa madre…

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