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Adrian Ferrero

Audacias de Margo Glantz

Un referente latinoamericano en la ficción y el ensayo de investigación académico lo constituye la sobresaliente autora mexicana Margo Glantz (Ciudad de México, 1930). Realizó estudios de Letras Inglesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). Luego prosiguió sus estudios académicos superiores en París, donde se doctoró en Letras Hispánicas en La Sorbonne. En 1958 empezó su extensa trayectoria académica en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde ha ejercido la docencia por más de 50 años e impartido cursos en Universidades de EE.UU., España, Austria, Alemania, Francia, Chile, entre muchas otras. Fue agregada cultural de la Embajada de México en Londres de 1986 a 1988. En 1985 fue elegida miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2010 recibe el premio FIL de Literatura en Lenguas Romances. Obtuvo también el Premio Sor Juana Inés de la Cruz y la Beca Guggenheim. Fue condecorada con la XVI Presea Cervantina en el marco del Coloquio Cervantino Internacional. En 2019, a sus 89 años fue galardonada con el Primer Premio Nuevo León Alfonso Reyes por sus aportaciones durante seis décadas al campo intelectual humanista. De modo que estamos no solo ante una personalidad en principio de talla que ha desplegado una actividad prolífica en varios campos sino también de modo brillante y que ha obtenido reconocimiento por parte de sus pares. En lo que a su desempeño académico atañe, a la producción de conocimiento científico originalísimo, con aportes sustantivos a la cultura académica específicamente latinoamericana. Esto la ubica, para ser una mujer de su generación, en un lugar que se abre paso impetuosamente sin pedir permisos y que evidentemente entiendo debió haber enfrentado resistencias además a hacer avanzadas. Esto en lo referido a su historia intelectual. Pero también a las batallas que resulta evidente se presentan en el campo intelectual para alguien con esta preparación que pasa a ocupar espacios a los cuales no se supone esté capacitada para ocupar una mujer. Margo Glantz pasa a los hechos, ejecuta, realiza, gestiona un cierto tipo de acción sobre la palabra y sobre las instituciones culturales. También las europeas. De modo que de entrada plantearía la hipótesis de un proyecto creador y un sujeto mujer transgresor en más de un sentido, como veremos.

En lo relativo a su producción literaria, en la que me centraré solo en un libro relativamente reciente, porque es de naturaleza profusa, publicó, entre muchos otros libros, Las genealogía (1981, Premio Magda Donato), No pronunciarás (1980), Síndrome de naufragios (1984, Premio Javier Villaurrutia), De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos (1984), Apariciones (1996), Zona de derrumbe (2001), El rastro (2002), Animal de dos semblantes (2004), Saña (2006), Yo también me acuerdo (2014), Simple perversión oral (2015), Por breve herida (2016). La lista podría seguir pero aquí la detengo para evitar profusión de inventario.

La prosa de imaginación de Glantz se desata hacia zonas inesperadas y juega con el humor, la parodia, la ironía, el grotesco. Es feroz. Pero también posee una agudeza singular para capturar detalles que suelen pasar desapercibidos a miradas poco atentas o perspicaces, poniendo en jaque al sentido común. Y poniendo el acento en todo aquello que permanecía subrepticiamente velado o sobre lo que cundía la desinformación. Se percibe irreverencia y atrevimiento, como notas dominantes de una invención que irrumpe en la escritura sin pedir permiso, impetuosamente, sin demasiados respetos por los protocolos sino más bien con ánimo demoledor. Por otro lado, hay una erudición notable que en algunas de sus novelas o relatos eventualmente pueden insinuarse, pero no resulta ser lo frecuente ni se hace alarde de ello. Glantz ha sabido dividir muy bien las aguas entre su obra literaria y su obra académica, que no contamina a la primera. Este punto lo subrayaría como una decisión de autora y una estrategia de autora que también construye una imagen de escritora. Le permite, asimismo, pertenecer a ambos dominios con igual control de los recursos propios de cada uno. Sus investigaciones son profusas y en buena medida se han concentrado en torno de la poética de Sor Juana Inés de la Cruz. Otra construcción de imagen, esta vez de investigadora, en función del corpus elegido que construye la escena de la escritura traducida en un acto de rebelión contra la autoridad, de contestación pero también con remisión a los saberes en ámbitos vedados, prohibidos por la institución que pretendía hacer callar. Glantz aspira no solo a subvertir un orden per se. Hay finalmente otra vertiente de su producción que dialoga con la memoria, propia, privada y con la identidad del pueblo judío. En estos términos definiría una poética sobre la que procuro dar una visión de conjunto, de catalejo más que de detalle.

Pero concentrémonos en un libro bastante reciente para profundizar y acceder a sus operaciones más elocuentes de modo concreto y, esta vez sí, proceder de modo microscópico: Saña (2010). Mi estrategia será la de detenerme en él para que podamos detectar el funcionamiento de algunos dispositivos de la creación en Glantz así como en algunos de los contenidos de su poética. Hay desplazamientos en el orden la creación que naturalmente en otros libros puede que ofrezcan variantes que divergen respecto del que en este abordo. Pero les propongo correr ese riesgo. Pensar la poética de Glantz desde lo representativo, desde el gesto atrevido de este libro más que de un corpus que de tan amplio y matizado en su riqueza de procedimientos y temas. De tan multifacética corremos el riesgo de la dispersión que en virtud del espacio que ofrece un artículo resultaría imposible de abarcar.

Saña no es el mero título de un libro. Condensa una actitud frente al mundo, una tipología de la escritura con concentración en el énfasis, y el perfilarse de la mirada atenta a desentrañar brutalmente lo que habita por detrás de las cosas pero, al mismo tiempo, está en condiciones de abrirse como pulpa. Mundano pero también elegante, combina la ocurrencia alocada con detalles de dama de letras. Este libro desentraña, entrometiéndose con todos los objetos de la cultura, relaciones, correspondencias, contradicciones y dislocaciones. De una versatilidad indescriptible, Saña viene a coronar una prosa que desde sus comienzos estuvo atenta a disipar las fronteras entre, como dije, trabajo crítico y trabajo ficcional, en un deslinde pero a la vez, curiosamente, con sutiles vasos comunicantes, esta vez difusos, que no terminan de borrarse sino que perviven de un modo infrecuente. En efecto, Glantz acude a lo que sabe no para construir con ello formas narrativas o argumentativas meramente eruditas, sino para, a partir de datos curiosos o, en ocasiones, extravagantes, alcanzar proporciones en la invención la potencien hasta límites incalculables. Todo ello confiere a este libro, entre otras cosas, poder de originalidad. Aquí nos encontramos frente a una transición o bien una zona de convergencia. Porque si bien no hay jamás ni enciclopedismo ni erudición como exhibición, ni exuberancia, ni alarde de saberes, sí hay detalles que remiten a un sujeto mujer cultivado. Insurgente, implacable, impetuosa, irrespetuosa, humorística, insólita, mordaz, profana, sorprendente y, por momentos, llena de sarcasmo, Glantz problematiza en sus ficciones algunas de las zonas de la cultura literaria dada a los tics pero, sobre todo, dada a los estereotipos. Se inclina por formas al sesgo, perfiles inusitados, es punzante de modo que allí donde había seguridad instala la incertidumbre.

Glantz resignifica la seriedad de la academia con una búsqueda permanente por manipular el lenguaje desde una perspectiva o bien paródica o bien irónica (muchas merced al gesto drástico), pero jamás es irrespetuosa de la calidad literaria ni tampoco es despectiva con los académicos ni con sus herramientas (de hecho habla de sus clases o de los cursos que ha dictado o está dictando son sentido de responsabilidad). Arremete sin ser arrogante. Glantz revela su controversia contra un ideal de la así llamada “alta cultura” que, en su sofisticación chic, suele jugar con otra clase de estereotipos que terminan por devenir también vulgares.

Este libro, reúne una serie de textos breves en los cuales indaga en los inciertos pasadizos del mundo. Sobre todo el europeo, el mexicano y el de EE.UU. Pero también el exotismo de los paisajes de lejano Oriente y de Australia (en menor medida). La concisión cortante de su prosa, la condensación acertada de su sentido, la poesía de alguno de sus paisajes, los fragmentos que disipan las textualidades caracterizadas en la modernidad por la longitud, el síndrome por relativizar lo patético, la denuncia que desenmascara lo encubierto o disimulado de lo siniestro, las paradojas, la costumbre de abjurar del horror, sus antojos (muy versátiles todos), caben en este libro, caprichoso ante todo. Ese encabritase de Glantz, es otro de los registros de la saña. Su arbitrariedad, además de su furia. La furia no es la saña. Pero la saña es una posición que se adopta de un cierto descontrol de las pasiones. De modo que este libro, ya titularmente anuncia que no responderá a un discurso regulado por modales ni registros previsibles.

Cuaderno de bitácora, diario de viajes, memoria política, crítica literaria, pictórica o de artes plásticas, lectura de la moda y sus íconos: la cultura de masas por excelencia, Saña es ante todo un ademán crítico. La crisis, precisamente, que una intelectual porosa a advertirla que desestabiliza lo fijo y visibiliza las contradicciones de la cultura de masas para desbaratarla en su tontería, queda cartografiada como gesto ético, como génesis de un fascismo que encubre lo siniestro de esa racionalidad. No obstante, mantiene siempre un tono literario atenta a entrar en colisión con lo coloquial. Por momentos parece un monólogo. En otros una narración. En otros ensayos brevísimos o reflexiones. En otras apenas una escena. En otros una información con datos de una enorme precisión como la noticia de un diario. Pero pese a salir de la literatura jamás lo hace. Se mantiene siempre en el territorio del arte sin franquear las fronteras de un exterior que la dejaría a la intemperie no en el sentido de desprotección sino de incapacidad de operar sobre el mundo, de intervenirlo desde la lengua literaria para que devenga experiencia literaria de una infinita riqueza. Pero sin embargo también es capaz de hablar de los volcanes de México, de los manicomios en los cuales los ojos reflejan el silencio, el desamparo y tampoco el silencio habla. O bien de lo que ha leído, está leyendo o próximamente se dispone a leer. También, por ejemplo, en los matutinos estadounidenses. Margo Glantz se muestra, en las entradas de este libro como una gran enciclopedia universal, rica en saberes exquisitos, que detalla desde lo excelso a lo abyecto. Entre estos matices se mueve Glantz. Hay extremos que, en su antagonismo, sin embargo admiten lo extravagante y disímil. Las similitudes, las afinidades, lo consonante pero también lo disonante.

Como una, entre tantas, definiciones de la poética de Glantz desplegada con eficacia en este libro la cito de una de las entradas del libro: “Me atrevo a asegurar que la historia está hecha de cosas fortuitas en las que no se ha puesto suficiente atención”. Precisamente, la nota más cabal de este libro es la atención dispensada a detalles antes considerados banales, dispersos o pasados por alto. La clave entonces, es el cómo mirar y el qué mirar. Luego se decidirá cómo narrar esas miradas.

Las figuras más recurrentes son la paradoja, el oxímoron, una retórica dilemática en la que se tensa, de modo dramático, la cultura contemporánea en una evanescencia que ella contrapone a una crónica de viajes de Indias (por citar ejemplo) o más ampliamente de la Historia. Glantz se torna ante todo una suerte de testigo de la cultura moderna y posmoderna (y suele establecer nexos, similitudes, afinidades y disensos entre ambas) que observa, que testifica con su mirada lo que va narrando en el momento en que lo hace, ya no sólo lo que piensa. La realidad, entonces, devenida espectáculo, ofrece contenidos intensos, pero solo si es interpretada en cierta clave y con cierto objeto. Acude a una serie de narrativas, ello aparentemente es referido en capítulos diminutos como píldoras en este libro. No obstante, la profundidad, la hondura y la delicadeza de sus cavilaciones tornan a Saña una suerte de tratado de ética, porque Glantz no sólo narra lo que ve o lo que piensa, sino que también toma partido, se juega por sus ideas (también se presienten ideales, una ¿utopía?), pone de manifiesto sus puntos de vista sin pudor, reticencias ni cobardías. Realiza actos de justicia que restituyen la dignidad a quienes les ha sido sustraída.

Si la saña es un gesto, una actitud, en el cual el sujeto se involucra de modo algo atroz con otro sujeto (o un animal o llegado el caso con un objeto), que puede ser especularmente él mismo incluso, la saña, también puede llegar a devenir dado el caso una poética. Desde sus fugaces textos, ya no capitula con las tribulaciones de los libros de cuentos ni de la microficción. Tampoco con los libros de ensayo o los proverbios, sentencias sapienciales llenas de lugares comunes que no le sirven para sus oficios, porque aunque en ocasiones sea cierta, como toda doxa, ella no problematiza lo que Glantz en un empeño sí se ha propuesto hacer. Ella aspira a punzar. No a pontificar. Pone todo en cuestión. Hasta la noción misma de libro en prosa. Este libro está integrado por narrativas. Pero también por narrativas de pensamientos, por narrativas de ideas que se encadenan, asociativamente.

Glantz indaga en las complejas relaciones entre aquello que todos estiman mero detalle, acaso miniatura. Y les otorga otro matiz: un espesor que logra, mediante el uso de un tipo de mirada letal según la cual el ojo adopta una capacidad distinta de percibir lo cotidiano. Registra zonas de la experiencia social que eran invisibles para la lente habitual, la vida ordinaria y las lecturas ordinarias. Otra vez la mirada. La mirada extrañada, que logra extrañar a la realidad para quienes la leemos de modo crédulo. La mirada de Glantz es siempre perturbadora. Por momentos narra escenas espeluznantes, como las de los campos o las cámaras de gas. Las narrativas del horror de los escritores sobrevivientes al Holocausto.

Además de saberes sobre moda y modelos, hay lo que yo llamaría un saber sobre la estética y la cosmética femeninas. Sobre aquello que remite a un estereotipo de la cultura de masas y a un cierto ideal en cambio de la belleza femenina, por ejemplo, en las obras de artes, en las que la feminidad está trabajada según otro punto de vista: no es mirada como espectáculo de multitudes como mercancía o portadora de ella. Sino como protagonista de una objeto estético trascendente. Pero belleza/objeto también, que estetiza a la mujer nuevamente como objeto de la mirada sobre la que se hace foco.

Hay leitmotivs, como en toda sinfonía: la pintura (Francis Bacon, Stanley, Picasso, Turner, Lucien Freud), el cine, los lugares exóticos, la sexualidad, la intimidad de las figuras célebres (no expuestas desde el chisme sino interceptadas desde la indagación en la perplejidad de sus miserias o sus glorias, esto es, radicalizando su nota solemne que se aspiraba a que permaneciera incólume), Rimbaud y sus andanzas, los museos (en los que en ocasiones se entromete la moda), los campos de concentración, la música (en especial los Scarlatti, pero también Bach, Mozart, Handel, además de ciertos intérpretes, ya no compositores), el universo de la moda con énfasis en las modelos (como dije), los íconos de la celebridad, la cultura pop

Como puede apreciarse, en un mismo fresco Glantz logra suturar su fórmula: la errancia por la cultura (no solo la occidental) en un catálogo riquísimo de una manera ilimitada, un paseo sin escrúpulos y sin fronteras ni prejuicio alguno, siendo no obstante escrupulosa en el abordaje de cada instante del libro. Glaz desde al pleno de una escritura corrosiva se lo permite todo. Permitiéndose ser expresiva, también. No contenida. En este sentido, la exclamación no está ausente como no está ausente la interrogación. Ni el escándalo. Pero no despliega, sino más bien hace un punteo contundente, como nota de viaje, de aquello que la sobresalta, la inquieta, le produce el mote risueño, el escozor o bien la indigna manteniendo sus modales. ¿Es esta la gran paradoja de Saña? ¿mantener el temple equilibrado pese a que el viaje sea movedizo? Hay paroxismo por ejemplo de la saña, esta vez padecida Ni emitida ni producida.

El mundo se atomiza en muchas partes en Saña. Se organiza en fragmentos, simultáneos. Y a esa simultaneidad perenne que está en todas partes pero no está en ninguna subyace a mi juicio la grandeza y el enorme acierto de Saña. Que puede abarcar todo un haz de formas, temas, objetos y espacios. Retoma de modo envolvente la Historia y por el tipo de relaciones, siempre veloces, con que la mente lo capta estableciendo vínculos semánticos para unir esa heterogeneidad en un punto en el que se concentra hasta volverla punzón o escalpelo filoso.

Saña ingresa en una zona de la experiencia literaria pocas veces cartografiada por pluma alguna, tal vez la palabra miscelánea pueda ser una clave: queda corta. El libro tampoco son cuentos breves, porque abundan la meditación, la reflexión inteligente y la lucidez razonada, no las tramas (si bien cada fragmento naturalmente se refiere a alguna clase de historia, mayor o menuda). ¿Escenas inteligentes? ¿narrativas inteligibles e ininteligibles? Apuntes que desconciertan tanto como invitan (o inquietan) desde un lugar crítico aparentemente estable) a captar y a descartar pistas, todo tipo de tradición en la que una inscripción resulte posible. Más bien resulta vana. ¿fugaces escritos en un cuaderno de bitácora?

Glantz no abunda en este libro. Más bien condensa. Pero sobre todo, plasma mediante una cierta clase de forma otra cierta clase de noticias o datos. Que le pueden suceder tanto al sujeto de la enunciación, a uno de las personas a las que alude en el libro, por lo general artistas célebres, pero también anónimos protagonistas de tragedias o de curiosidades. De modo que este libro adopta la forma de un diario privado que ella ha ido recogiendo de su cosecha antológica. Producto de una mirada me atrevería a decir de un altísimo voltaje electrizante.

Abundan, vale sumar, una serie de referencias en Saña a los Diccionarios de la Lengua Española, particularmente Covarruvias y el de Autoridades. ¿No es este ademán el colmo de la intrepidez y el atrevimiento? En un libro indefinible acudir a diccionarios, definir palabras, referir vetustos relatos oficiales coloniales de viajeros de Indias. Un diccionario es ante todo una maquinaria de fijar significados. La cultura oficial. Saña: precisamente, su contracara. Su envés.

La clave del libro es la de que quien narra es testigo, oyente, viviente, lector, confidente, que nos recuerda que la captura de escenas no supone pasividad sino actividad que puede alcanzar incluso la angustia. Un libro de una brutalidad por momentos cruel. Por momentos la caricia de una obra de arte exquisita. Su clave es la detección de núcleos conflictivos o problemáticos que permanecían disimulados pero también el despliegue de la maravilla del mundo del arte y del mundo de los vínculo. Pero también en su cara más atroz o más gloriosa. También la más trivial. Glantz nos recuerda que no tiene mecenas ni acepta aduanas. Es el gesto de la escritura más indómita contra toda voluntad por normalizar la lengua, la literatura enunciada por una mujer pero también la gestualidad técnica de una escritora en su dramaturgia.

Y si como en la poesía existe un yo lírico, en la narrativa uno o más narradores, en el ensayo un sujeto de la enunciación que argumenta, en el teatro tanto en monólogos como en obras los parlamentos de los personajes que intervienen incluso con silencios, en este libro existe una suerte de identidad a partir de la cual se enhebran las distintas unidades que construyen la identidad de un sujeto. Una narradora (o se infiere ese género) que conduce el hilo de distintas unidades fragmentarias.

Margo Glantz (y esta es su clave), sabe moverse entre signos porque sabe también desplazarse entre instituciones. Sabe cómo ejercer el corte sobre el mandato como sobre una tela o abiertamente rasgarla. Esa es su clave. Su mejor definición. Su mejor opción. Y, sobre todo, su mejor decisión.

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