Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Asalto navideño en Santo Domingo

Quizá sin saberlo, los 18 años de condena que el juez neoyorquino Paul Austin Crotty dictó la semana pasada a los llamados «narcosobrinos» de la pareja presidencial Maduro-Flores coinciden con otra sentencia de 18 años: la que Venezuela se auto impuso al legitimar a un militar golpista y permitirle derogar la constitución en 1999. La situación fue tempranamente denunciada como «el suicidio de un país» por Vargas Llosa aquellos días de fin de milenio.

El aniversario de la derogación coincide con la temporada de los «asaltos navideños» del Caribe. En algunos países tiene otro nombre esa costumbre de ir por las calles cantando, tocando puertas vecinas para estimular la celebración, desde mediados de diciembre hasta el 6 de enero. Es como Halloween, pero en vez de pedir dulces, se canta y se bebe.

Ya no son tan comunes esos «asaltos navideños», apenas sobreviven en los pueblos. En las ciudades hay otros en vigencia. Por ejemplo, en EEUU ha habido un asalto continuado este año a la separación de poderes, la ética y el sentido común desde la llegada de Trump y su clan a la presidencia, con un nacionalismo infantil de solterona despechada.

Pero sin duda el gran asalto ha sido y sigue siendo el del régimen venezolano que, con complicidad internacional, se ha extendido cual pizarra de aeropuerto, de Caracas a Santo Domingo, de La Habana a Zúrich, de Miami a Andorra, de Madrid a Pekín, de Moscú a Teherán y donde quiera más se encuentre escondido el patrimonio saqueado que tiene al «país» sumido en la miseria más absurda en la historia de Iberoamérica, sin guerra ni tragedia natural, sino por pura estupidez.

La confluencia del petróleo venezolano con la narcoguerrilla colombiana ha logrado un bandolerismo criminal sin precedentes. Y aún así ciertos personajes se han prestado a seguir perdiendo tiempo con un llamado al diálogo que oxigena al régimen. Sucede además en una isla con escasas referencias académicas o diplomáticas, más allá de fusilar al dictador Trujillo o discriminar sistemáticamente a sus vecinos haitianos tan acostumbrados a la tragedia.

Partiendo de semejantes credenciales de los anfitriones «Chicos del Can» e ignorando la interminable lista de violaciones a la ley por parte del régimen caraqueño y su entrega de soberanía a Cuba, lejos de arrinconarlos la «oposición» permite que le marquen el baile. E incluso entran ahora en receso navideño de un mes, antes de retomar las «negociaciones», como si la hiperinflación, el destierro, el hambre y la escasez pudiesen tomar vacaciones en Venezuela.

¿Tampoco se han dado cuenta de que en 2018 la izquierda tiene posibilidad de subir al poder en Brasil y México, las FARC ya serán parte del menú electoral en Colombia, y en Perú puede ser destituido Kuczynski, el presidente más solidario con la Venezuela decente?

¿No les impone además urgencia y autoridad que las denuncias de corrupción y desfalco chavista no paren de llegar desde diversas partes del globo, y que por primera vez en la historia familiares de la pareja presidencial sean condenados por narcotráfico aún contando con abogados costosísimos pagados indirectamente por los venezolanos desnutridos?

¿Por qué le cuesta tanto a «la oposición» venezolana asumir el liderazgo si ya tiene a la comunidad internacional de su lado mientras el régimen está más desacreditado que Harvey Weinstein? ¿Ingenuidad, oportunismo, comodidad, ineptitud, ceguera, cobardía y/o falta de autoestima?

En una versión del síndrome de Estocolmo, muchos «opositores» parecen haberse enamorado de la dictadura. Quizá por ello mendigan, se niegan a invertir los roles y a detener este gran «asalto navideño» que se ha venido escenificando a conveniente lentitud en Santo Domingo entre partes que no son ni remotamente iguales: la ley tiene más autoridad que cualquier dictadura, por muy mafiosa que sea.

Lo contrario es vivir en las cavernas.

Hey you,
¿nos brindas un café?