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Begona Quesada

El asalto de «Los Músicos de Bremen»

«Los Músicos de Bremen» es uno de los muchos cuentos que construyen nuestra imaginación y que tienen raíces alemanas, como «Hansel y Gretel», «Caperucita» o «Blancanieves». En esta historia, los malos son tan inútiles que al final nos parece normal que un burro, un perro, un gato y un gallo okupen su casa.

Algo así está pasando en Europa. Mucha gente vive peor que hace diez años y el debate político se ha ensuciado tanto que nos parece normal votar a demagogos. Por impulso y sin pensar. Y como ya dijo Miguel de Unamuno en otra época oscura de Europa, “a menos pensamiento, pensamiento más tiránico y absorbente”.

Alemania acaba de celebrar elecciones. Los partidos tradicionales han cosechado sus peores resultados históricos, aunque en principio Angela Merkel volverá a gobernar, y la extrema derecha se sentará por primera vez en el Parlamento desde la pos-guerra. Si los socialistas volvieran a una gran alianza de gobierno con los conservadores de Merkel, la oposición (¡alemana!) estaría liderada por la ultraderecha de Alianza por Alemania.

La derecha radical también ha crecido en Francia, Austria, Noruega, Finlandia, Dinamarca o Polonia en las últimas elecciones. De repente, gatos, perros, asnos y gallos toman el poder.

Pero, a diferencia de otros países, Alemania es vital para el cuerpo europeo. Las carreteras se cruzan en este país, el más poblado de Europa. Registra más patentes que nadie y es el primer exportador del viejo continente. Lo que ocurre en Alemania, no se queda en Alemania.

Por eso el mundo mira a Berlín con preocupación y con una cierta esperanza. Esperanza entendida, no como el convencimiento de que algo saldrá bien, sino como la certeza de que tiene sentido, como dijo Vaklav Havel. Europa, el mayor experimento democrático de la humanidad, necesita que le recuerden su razón inicial: nunca más guerra. Y Alemania es ahora la única capaz de hacerlo.

El contexto internacional reciente (mercados abiertos, el euro, el consenso en torno a la reunificación y estabilidad alemana), han puesto viento en las velas germanas y ahora Alemania necesita defender el status quo si quiere seguir navegando. Rusia, Estados Unidos  o China no están por la labor. Cuando todos dan un paso atrás, solo queda uno al frente.

Al nuevo gobierno también le espera trabajo en casa. Alemania innova despacio y ‘pequeño’. La innovación supone incertidumbre, riesgo y asimilación rápida del fracaso, lo que no encaja bien con la mentalidad alemana. La mayoría de las tecnologías de las últimas décadas no son made in Germany: los motores de búsqueda, los móviles, los medios sociales, la economía digital. Alemania necesita engancharse a esta nueva forma de producir. Sobre todo, en el caso del coche eléctrico. Con la mayor parte de sus ingresos ligados a la exportación de coches (Mercedes, BMW, Volkswagen, Audi, Porsche…), una larga y fría noche caería sobre la estación si Alemania no se sube a ese tren.

Berlín tiene además que integrar al 1,3 millones de personas llegadas desde 2015, en su mayoría sirios, iraquíes y norteafricanos. Todo esto en un contexto en el que el cuarenta por ciento de la población gana menos que hace veinte años. Los ricos son más ricos pero la economía no crece tanto, así que queda menos para repartir entre el resto y la desigualdad social aumenta.   

Estas tareas urgentes parpadean ya en las pantallas de la ‘coalición Jamaica’, en referencia a los colores de los partidos que están negociando para gobernar juntos: la CDU de Merkel (negro), los liberales del FDP (amarillo) y los Verdes. En Jamaica hay buenos atletas. Quizás también les hayan puesto ese nombre en previsión de los kilómetros de pasillo que tendrán que recorrer negociando entre despachos. La canciller tardó tres meses en 2013 en formar su coalición. La vociferante Alianza por Alemania no se lo pondrá más fácil esta vez.

Merkel, cuyo pragmatismo, paciencia y negociación, colocan como la canciller del «Despacito» (según se va acercando, va armando el plan), tiene ante sí, no solo el reto de hacerlo funcionar, sino de explicarlo al resto del mundo para conseguir un cambio de tendencia.

En estos tiempos en los que ser escritor implica a menudo soslayo y conmiseración, recordemos que la narrativa importa: una historia bien construida es un instrumento poderoso, que puede movilizar masas, tirar muros o parar tanques. Y colocar a un asno al frente de un gobierno.

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