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Maestros de la Arquitectura Latinoamericana, Villanueva

Fotografo Paolo Gasparini: "Carlos Raúl Villanueva y Alexander Calder junto a la silla del diablo"
Fotografo Paolo Gasparini: «Carlos Raúl Villanueva y Alexander Calder junto a la silla del diablo»

Era un día de esos maravillosos que suele regalarle Caracas a sus habitantes, y yo iba a presentar una prueba de ingreso para la UCV en la Ciudad Universitaria. Pero más que ir a dar un examen o conocer una Universidad en la cual estudiar una carrera, me encontré, sin esperarlo, frente a un Maestro. Aún recuerdo la sensación de recorrer los pasillos cubiertos y sentirme parte de una obra de arte. Los murales, las esculturas, la música y los recorridos hacían que transitar la Ciudad Universitaria fuera como escaparse a recorrer otro universo dentro de Caracas. Fue la primera vez en mi vida que pregunte ¿Quién es el Arquitecto? Esperando con ansias oír la respuesta y sin imaginarlo le había dado un giro completo con esa pregunta a mi vida. La respuesta fue un nombre que había escuchado mil veces sin realmente tomar conciencia de quien era o que representaba: Carlos Raúl Villanueva.

Ahora admito que me enamoré del Hormigón armado solo por él y que comprendí lo que era un juego de luces y sombras caminando bajo el Aula Magna. A través de su arquitectura entendí como podía cambiar tanto la visión de un espacio en el tiempo con solo recorrer una rampa y quizás, lo más importante, es que descubrí su magistral manera de integrar el arte.

El arte siempre estuvo presente en sus obras, la Ciudad Universitaria fue su obra maestra en muchos sentidos arquitectónicos, pero sobre todo fue la “Síntesis de las Artes”. Villanueva poseía una extensa formación y un gran vínculo con el movimiento moderno, lo cual sin dudas fomentaba la inclusión del arte en su obra. Cuentan que en su biblioteca personal los libros de arquitectura competían con los de arte, pero no solo conocía de arte, se rodeaba de él, sus casas estaban habitadas de representaciones de las vanguardias artísticas del momento y testimonios inexorables de sus amistades.

Allí descubrí otra faceta de Villanueva que con el tiempo me pareció igual de magnifica que su Arquitectura: sus amigos. Es que los amigos de Villanueva eran increíblemente talentosos escultores, pintores y músicos. Creó un dialogo único y profundo entre la Arquitectura y el Arte, incorporó esculturas de Laurens, Arp, Pevsner y Lobo, junto a murales de Léger, Vasarély, Mateo Manaure, Pascual Navarro, Oswaldo Vigas y Armando Barrios. A todo este mundo magistral se le sumó una de las mejores intervenciones artísticas y funcionales en la Arquitectura, lo bello sin duda podía ser útil en el mundo de Villanueva y los platillos o nubes flotantes de Alexander Calder en el interior del Aula Magna, son la mejor prueba.

Precisamente fue Calder quien diera el apodo de Diablo a Villanueva, en su única visita a Venezuela en el 55, pues para él sólo un diablo y no un hombre podía haber llevado adelante una obra de esa naturaleza. Como testimonio de la profunda amistad entre estos dos genios, Calder realiza una obra para Villanueva, conocida como la Silla del Diablo.

Son muchos los artistas que Villanueva fue incorporando a su Arquitectura, creando una sola lengua de ritmos, contrastes y movimientos. Más allá de sus detalles constructivos, en los cuales fue realmente único, integró la belleza como cualidad indispensable en su obra, asociada a las proporciones de los espacios; y un lenguaje rico en estímulos visuales, luz, texturas, colores, transparencia y reflejos que se conjugan creando una Arquitectura que transciende sus límites. A todo esto hay que agregar su preocupación por entender el contexto, integrar la naturaleza y las condiciones climáticas propias de Venezuela.

Sin dudas para comprender la Arquitectura de Villanueva hay que ir mas allá de las plantas, fotografías o dibujos, se hace necesario recorrerla, vivirla y contrastarla con el cielo y el perfil de las montañas.

Ya no recuerdo que pasó con el examen, el cual por cierto era para otra carrera, pero sí recuerdo como volví muchas veces a  Ciudad Universitaria con la idea de recorrerla y dejarme maravillar por esa obra de arte y técnica. Ese día la vida me había dado una clase magistral de Arquitectura, pero sobre todo una razón para enamorarme de ella.

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