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Armando Rojas Guardia: primera y última dimensión

Agotados por el vértigo que consume alma y tiempo sin piedad, con los ojos hundidos en pantallas de tamaños que nos reflejan exactamente como no somos, desperdiciados y desechables, encontrarnos en (con) el salto sagrado que vibra en la poesía de Armando Rojas Guardia es un tránsito a la dimensión más pura y mordiente de lo que aspiramos ser si nos dejan ser, si nos dejamos ser, si vencemos a todo lo que no ayuda a ser. Poesía que ES en la reunión, en lo que concilia, en lo que hermana , en el abrazo del cuerpo y el aliento, del músculo que desea con lo deseado inasible; poesía que, consciente de la separación mutiladora , despega para unir (se) (nos) a la Divinidad intuida, presagiada y amada. Y, en ella, por ella, con ella, fuera y dentro de ella, fundirse en la alegría de vivir poéticamente, tal como dijo siempre.

Seguir la huella del testimonio vital hecho lírica que expone Armando Rojas Guardia es ir desmenuzando el hambre de absoluto que llevamos adherida (y negada, muchas veces) a la piel invisible, es incorporar la idea de Dios a la respiración del mundo en el que latimos y nos late , es fundar (re-fundar) con emoción pura una ética, una estética y una ascética (Schopenhauer dixit) que nos explique, nos ubique, nos dé sentido. En fin, hacer de la poesía belleza sabia, verdad imprescindible, modo de ser y hacer en cualquier mundo. El del aquí y el ahora inmediato y doloroso. En el otro, donde esté y como quiera que sea. Poesía como cita trascendente. Como la primera y última dimensión donde cuerpo, espíritu, amor y Dios no se distinguen. Espacio para el vuelo, la entrega, la muerte y la resurrección. Llenarse de vacío. La paz que sacude. El deseo saciado. Lo imposible, siendo.

Y el Amor presidiendo ese templo que todo lo comunica, y donde somos. Como en Poema de la llegada donde plantea la simbiosis que da identidad al sí mismo por el (O)otro, en el (O)otro; incluyendo el bautizo que permite la transfiguración : da el Ser y nos une al Ser. “Cuando tú vienes /no has venido/ estás ya desde siempre.” Paradoja del doble en uno: nunca hubo separación, ni distancia, ni ausencia, ni vacío. El (O)otro siempre está, el movimiento es de búsqueda y encuentro ante la mentira de una pérdida que no es tal; es extravío en la percepción de la unidad permanente.

O en Agua lustral ese himno que canta al afán de pureza, afán de alcanzarla, merecerla, poseerla y que nos posea. La huida de la presencia sagrada es tránsito al mal, contemplado en su faz absurda (“como quien muerde el aire/ y castiga al sol tapándose los ojos”) que expulsa catastróficamente al hombre fuera de lo sagrado y al hacerlo se castiga al experimentar la nada del que no se ama lo suficiente como para quedarse en brazos de la divinidad que es vida dentro de la suya. Dueño de su sombra, (“Había elegido el mal. Y lo sabía”) capaz, afirma la entrega y la aceptación del Bien desde el poema que con su música celebra al día pródigo, nutritivo, preñado de plenitud (rosada ubre de la luz…”) El estreno de la vida purificada se verifica en la inocencia erguida, en participar de la naturaleza que es vida verdadera volcada en el poema (“…letra a letra reconstruyo / la inocencia del ser, que ahora levanto /como una fronda erguida, resonante.”)

En Sospecha , incluso ama el vértigo que se muerde la cola al sentirnos repetidos: iguales y distintos, ansiosos y expectantes, porque “…dicho todo / aún está todo por ser dicho” y así seguimos siendo potencia anhelante, que puede sentir que ES escuchando a Edith Piaf, a Charlie Parker , o a Beethoven , bebiendo un daiquirí, o viendo Candilejas para llorar con Chaplin, según recita el “Poema 10” de Quebrada de la Virgen. Y mucho más tensa la pasión descrita en La noche del deseo, donde “el mito que nos une” , aquel que funde dioses y animales en la cópula, gesta la “maldad divina”: perfecta porque en ella los contrarios se absorben y “toda crueldad es inocente” en el intercambio de signos que se abre a otra esfera de conocimiento.

Y en esa esfera, única (indistinguible si es primera o última) aparece el poema- Amor (“Espero al poema / como aguardo el placer al inicio de la cópula / lentísimo, fértil.”) cristalizando la espera: certeza del ciego corazón penetrado en deseo por la palabra hecha carne o viceversa, encendido el mundo mental, espiritual y corporal para dar a luz la respuesta que somos. Y es ahí donde la poesía nos hace , donde el vivir poético que Armando Rojas Guardia predicó nos toca y bendice: somos lo amado y el amante, el deseo y lo que anhelamos, la espera y la presencia, la plenitud y la nada. Entre la piel y las alas un Dios nos vive por dentro y él se encargó de mostrarlo.

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