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Araya

Alejandro de Humboldt llegó a las Américas en 1799, y en su trayecto por nuestro territorio y sus ambientes ya cercanos a batallas independentistas, le interesó de forma particular ir hasta Araya, en Cumaná. Cuenta Margot Benacerraf que un día de 1956 en casa de Mariano Picón Salas vio en una revista Elite fotos de las pirámides de sal de Araya, y se preguntó dónde quedaba, solo para encontrarse con el silencio de los presentes. Fue don Mariano quien le averiguó dónde y cómo llegar; no fue fácil. La misma determinación por descubrirla que se lee en las notas de Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente del explorador alemán se encuentra en las entrevistas de Benacerraf sobre cómo se gestó su único largometraje, Araya (1959).

 

El científico

Ha quedado clara cierta similitud entre alemanes y venezolanos. Las tantas comparaciones con el periodo de entreguerra alemán, su hiperinflación,  escasez, zozobra, y camisas pardas, nos son familiares. El explorador, naturalista, geólogo, científico, empírico racionalista alemán Alejandro de Humboldt quiso ver en nosotros similitudes con ellos, los europeos. Estudió nuestra tierra, por demás, concluyendo que las piedras que hacen al suelo europeo son las mismas nuestras, accedió a los fenómenos de la naturaleza tropical y con ellos a sus habitantes, con curiosidad y sin prejuicios.

Tendido entre la Ilustración y el Romanticismo alemán, buscó explicaciones científicas que dieran la noción de un todo indivisible, una suerte de comunión racional entre la ciencia y el humanismo que tomaría a los pobladores y su hábitat como un solo objeto de estudio, susceptible de ser analizado y luego reconstruido.

Humboldt establece la geografía física en términos científicos, prácticamente inexistente hasta el desarrollo de sus observaciones. Y llegaría el fin de la ciencia descriptiva, pero no porque esta desapareciese, sino porque a partir de Humboldt no sería ya exclusivamente descriptiva, sino mucho más que eso: la caracterización de un mundo indivisible.

Con poco más de siglo y medio de diferencia, Humboldt y Benacerraf pisaron las blanquecinas orillas de esta costa cumanesa, se deslumbraron ante la majestuosidad de las ruinas del castillo de Santiago al sur del poblado y fueron testigos de la forma de vida de los habitantes de la región.

Durante la visita de Humboldt a esta península los habitantes eran los indios guaiqueríes, asentados lejos de las salinas al contrario de como Humboldt se lo esperaba dado el anterior conflicto holandés español por las perlas y sal de la zona, sino a una distancia considerable de la tierra árida y yerma. Si bien los pescadores encontraron lugar para el comercio, durante la estadía de Humboldt en Araya la sal no llegaba a la cuotas a las que llegaría años más tarde, casi 30 kilos per cápita.

 

La cineasta

Cuando Margot y su pequeño equipo llegaron a Araya a mediados de los años 50, las llamadas pirámides de sal abundaban y los lugareños, dedicados a la sal, la pesca y las vasijas, eran la materialización de la tradición y el orden de la naturaleza.

Araya es una película con fuertes influencias del neorrealismo italiano que cuenta la historia de tres familias, dos que trabajan la sal y una la pesca. Narrado por José Ignacio Cabrujas, se muestran las familias en sus quehaceres durante un día entero, desde que los pescadores salen al mar en la madrugada hasta que las mujeres encienden enormes fogatas para secar el barro y los niños duermen en la choza con la llegada de la noche. Con cada cesta sobre la cabeza, cada saco tejido que se pesa se hace evidente la importancia, la seriedad de la tradición. Cada padre sabe que su hijo le sustituirá en su lugar en la recolección de sal, y el más joven sabe así que tomará el lugar del hermano mayor. El simbólico significado griego y hebreo de la sal como hospitalidad, porque se comparte, y palabra dada, porque es inquebrantable, es el trabajo de  las generaciones.

 

La poesía

Entre imágenes hermosas, Benacerraf y Humboldt viven Araya con semejante mirada lírica. El encantamiento de ese ritual labrado a pulso, la belleza de la labor y lo que esta debe enfrentar: corrosión, aridez, sol, viento; todo transformado en algo útil y transcendente.

“Un libro sobre la naturaleza debía producir la impresión de la misma naturaleza”, escribiría Humboldt. Araya lo hace con tal belleza que cada acto de esos hombres de sed y sal, por pequeño que sea, se muestra con grandeza y majestuosidad. “Los principales defectos de mi estilo son una desafortunada inclinación para formas demasiado poéticas”, agrega Humboldt, y al ver Araya, película venezolana ganadora del Premio especial de la crítica del Festival de Cannes, queda claro que la cineasta tiene la misma inclinación.

En medio del caos que supuso el fin de una dictadura de largos años, Benacerraf caracteriza como Humboldt un mundo indivisible hecho poesía, hecho obra maestra del cine latinoamericano. Si tan solo el parecido entre alemanes y venezolanos se limitase a estas instancias nobles.

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