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Apatía

En cuanto a la apatía se refiere – léase inhibición de la conducta – cabe advertir que no es un “ente misterioso”; ésta se presenta luego de largos episodios de preocupación ansiosa, los cuales automáticamente suprimen la actividad toda vez que no se obtienen expectativas esperadas.

La inhibición conductual es un sistema de defensa ante un contexto que da señales de castigo frente a frustraciones sin reconocimientos, frente a los afectos negativos de elevada intensidad, frente a novedades extremas y frente a miedos innatos que responden a caras temerarias o iracundas.

Estrechar y delimitar la atención, como por ejemplo, hablar de un solo tema o de una sola persona; incrementar el análisis de sucesos adversos que obligan a mantenerse vigilantes; y anestesiar el sistema nervioso para las acciones rápidas, son manifestaciones de la apatía. Podemos agregar que inclinarse hacia sesgos negativos predice mayores zozobras y un aumento en las respuestas de escape. 

Cuando la prioridad es un patrón habitual de huidas, el día a día es limitado y el miedo es protagonista. No pareciera que existen opciones para salir de ese círculo vicioso. 

Como corolario se profundiza la sensación de inutilidad y de incompetencia puesto que la respuesta de fuga más bien exacerba la angustia y mina la confianza para llevar a cabo una acción. 

Interpretar los acontecimientos con apatía, pesimismo y desesperanza tiene secuelas psicológicas: reduce la autoestima, interrumpe la concentración, aumenta la culpa y socava el encuentro social.

Este modo de sentir y pensar también viene acompañado de consecuencias físicas: patrones desorganizados en el  sueño, agitación o lentitud, inapetencia. 

Inexorablemente conduce a  una parálisis conductual.

En espiral descendente dichos síntomas subyacen las creencias sobre la propia  debilidad, impotencia y minusvalía.

Por suerte estos juicios cargados de amenazas y peligros son  sensibles a la regulación emocional y  a la activación de conductas. Como antídoto se sabe que si las personas se perciben capaces para ejercer control sobre alarmas, retos y adversidades, poco experimentan la calamidad y el dolor. Se diferencian de aquellas otras personas quienes sobreviven dificultades para el ajuste, mantienen una preocupación ansiosa y magnifican el riesgo que evocan las constantes intimidaciones.

Cada uno de nosotros, entrelazado con los propios espacios, a menos que tenga la firme creencia de reproducir con actos los efectos deseados, tendrá bajos incentivos y adormilada la capacidad de restauración.

Pero es más complicado de lo que parece…

Más allá de la vulnerabilidad genética y el mundo interior de las frases internas, no se puede olvidar que el contexto también alimenta la historia y su medio social. 

Porque la ciudadanía a nivel macro genera su propia circunstancia de vida cuando asegura un sentido elevado de eficacia, afila estrategias y cursos de actos dirigidos a cambiar los infortunios—  y no solo cuando es reactiva hacia las catástrofes.    

Darle prioridad a las hazañas antes que a los estados de ánimo, es un primer paso para la movilización: significa proceder por encima de los sentimientos negativos.

Es así que alcanzar un solo fin a corto plazo, luego un segundo fin y luego un tercero labra senderos para la reconstrucción gradual.

Bajo esta perspectiva resistir a la adversidad depende de desarrollar pericias personales y grupales, como lo señala Teilhard de Chardin: “nuestro deber es actuar como que si los límites de nuestras capacidades no existen”.      

En fin de cuentas los avances de la metodología basada en evidencias empíricas indican no esperar pasivamente a que la determinación aparezca, sino operar en orden desde  afuera hacia adentro estableciendo un compromiso inmediato para la acción aquí y ahora.   

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