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Ante los muros de Dite

Con buenas intenciones está empedrado el camino al infierno.

Proverbio popular.

Estos 19 años, para los venezolanos, han sido un viaje al inframundo. Hemos caído en lo más profundo del reino de Hades, el Tártaro; ese escondrijo pútrido donde las almas expiaban sus culpas. Hoy por hoy, como los pecadores en los nueve círculos del infierno que Dante conociera de la mano del poeta Virgilio, transitamos taciturnos, apesadumbrados y adoloridos por un valle frío, yermo, trágico; trasteando las penas propias, aunque no reconocemos que jamás han sido atribuibles al prójimo. A las puertas de Dite, desesperanzados y aletargados, parecemos entregarnos a un destino terrible, a una suerte luctuosa porque no sabemos qué hacer, como construir una ruta de salida de este averno que es Venezuela.

Construimos ídolos quiméricos, así como también falsos mesías. Nos dejamos seducir con facilidad y por ello, creímos en salvadores, que sin pudor, erigieron para nosotros una mazmorra pestilente, en la cual nos regodeamos en nuestras miserias. Sablistas irremediables que traicionaron a su país e hicieron de sus apetencias la única nación por resguardar. Pero no nos engañemos, las llaves de nuestros calabozos se las ofrecimos nosotros, libre e irresponsablemente.

Hoy, los cuatro jinetes del apocalipsis deambulan por Venezuela. Desde la comodidad de sus privilegiados estrados, demonios impíos atormentan a todos los que contravengan sus desdichados designios, aun con la saña del esbirro, con la malignidad del tirano; porque en este país, la democracia agoniza encadenada en las galeras inmundas de su captor. Y con ella, agoniza también la esperanza.

No esperemos bondad de los demonios. Su único propósito es vomitar su ponzoña, escupir su odio, infectarnos con sus gérmenes. Vengarse por resentimientos resguardados como un tesoro en sus almas envenenadas. Y luego de hundirse en sus miserias, en el lodo mefítico de sus vilezas, y de haberse corrompido por coquetear con el demonio, ahora su único designio es atender sus caudales y sobre todo, cuidar su propio pellejo, porque bien sabemos, quién le vende su alma al diablo, rara vez encuentra el camino a la redención.

Alcemos pues, nuestra voz. Gritemos, y aún más, con vigor bizarro, exijamos lo que nos es dado naturalmente, aunque tantas veces con dolor. Dejémonos de pendejadas, que los gringos no van a invadir, ni el gobierno va a claudicar de buena gana y sin presión. No son aquellos, personas con quienes sea factible dialogar, y no son las tropas extranjeras, ángeles repartiendo bendiciones. La ventura de una democracia saludable nos corresponde a nosotros, y cuanto antes actuemos, menos cruento será la inevitable pugna entre ángeles y demonios.

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