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Andrés Farías Cintrón: El arte surge de la contradicción

Aquí te dejo la carne sin hueso y las pesadillas que se nos escaparon.

Tiznao

Andrés Farías Cintrón tiene alma de arena y salitre. Nació en una isla convulsa del Mar Caribe y se formó en otra, donde encontró las contradicciones de su propia voz. Después de graduarse de publicidad en República Dominicana, vivió tres años en Madrid donde realizó su maestría en cine, televisión y medios interactivos sin la condena del mar por todos lados. Voló del viejo, viejísimo continente hacía Cuba -isla de islas- donde vivió por cuatro años mientras se formaba en dirección de ficción en La Escuela de Cine y Televisión San Antonio de los Baños – #MetaIsla. Visitó Caracas en el 2015 con su pieza de videoarte Honey Pot (2013), por la cual mereció el premio de la Colección Patricia Phelps de Cisneros. Actualmente se acopla a la industria cinematográfica dominicana después de una estadía en Montreal, donde se embarcó en una investigación acerca de la representación de la mujer caribeña en el cine contemporáneo. También forma parte del Laboratorio de guionistas del Instituto Sundance, en Utah –génesis mormona- para terminar el guión que escribe junto a Laura Conyedo Barral, narradora y guionista cubana, de su primer largometraje: Candela.

El universo de Candela (Rey Andújar, 2007) es un submundo cinético, descarnado e insolente: “En sus páginas encontré mi propio Santo Domingo, una ciudad oscura y llena de desesperanza pero con un espacio para la poesía y la belleza”. Candela narra la historia de una muerte y del deseo por revelar sus causas. Es la historia de una rivalidad manca y de un pasional romance. La historia de Candela: puta, sin patria, bruja. Candela es Caribe Pop.

Tiznao es la primera aproximación a Candela, un paraíso flotante acechado por un huracán; mucha camisa estampada, mucha piel brillante, Mamasijayas y un amante que pareciera estar inconsciente de la vida política y social que lo rodea, pero que sin embargo está dominado por ella. 

«este espacio salado mojado si salto

al vacío hay suficiente agua para tomar

por eternidades reconocernos por el

tiempo más pequeño de los siglos»

 

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Varias voces se han referido al Caribe Pop. Ya en un primer manifiesto, “Caribe Pop Starter Pack”, Nicolás Gerardi escribe: «Ser Caribe Pop es experimentar la desdicha desde la dicha del olvido, no tener memoria, aullar y ayunar. Travestirse en mil fantasías irrealizables; ver la televisión y saber que nunca lo vas a tener, que no vives el sueño americano que para ti es norteamericano”. Miguel D. Mena se refiere a él como “Un espacio donde La Lupe y El Terror Días se encuentran, como para seguir de largo. (…)Un poema visual de lo caribeño, de ese eterno estarse yendo, porque quién dijo que nuestras islas eran fines, ¿espacios de llegada?. El mismo Rey Andújar cataloga el Caribe Pop –el ready-made de las Antillas- como una forma de leer la cultura: “El Caribe Pop es principalmente un tono de luz, una coloración alterada que cuenta el futuro desde un pasado muy cercano. (…) su resplandor es tenue pero sólido, baila con fuerza tras la melancolía”. ¿De qué hablamos cuando hablamos de Caribe Pop? ¿Lo catalogarías como un género, un estilo, un foco narrativo, una estrategia? ¿Cuál es ese carácter incierto que pareciera caracterizar a ese puñado de islas y a ese pedazo de tierra continental de costa sur?

Mi idea fundamental es jugar con cómo entendemos el caribe, usualmente interpretado a través de una mirada foránea y lejana que habla de estereotipos que pueden ser reinterpretados. La jinetera existe, la puta existe. Pero debemos encontrar una nueva configuración para plasmarla en la pantalla. La visión de afuera es que en el caribe se baila. Es cierto: se baila. Pero se baila porque viene un huracán. Nosotros tenemos derecho a decir por qué bailamos.

República Dominicana tiene la mirada fija en Estados Unidos. Negamos de nosotros mismos, nos gusta la herencia española. Sin embargo, yo he querido encontrar en las manifestaciones culturales populares algo valioso que pueda ser reformulado.

Cuando estuve en Caracas compré un libro que se llama Caracas Gráfica, de imágenes que acompañan los comercios urbanos: un Peter Pan volando con una canilla bajo el brazo, un pez gigante coronado que proclama que es el Rey del pescado frito. Seguramente la mayoría de los venezolanos pasa por alto este tipo de expresiones, los artistas probablemente las minimizan, a veces sin darse cuenta que estamos hablando de manifestaciones que no ocurren en ningún otro lugar. Esa misma ingenuidad que vi en las imágenes de Caracas Gráfica se puede encontrar en el trazo del arte popular dominicano. Las referencias son infinitas. El universo teórico del Caribe Pop navega por los ensayos de Fernanda Bustamante, la percusión de Karibik Underwater, la antropología visual de Maurice Sánchez, el ritmo desenfrenado (el musical y el narrativo) de Rita Indiana; Hulda Guzmán, pintora dominicana en Nueva York, quien elige paisajes tropicales que a veces se presentan como pesadillas, escenarios que utiliza como telón de fondo a escenas de orgías de personas de clase alta. Su obra es una aproximación al erotismo, al conflicto de clases, al pesimismo, a las contradicciones: ¿Cómo podemos ser un país con tanto color –metafórica y literalmente- y con tanta hambre? Para mí el arte –con toda la carga de la palabra- siempre nace de la contradicción.

 

Releyendo Estética del hambre de Glauber Rocha, resalté un fragmento que resume el conflicto creativo que surge a la hora de retratar a Latinoamérica: “Mientras América Latina lamenta sus miserias generales, el extranjero cultiva el sabor de esa miseria, no como síntoma trágico sino como dato formal de su campo de interés. Ni el latino comunica su verdadera miseria al hombre civilizado, ni el hombre civilizado comprende verdaderamente la miseria del latino”.

Cierto cine estadounidense ofrece una visión esencialmente publicitaria: una propaganda de un estilo de vida; un sueño lleno de violencia y nacionalismo. Este tipo de cine norteamericano también ha instaurado una ocupación silenciosa de pantallas, con un discurso que no suele abordar ninguna de las inquietudes que nos acechan. Yo entiendo el cine de otra manera. Estéticamente, Latinoamérica comparte más con el cine europeo que con el norteamericano. Desde este punto de vista creo que debemos, como caribeños, emprender una búsqueda a algo, aunque la palabra sea ingenua, más revolucionario. Glauber Rocha logró imponer su voz, logró hacer un cine incendiario, un cine con la mirada fija en nosotros.

En República Dominicana la industria es muy novel, pero no por eso es débil. Así como en Italia surgió el Neorrealismo italiano en una época azotada por el hambre y la tristeza, me pregunto: ¿Cómo podemos reflexionar en torno a las dificultades de la realidad caribeña?

 

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¿Cómo nace Tiznao?

Con Candela. Llevaba ya un tiempo trabajando en el guión y decidí hacer un spin off del universo de Candela como mi tesis de grado, una pieza que funcionara como una aproximación visual. Siempre he tenido el impulso de trabajar con bocetos, como los artistas plásticos.

 

La antología de personajes que ofrece Tiznao es insólita. ¿Cómo manejas la sinergia entre la creación de un personaje bordado en la palabra, la búsqueda del actor y tu rol como director?

Hay directores que ven a los actores como herramientas, yo los veo como co-creadores de la obra. En algún punto tuve que empezar a ver la película como un trabajo colectivo donde uno tiene la dicha de trabajar con personas que complementan la visión. El director de fotografía Saurabh Monga, por ejemplo, con quien he rodado ya cinco cortos, es de la India. Conectar con alguien de la India para que pueda pensar cómo funciona la luz, la sombra, el color del caribe es un proceso mágico. O pensar en cómo suena el caribe; invertir semanas trabajando junto al sonidista para determinar cómo puede sonar el caribe en el interior, en el exterior; cómo puede sonar ese caribe particular que nos interesa.

Me aproximo a mis obras con una preocupación esteticista: fotografía, composición, encuadre, dirección de arte; y en este ámbito la influencia del actor es fundamental. Su forma de moverse en el espacio, su técnica, su gestualidad y su mirada son engranajes de la maquinaria de la imagen. Lubrini es un personaje que sentí como mi alter ego desde su génesis, pero el Lubrini que resultó en Tiznao va mucho más allá de lo que yo pude haber imaginado porque está impregnado del actor. Mi trabajo fue castearlo y guiarlo: decir sí y no. Él iba dibujando, yo iba borrando.

 

La directora argentina Lucrecia Martel tiene una conferencia dedicada a las dificultades de retratar el habla en el cine –el sonido de la escritura- especialmente en el caso del cine en español; razón por la cual muchos directores latinoamericanos han optado por un cine que suprime la voz. ¿Qué diferencia la composición de una escena con diálogo y una de monólogo? ¿Cómo manejas la musicalidad del habla?

Una de las cosas que más me interesa en Tiznao y en Candela es el uso del habla. Para mí, Tiznao no ocurre en la Habana, aunque haya sido grabado ahí. Ocurre en una ciudad ficcional que puede ser Santo Domingo, San Juan o la Habana. Yo soy dominicano, así que el texto está empapado de frases dominicanas y cubanas. A veces utilizamos en el cine una jerga tan jerga que se convierte en un lenguaje hermético, o por el contrario utilizamos un español tan correcto que se convierte en algo plástico y falso. Es cierto que tiendo a evadir los diálogos, a veces porque me gusta más mostrar que decir; otras porque hablo mucho y encuentro otro ritmo, otro compás a través del cine.

Por otro lado, el monólogo de la escena final fue un vehículo maravilloso para hablar de cosas muy jodidas: pobreza, desesperación, soledad, ignorancia. Lo abordé como si de una voz en off se tratara, pero también como una forma de explorar una puesta en escena teatral, un plano onírico donde Lubrini encuentra la libertad para decir lo que quiere.

 

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Pero nadie lo escucha. La sala está vacía. 

Correcto, una imagen que nace de mi propia experiencia como artista. El artista debe de seguir hasta el final, aún cuando tenga la sensación de que nadie lo está escuchando

 

Lubrini encarna el quiebre de la masculinidad caribeña. Vemos lo arraigados que están dos de las muchas dimensiones de la identidad: el género y lo regional.

Tuve que estudiarme mucho para percibir el racismo, el clasismo, el machismo y la homofobia dentro de mí. Uno va arrastrando miedo e inseguridades que inevitablemente te llevan a la reflexión. Narrar esta historia era importante. República Dominicana es -quizás como yo- un país machista, clasista y homófobo.

 

Una de las anotaciones que hice cuando vi Tiznao fue “Fukú”, un concepto que leí por primera vez en La maravillosa vida de Oscar Wao, de Junot Díaz, pero que también cobra vida en el poema del escritor soviético Yevgeny Yevtusenko: —sorpresa, sorpresa—FUKÚ. Fukú es la leyenda de la maldición eterna que recorre y persigue al continente latinoamericano. Tiznao es una historia con Fukú, con una condena desde su origen.

Queríamos narrar dos cosas: la búsqueda, y la tragedia detrás de la búsqueda. Nada más trágico que creer que eres dueño de tu destino, que en realidad le pertenece a los dioses. Me gusta la idea de que todo está perdido antes de empezar.

 

El escritor cubano Eliseo Alberto da las palabras iniciales en el documental Entre México y Cuba todo es bonito y sabroso con la siguiente afirmación: «Los hombres y mujeres de Cuba, desde siempre, hemos sido una especie de náufragos. La isla se convierte en una suerte de barco encallado entre las dos Américas. Eso nos obliga a estar mirando siempre hacia el horizonte, porque todo lo que entra y sale de la isla pasa por esa raya imaginaria entre el cielo y el mar«. Por otro lado, Gerome Gil afirma que “A través del cine, el tiempo es una isla” ¿Qué es para ti una isla?

Una isla es un punto de quiebre errático y pendular que funciona simultáneamente como ancla determinante y espacio de inicio: el amague justo antes del arranque deseado y el choque generado ante la imposibilidad de moverse con libertad literal y metafórica por el mundo. Además, me da la impresión de que en las islas (del caribe) hay una falsa ilusión de movimiento. Los caribeños insulares siempre estamos a la espera (¿pero a la espera de qué?) con la vista apostada sobre el horizonte o la parcela vecina, como si estuviésemos esperando que por fin las cosas acabaran de arrancar o de joderse, da igual, lo importante al final del día es seguir nadando aun sabiendo que quizá nunca lleguemos a alcanzar la otra orilla.

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