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Andrea Rojas Vasquez

Andrea Rojas Vásquez: “Una conversación entre la cotidianidad y la ausencia”

Andrea Rojas Vásquez es una escritora y gestora cultural independiente originaria de Ecuador (1993). La poeta nacida en Loja vive su creatividad más allá de la escritura, con un riquísimo mundo interior y una intensa sensibilidad. Nos comenta: “La creatividad es, ante todo, un elemento propio -y quizá el más grande- de la condición humana, en ese sentido todos tenemos algo de creadores y habría que pensar que la creatividad siempre entrega herramientas para confrontar la vida”. La poeta ecuatoriana es autora de Matar a un conejo (Editorial El Quirófano, Guayaquil, 2020), una escritura que se edifica como una conversación entre la cotidianidad y la ausencia. Sus textos se encuentran publicados en medios digitales e impresos de su país y Latinoamérica. Integra las antologías Caballos Nacidos Del Polvo (UARTES Ediciones, 2019) y El vuelo más largo. Poesía hispanoamericana (Ángeles del papel, 2020). Obtuvo la mención de honor en el Concurso Nacional Ileana Espinel Cedeño- convocatoria 2019 y 2020. Actualmente dirige el proyecto Collage Oniria e integra el Laboratorio de autores Contra el terror (Argentina, 2021).

 

Andrea Rojas Vasquez

 

2020 ha sido un año dramático, ¿qué rol piensas que pueden cumplir los creadores en este mundo lleno de miedo y terror, pero también de posibilidades infinitas de nuevas lecturas, de amistad, de amor?

La creatividad es, ante todo, un elemento propio -y quizá el más grande- de la condición humana, en ese sentido todos tenemos algo de creadores y habría que pensar que la creatividad siempre entrega herramientas para confrontar la vida. Ahora bien, yo creo que los creadores estamos convocados a asumir la consciencia de que podemos abrir la posibilidad de construir el pensamiento desde el aquí y el ahora para el mañana. 

Me parece que en un escenario como el nuestro donde existe una lógica de superposición de crisis, hay que tratar de mirar con mucho criterio lo que está sucediendo, perfilar alternativas para subsanar el caos y hacer un ejercicio de reflexión para sostenernos humanamente ante las dimensiones de la adversidad. Estoy segura que podemos tener un impacto a través de la articulación artística y trazar horizontes de acción que esbocen refugios desde los lazos comunitarios. 

Sin duda, en estos 2020 y 2021 el desafío planteado es brutal; hay que apropiarnos de la idea de la resistencia y hacer todo lo posible para mantenernos lúcidos. Es claro que el problema no es solo la pandemia, sino nuestra manera de consumir, pensar, hacer, sentir, soñar, estar dentro y fuera de la virtualidad. Necesitamos formular qué hacer con el brillo de nuestra creatividad para hacer frente al capitalismo contemporáneo. Intuyo que tenemos un diálogo pendiente con nuestra empatía y solidaridad.

La vida me desconcierta, pero me abrazo a la imaginación, y más que nunca, me abrazo a la esperanza.

 

Andrea Rojas Vasquez

 

¿Cuál consideras que es el estado actual de la poesía latinoamericana, ecuatoriana y de Loja, tu tierra?

Me encanta esta pregunta porque en estos años he conocido una constelación muy nutrida de poetas hispanohablantes y me atrevo a imaginar el estado de la poesía latinoamericana como una fruta fresca que estalla en la boca. Amo la policromía de las voces poéticas que articulan discursos ricos a través del lenguaje. Amo entender que las palabras viven para construir el pensamiento y el pensamiento, a su vez, adquiere la capacidad de delatar realidades, y amo que esas realidades tan diversas converjan en el mismo anhelo creativo. 

Creo que en Latinoamérica hay una intención muy fuerte de erosionar el silencio. Tengo fe en voces como las de: Ray Paz Quesquén, Florencia Piedrabuena, Roxana Palma, Daniel Arella, Pamela Rahn, Diego Abreu, Marco Grosso, Fiorella Terrazas. 

En cuanto a mi país, creo que el estado de la poesía es un día de sol intenso bajo el que se camina con esfuerzo. Reconozco que me produce mucha alegría ver mujeres escribiendo y me abriga el corazón saber que esas mujeres se leen desde la internacionalización, pero también desde adentro, desde nuestra casita-línea imaginaria. Pienso que la literatura ecuatoriana es valiosa, y veo ese valor en las voces que ya han configurado una arquitectura poética sólida como: Sonia Manzano, Juan José Rodinás, María Auxiliadora Balladares, Roy Sigüenza, Luis Carlos Mussó, Augusto Rodríguez, Rocío Soria, Cristian López Talavera, Alfonso Espinosa Andrade, Santiago Vizcaíno, Edison Navarro, Juan Secaira, Gabriela Vargas, Andrea Crespo.

Y por supuesto, creo con firmeza en las voces más jóvenes que están labrando su recorrido como: Juan Romero Vinueza, Yuliana Ortiz, Amanda Pazmiño, Alexandra Oña, Josué Negrete, Juan León, Tamara Mejía, Karina Varas, José Vásquez, Olmedo Guerra, Roxana Landívar, Sandy Vallejo, Diego Salazar, Doménica Concha, Jorge Aguilar, Alexander Ávila, Issa Aguilar Jara.

En lo referente a mi ciudad, no puedo dejar de pensar en Loja desde esa condición andina de la lluvia constante y la garúa. Las voces poéticas de acá son idénticas al viento que se levanta para resonar con valentía desde lo aparentemente periférico. Propuestas sostenidas como las de Bernardita Maldonado, Paulina Soto, Tania Salinas, Patricio Vega, Edwin Paredes, Sara Montaño, Pamela Cuenca, Darío Jiménez, Pablo Gómez, Brenda Torres, son esenciales para el futuro.

Por supuesto, solo menciono algunos nombres. Pese a las crisis, Latinoamérica, Ecuador, Loja son espacios prósperos para el ejercicio creativo.

 

Andrea Rojas Vasquez

 

Matar a un conejo (El Quirófano Ediciones, 2020) es un libro extraordinario. ¿Cómo fue el proceso de crear al conejo y sus madrigueras, metáfora de la poesía y su relación dialéctica con la escritura?

Matar a un conejo propone una conversación entre la cotidianidad y la ausencia. Entiendo que hay un hilo de humor (no intencionado) que va saltando entre páginas y eso me alivia porque buscaba un libro que jugara mucho con las ideas más allá de las formas. Compuse algunos textos entre 2018, 2019, y 2020, siendo este año más reciente el tiempo para peinar bien algunos hilos sueltos. Reconozco que, tratándose de mi primer trabajo publicado, tenía mucho miedo y pensé con mucho detenimiento cada cosa. Temblé la primera vez que vi el libro en digital, y temblé inmensamente al verlo en imprenta; al recibirlo en mis manos no pude hacer más que agradecer y besarlo como si fuese mi guagua (es decir: mi hijo). Me causa aún cierto ardor en la cara mirar el libro porque sé que es mío y a la vez sé que le pertenece enteramente a la dialéctica de otros ojos. Con Matar a un conejo descubrí el borde de mis obsesiones (pero no su hondura), y también miré ciertas heridas que por fin se suturan. Me alegra haber soltado al conejo, lo amo, lo deformo, lo entrego para que, desde la ferocidad de su propia autonomía, respire libre.

 

Derrida y Sloterdijk han escrito sendos textos sobre la relación entre el animal y el hombre, que en mi opinión define nuestro vínculo con esa zanahoria que es la escritura. ¿Cómo la poeta establece el vínculo entre escritura, poesía, animal y humano?

La primera vez que vi un abecedario tenía cinco años y las formas que componían las letras parecían animales agazapándose, abriendo y cerrando los ojos o la boca en un gesto hermoso e inmóvil. Desde temprano intuí que ese comulgar con la animalidad me pertenecía, lo que no supe- y descubrí recientemente- es que mi lugar de enunciación en la literatura estaría tan intensamente enlazado a lo animal; quizá algo tenga que ver la presencia de mis perras. Victoria (la más viejita de mis perras) lleva 10 años junto a mí, tengo la teoría de que he hecho míos sus gestos, y, me pregunto cuál será su mirada ante la vida. En estos años me preocupa la violencia en general, me preocupa la forma en la que comemos y cómo tratamos a quienes consideramos material descuartizable. Me inquieta la idea de que nuestra fuerza productiva o cognoscitiva también sea carne. Me atraviesa la idea de cómo construimos nuestros afectos, y también quiénes somos cuando palpamos tan de cerca la pérdida y la ausencia. Creo que la escritura me ayuda mucho a entender y compartir lo que humanamente me interpela.

 

En Matar a un conejo la escritura poética crea su propia dialéctica, sus propias madrigueras de sentido, no es poesía en estado puro, es producto de la experimentación híbrida con los géneros que nos plantea el escritor posmoderno, en este caso, latinoamericano, también como estrategia que busca desalojar al poeta del espacio de lo sagrado como una estructura inmóvil que nos fagocita. Al mismo tiempo Byung-Chul Han nos hace saber que en este mundo donde no existe el amor, donde nos autodisciplinamos para consumir y consumirnos, los rituales están incendiados, en peligro de extinción. Entonces, ¿cómo el lenguaje y la poesía pueden mantener el ritual y al mismo tiempo conjurar el espacio, la madriguera existencial de lo sagrado que es sangrado del ser también? 

Para mí la escritura es mi madre, es mi padre, es la casa a la que vuelvo cuando algo dentro de mi sangre gotea, duele, arde. El oxímoron es que escribo desde la incomodidad y el caos para buscar sosiego y transparencia. Cuando estoy tensa, bailo; ese es mi ritual para llevar el territorio de mi cuerpo a otro estado.

Cuando escribo poesía casi siempre busco silencio, bebo agua cruda y lloro; sin embargo, el llanto (sin buscarlo tanto) se me ha vuelto ironía y crítica. Me siento convocada a escuchar continuamente a los que parece que entienden mejor ciertos signos de este mundo, pero, no siempre comprendo. La literatura (en todas sus manifestaciones) puede llegar a colapsarme y excederme, por eso prefiero leer y escribir despacito. Me siento como un grano de arroz ante la gran arquitectura del lenguaje, y entender mi pequeñez me sirve para pensarme a mí misma con mucha valentía. Mi deseo es explorar en todas las claves posibles del lenguaje. Le tengo miedo al tiempo que se disuelve ágilmente. No le tengo miedo a desafiar el silencio. 

 

Andrea Rojas Vasquez

 

LEER EL PERIÓDICO ES COMO VER UNA PELÍCULA DE RAMBO DONDE TODOS MUEREN Y NADIE SABE POR QUÉ

Escribí once años y no entendí nada

Fui a la escuela y no entendí nada

Fui a la secundaria y no entendí nada 

luego pública fui al Banco

para ir a la universidad privada

y privada pedí permiso para levantar la

                                                             mano

permiso para ir al baño y permiso para no ir dos días

o mejor no llegar o llegar desnuda  

transpirada

                              conflictiva

medio dormida

montando el lomo del minotauro 

con el laberinto encerrado en el vientre   

sin entender nada.

Soy un niño cada vez que levanto la mano.

Soy un niño, corto la flor más roja 

 y me la pongo en la cara.                                        

La abuela quiso siempre un lugar donde mirar las flores. 

La abuela dijo que quería verme crecer  

como los edificios en luces de neón 

mientras veíamos dientes de león crecer en la vereda,                                                   

bañados en la orina de los perros.

                                              Si levanto la mano 

y pido permiso, mi deseo es ser  a l e t e o.

                                                     Quiero dormir

mientras ese aleteo me hace hundir la cabeza en el agua

mientras la abuela me siembra flores de sangre en la nariz    

                                                                 quiero dormir

ahora que defiendo algo que solo existe en mis ojos  

                    quiero dormir

 y sueño con el mar estallando en mis dientes.

                                    ((A veces mi aleteo

                             levanta el rugido del agua))

 (De Matar a un conejo, 2020)

 

ENSA   YO – CON UN CONEJO

 

+de cuando éramos muros

y un par de niños cubrían el infinito con sus manos

Deconstruir el cuerpo es:

..A.- hacer en la piel una mancha/

…..A.a.- hacer en la piel una mancha purpura/

………A.a.2 .- hacer en la piel una mancha purpura diminuta/

…………………………………………………………………Deconstruir el poema 

……………………………………………….es más que hacer la ridícula descripción de un hematoma/ 

Construir es dejar una mancha en el muro llamar a esa mancha: poema 

y llamar MUNDO al muro/

(De Matar a un conejo, 2020)

 

CANTO A LAS RATAS 

                                                    I

Cerca,

el agua hierve en la olla blanca. 

Mamá, en el ejercicio por nombrar las cosas con rapidez, entorpece. 

No dice: la olla, dice: «esa cosa» 

<Apágame esa cosa> 

Y yo, torpe más allá del lenguaje, 

me muevo al centro para mover 

la perilla izquierda. 

El gas apesta. 

Una flama débil arma solita, 

escándalo y combustión ante mis ojos 

y la boca de la cacerola emprende el camino del ennegrecimiento, 

pero yo no hago nada. 

Corro en cuadraditos imaginarios que nacen a partir de flotantes cuadraditos de papas. 

Estoy apagada en el estómago 

de una olla 

que se incendia. 

Estoy turbia. 

Estoy cosa. 

Hay tanta muerte, 

tanta vida que no se puede nombrar. 

Pero nómbrame. 

Ven a decirme 

que existo aunque 

el cielo no me crezca adentro. 

Soy una fiesta de carnaval 

con muertos que estallan en la boca. 

Soy una fiesta de carnaval. 

Soy una fiesta. 

¿Te conté que las ratas se metieron a la casa? Yo las veo moverse, 

pero no quieren salir.

Ven. 

Ahora te miro a vos 

aunque solo tengo ratas en los ojos.

Papá, 

ven con tu bien bañada cabeza.

(Inédito)

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