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Amor a batazos en Venezuela

No es fácil resumir los absurdos. Intentemos: Nicolás Maduro dice que ama a Venezuela y llama a su defensa, con todas las evidencias de oportunidades derrochadas en contra. Y algunos insisten en que lo «mejor» para el país -y ellos mismos- es que ese retroceso de 20 años se mantenga, para «evitar sangre».

Los hay oportunistas y hasta ingenuos, trasnochados y aún traumatizados por la huella de la extrema derecha en Europa, Centroamérica y el Cono Sur, fieles a las camisetas del Ché y Fidel.

Otros -la mayoría sensata- saben que el «bolivarianismo» es inviable e injustificable, porque hasta la destrucción tiene un límite, venga de donde venga. Quien no come, se muere. Así de simple.

Entre unos y otros, hay un grupo más que todo fastidioso y arrogante, que hace mucho daño por su hipocresía y doble moral. Son los «auto» expertos sobre Venezuela, capaces de dilucidar toda clase de teorías, explicaciones y argumentos, y sobre todo juzgar la legalidad del ingeniero Juan Guaidó al proclamarse presidente, siguiendo la Constitución que Maduro ha violado desde que nació, literalmente. Pero esos ultrajes no los ven.

Allí hay periodistas, panelistas, licenciados, silenciados a conveniencia, figurantes y, por encima de todo, analistas graduados por ellos mismos. Son los mismos que hablan «del golpe de abril de 2002», obviando a conveniencia la renuncia de Chávez acorralado por sus masacres y abusos, mientras la única arma de la oposición fue un bolígrafo mal habido.

A consecuencia, desde 2002 la OEA de César Gaviria empezó el tema del «diálogo en Venezuela», con unas mesas de negociación que el oficialismo irrespetó desde el primer día, ayudado por infiltrados en la oposición. Luego, la indescriptible «labor» de Insulza, Zapatero, Bergoglio, Obama, Santos y Leonel Fernández, viviendo del caos, como los pillos de «Pulp Fiction».

Hoy, todavía gobiernos como los de Uruguay, México e Italia tienen la arrogancia de llamarse «países neutrales», para distanciarse de quienes sí han reconocido a Guaidó.

Ellos -gobiernos de seudo izquierda y con fuertes rumores de financiamiento desde Caracas- se creen muy sabios, diplomáticos, hidropónicos, antisépticos y gluten-free. Quizá hasta soñando con un Nobel de la Paz, aprovechando que la muy democrática Noruega tampoco ha reconocido a Guaidó, aunque otrora ha perdonado a guerrilleros y terroristas.

Mientras, atrapados entre promesas de amor y balas, millones de venezolanos padecen aturdidos la hiperinflación, el hambre, la censura, la tortura, los apagones, la escasez y el renacimiento de enfermedades hoy en día impensables. Y al emigrar en masa se enfrentan a pasaportes valorados en más de 4.000 dólares en el mercado negro y, si logran salir por tierra, a la xenofobia de naciones vecinas cuyos expresidentes fueron tan «neutrales» como los de hoy.

Chile, Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina, España… todos tuvieron líderes que contribuyeron a prolongar las violaciones, los crímenes y la corrupción de Chávez y Maduro, por acción u omisión. Pero eso no impide que un futbolista llame «muerto de hambre» a su homólogo venezolano en Rancagua. Un chisme «menor», si se considera que en Venezuela morirse de hambre es una realidad y en otros países los atacan con piedras y les queman las casas que han improvisado.

Ciertamente ningún país puede asumir tantos refugiados y en todo grupo masivo de extranjeros, como se ha visto también en Alemania, se cuelan delincuentes. ¿Pero acaso no son más criminales los narco ladrones que han destruido a Venezuela y quienes insisten en prolongar ese «campo de concentración»? Una realidad así descrita valientemente por el diario «El País» de Montevideo y tan nefasta que Bachelet no se atreve a visitar, siendo su obligación como comisionada de derechos humanos de la ONU.

Basándonos en los autoproclamados «expertos», los aliados nunca hubiesen liberado a Europa, y criminales como Noriega, Hussein, Milosevic y Gadafi aún estarían asesinando a sus pueblos. ¿Acaso de tanto petróleo el mundo cree que la sangre venezolana es de otro color?

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