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aminta de lara entrevista
Photo Credits (video): SupportPDX ©

Aminta De Lara: el teatro es la fotografía del alma

Hay personas que parecieran nacidas para subir a un escenario. Lo llevan escrito en su cuerpo, en una manera de ser que surge natural de su interior. Ocupan el espacio con una personalidad que no permite invisibilidad.

Aminta De Lara es, sin lugar a dudas, una de ellas.

Actriz, dramaturga y directora, Aminta De Lara crece entre artistas e intelectuales en esa Venezuela de ayer que apreciaba la cultura. Tras la muerte prematura de su padre, se muda junto con la madre y los hermanos, en casa de la abuela, Ana Julia Rojas, mujer que a la cultura, y en particular al teatro, dedicó la vida entera. Honra su memoria una sala del complejo cultural Teresa Carreño titulada, Ana Julia Rojas, a recuerdo del gran aporte que dio a la difusión de las artes escénicas en Venezuela.

Aminta respira creatividad y aprende la disciplina que impone el buen teatro. Desde pequeña entiende que la actuación es el medio a través del cual logra expresar mejor su interioridad. Es una pasión que nace y crece con ella para nunca más abandonarla.

 

Aminta de Lara

 

¿Hasta qué punto tu abuela, su enseñanza o quizás el deseo de emularla, influyeron en la creación de esa pasión?

Aminta sonríe sumergida en sus recuerdos mientras, con un gesto que le es habitual, ahonda las manos en sus cabellos. Melena, que a cada movimiento pareciera adquirir vida propia, de un negro rayado por un mechón blanco que el tiempo le coloreó con intención seductora.

Creo que más que mi abuela me marcó vivir entre tantos artistas y gente de teatro. Mi abuela y yo teníamos una personalidad bastante parecida. Sin embargo no me empujó hacia el teatro, no lo veía como la mejor opción de vida para mi. Ella era una gran mecena y no es que no me apoyara pero diría que más que el amor hacia el teatro ella me inculcó la pasión hacia el tenis. Porque también fue campeona de tenis, disciplina que comenzó a practicar a los 40 años. Era sin duda una mujer excepcional bajo todo punto de vista. Son muy pocas, entre las personas que conozco, aquellas que tienen su mismo nivel de generosidad, esa capacidad de dar sin la compasión boba, sin la caridad puesta en el sitio de la lástima. Fue una mujer adelantadísima a su tiempo. Y yo la quise y la respeté mucho. Sin embargo mi pasión por el teatro, diría casi mi necesidad de hacer teatro, surge de algo mucho más profundo. El teatro es un espacio en el cual logro manifestar cosas que no sabría expresar de otra manera. Lo necesito para sobrevivir. Sin el teatro me ahogaría.

 

A pesar de tu trayectoria como actriz, también eres dramaturga y directora. ¿Cómo concilias todas esas facetas?

Estudié actuación en Nueva York, en la American Academy of Dramatic Arts. Mi madre había nacido aquí y eso me permitió permanecer durante diez años sin problemas. Su muerte me trajo de vuelta a Venezuela y me fui quedando mucho más tiempo del que suponía. Estando en Venezuela entendí que, si quería actuar piezas interesantes para mi, tenía que escribirlas yo misma. La primera obra que escribí se llamó Un bolero de hoy. La montamos en Caracas, en la sala Horacio Peterson. La actuamos Jeannette Leahr y yo y la dirigió Enrique Salazar. Fue en el año ’91.

 

Aminta de Lara
La Importancia de llamarse Blanca 2001 Eduardo Calcaño, Jeantte Leahr

 

¿Y en qué momento decidiste escribir, actuar y dirigir?

A raíz del montaje de Un bolero de hoy conocí a un gran actor, Alexander Milic con quien forjé una relación de hermandad extraordinaria. Años más tarde escribí otra obra, la Monalisa, y la dirigí. En esa ocasión dije a Alexander que en la obra había un personaje que era una mujer pero que, en mi opinión, él podía hacer perfectamente. Así fue, Alexander actuó como la Nana y junto a él estuvieron María Luisa Lamata, Violeta Alemán, Katy Serrano, Antonio Javier Carrasco, Wilfredo Cisneros y Carolina Luzardo. Fue una experiencia de la que salimos muy entusiasmados. Formamos un grupo que empezó a reunirse semanalmente y fue Alexander quien me empujó a dirigir y actuar al mismo tiempo. Me dijo: “Es lamentable que no estés en las tablas, el resultado no es el mismo”. Seguí su consejo. Lo que más me duele es que ni él ni su pareja, Antonio Javier Carrasco, pudieron actuar en una obra que había escrito expresamente para ellos. Ambos murieron antes. Alexander, sin decirme que estaba enfermo, me había hablado de su ilusión de trabajar en una obra junto con Antonio y fue a raíz de esa conversación que escribí La importancia de llamarse Blanca.

 

Tus personajes tienen la peculiaridad de prestarse para ser actuados por actores y actrices sin dificultad.

Sí, desde mi primera obra, Un bolero de hoy, descubrí que si bien había sido pensada para dos mujeres podía adaptarse a dos hombres. Luego la hicimos con dos mujeres, dos hombres y un hombre y una mujer. Lo mismo pasó con La importancia de llamarse Blanca, la primera obra que escribí, actué y dirigí. Íbamos a actuarla Antonio Javier, Alexander, Janet Leal y yo en roles entrecruzados que mostraban el lado femenino y masculino de los personajes. No pudimos hacerlo y para mi fue muy doloroso. Luego la monté en el Rajatabla, y la actuamos Jeannette Leahr, Wilfredo Cisneros, Carmelo Lapira y yo. Años más tarde volví al Rajatabla y la actuaron, Jeannette Leahr, Wilfredo Cisneros, Beatriz Vazquez y Eduardo Calcaño.

 

Aminta de Lara
La importancia de llamarse Blanca 2005 Pedro de llano, la silueta de Fernando Then, Aminta de Lara

 

Tu empezaste a emplear herramientas como el video en tiempos en los cuales muy pocos directores se atrevían a hacerlo. ¿Qué fue lo que te impulsó a usar recursos tan innovadores a pesar de las críticas que muchas veces esas decisiones despertaban?

Creo que el teatro tiene que caminar con una velocidad diferente para desarrollar un lenguaje que sepa estar acorde con nuestros tiempos. Cuando, en 1999, monté mi unipersonal Doble imagen en la Sala de Conciertos del Ateneo de Caracas, utilicé unas proyecciones para hablar del encuentro entre lo externo y lo interno de una mujer quien está encerrada en un apartamento, del cual no puede salir por razones tontas, y se ve obligada a encontrarse consigo misma. Era una obra que había que mirar en estéreo, en la cual la actuación en vivo era tan importante como las imágenes proyectadas. Público y crítica se dividieron, algunos amaron esa innovación y otros la detestaron. Para mi fue una gran experiencia y me gustaría volver a montarla hoy, y que esa mujer sea de nuevo yo pero con casi 20 años de más.

 

¿En esos años mantuviste relaciones con los teatros de Nueva York?

Sí, sobre todo con Latea y el teatro La MaMa. En 2005 dirigí La importancia de llamarse Blanca en un montaje para el Julia de Burgos Cultural Center, de Nueva York. Actué junto con Fernando Then, Diana Chery y Pedro de Llano. Fue un éxito y tres de los actores, Pedro de Llano, Fernando Then y yo fuimos galardonados con los premios ACE a la mejor actuación y con los premios HOLA a la mejor actuación y a la mejor producción. En 2014 la presenté en Latea con Robbie Ramos, Howard Collado, Marion Elain y Lorraine Rodriguez.

Otra obra Fin de siglo, que escribí en memoria de Alexander Milic y Antonio Javier Carrasco, se estrenó antes en el Rajatabla en 1996, con la actuación de Danny Jacomino Bordón y mía y luego, en Nueva York, en La MaMa, en 1998, en el Theater for The New City, en 1999 y en Latea, en 2014. Y Golondrina/Swalow la dirigí y actué en La MaMa en 2007 con Diana Cheery, luego en Venezuela en el Centro Cultural Trasnocho con Caridad Canelón. En 2014 se presentó en Latea y en 2015 de nuevo en La MaMa. En ambas ocasiones yo me encargué únicamente de la dirección y la actuación estuvo a cargo de Robbie Ramos, Howard Collado y Marion Elain.

 

Aminta de Lara
Golondrina 2010 Caridad Canelón, Aminta de Lara

 

En noviembre presentarás una nueva obra en Latea: Cradle Song, Canción de cuna. ¿Podrías hablarme de ese montaje?

Creo que lo primero que debo decir es que en este momento de mi vida las obras que escribo no logran distanciarse de la realidad de mi país, Venezuela. Esta última obra, Cradle Song, la primera que escribo directamente en inglés, habla de un suicidio colectivo y de una mujer que como último acto de rebeldía decide suicidarse antes, sola. La idea surgió a raíz de un viaje que hice a Miami para ayudar a una amiga de descendencia húngara quien se había caído de la bicicleta y casi no se podía mover. Ese encuentro fue nefasto porque ella estaba sumergida en una neurosis muy fuerte y yo, recién llegada a Nueva York, andaba con una gran tristeza a cuestas y un profundo dolor por la tragedia que vivía mi país. Al salir de Miami supe que necesitaba transformar esa experiencia en una obra. Intenté escribirla en español pero no funcionó y quedó allí durante un tiempo. Luego la retomé y la escribí en inglés porque los personajes no me hablaban en español. En un encuentro con un querido amigo y excelente actor, David Wasson quien tras un accidente no puede estar mucho tiempo de pie, le pregunté si querría actuar en el papel de Frida, pensando como siempre que mis personajes pueden ser hombres o mujeres sin problemas. Sin embargo esta vez el personaje no podía ser un hombre y se me ocurrió que fuera un «transgender». Funcionó y Frida, «transgender», por una serie de casualidades, termina viviendo unos días con una latina quien teme ser deportada. Será el encuentro entre dos seres prisioneros, uno es prisionero de su cuerpo y el otro de un país. Es una obra que habla del desarraigo, de la emigración, del desencuentro, de la opresión. De un colectivo que opta por lanzarse al abismo y de la complejidad del individuo quien decide suicidarse solo como último acto de libertad. También del amor de Frida por Frida quien abraza un cuerpo con el cual no se puede relacionar. Otro personaje, el más joven, quedará con una pluma en la mano y un mar de por medio, obligado a seguir contando el cuento. Con esta obra quise dejar un regalo a los muchachos que han trabajado conmigo, son latinos pero son gringos y yo siempre les digo que deben escribir su misma historia porque de otra manera no quedará registro de ella ya que nadie la escribirá en su lugar.

 

Tengo entendido que en este montaje va a ser fundamental el juego de luz.

Hace años, desde que entendí cuán difícil es crear una compañía y moverse juntos, decidí realizar montajes tan sencillos que cabían en una maleta. Es por esa razón que mi compañía se llama SinTeaTro, nombre que refleja mi concepción de hacer teatro. En esta ocasión la escenografía está constituida por pocos elementos y unos efectos de luces que llegan de unos proyectores, todavía no sé exactamente cuantos. Ellos marcarán unos pasillos de luz divididos por sombras que determinan el territorio del desencuentro entre personajes que nunca logran comunicar. La obra es también una reflexión sobre esa postura actual según la cual la exposición en sí es un acto de valentía. Luz y sombra es lo que somos, lo que todos tenemos adentro y estar o no en uno de los dos espacios va a dar un significado especial a los movimientos de los actores. A todo eso se agregan las sombras que se extienden hasta la pared de atrás creando efectos interesantes que deseo explorar aún más.

 

Aminta de lara
Doble imagen 1999, Aminta de Lara

 

Es un juego que deja pensar en una fotografía, en ese proceso del revelado en el cual las sombras esconden una imagen que poco a poco va cobrando luz.

Siempre pensé que el teatro es la fotografía del alma. En mi opinión esa es su razón de ser.

 

¿Cómo resumirías el teatro, qué es para ti y qué aspiras transmitir?

Considero que el teatro es un rito, es mi forma de rezar. Es una manera de hundirse en esos lugares oscuros que todos tenemos. Pienso que la única manera que nos permite poner afuera nuestro interior es a través de un cuento externo. La burbuja de otra realidad tiene que aparecer para que tu puedas crear un canal de comunicación contigo y con los demás. Cuando surge una idea que me gustaría desarrollar ya no tengo paz. Para mi escribir es una tragedia, duele, sufro horrores. Pienso en la historia en cada momento, los personajes me van persiguiendo, toman vida, y me meto en esa realidad alterna-interna, que está inevitablemente ligada a mi. Creo que podemos comunicar solamente si narramos lo que nos toca, lo que conocemos y nos lleva a ese espacio del rito del rezo, a reflejarnos en el espejo de la fotografía del alma humana. Cuando el teatro funciona se transforma en un acto de fe maravilloso, es el encuentro entre quien cuenta una historia y quien se sumerge y cree en ella. Ese momento es mi razón de ser, es cuando siento el privilegio de estar allí, y vivo el teatro como una bendición y un sacerdocio. 

 

Mientras dialogamos con Aminta De Lara no podemos dejar de admirar la manera como su cuerpo habla con un lenguaje casi más efectivo y profundo de las palabras. Al igual que los silencios que marcan el ritmo del tiempo entre el pensamiento y la palabra. Cada movimiento, cada mirada, refleja el viaje en su interior que ella hace antes de dar una respuesta. Y pensamos que si tuviéramos que definir con una sola palabra a Aminta De Lara esa palabra sería: entrega. Entrega incondicional y honesta cuando escribe, cuando habla, cuando actúa, cuando quiere. Entrega, esa es su manera de vivir.


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