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America Latina y libertad de prensa

Libertad de informar. Mas, también el derecho a estar informados. Son dos de los bienes más preciados de una sociedad moderna. Y, por esa misma razón, en constante peligro. No acaso, la Asamblea General de las Naciones Unidas, al promulgar el 3 de mayo de 1993 el “Día mundial de la libertad de prensa”, reconoció abiertamente el valor de una prensa libre, independiente y pluralista y su importancia en toda sociedad democrática.

En principio, como explica el sociólogo, investigador y profesor universitario Marcelino Bisbal, “la libertad de expresión es un bien instrumental que debe tener como fin la búsqueda de la verdad…” (“La libertad de expresión habla de la libertad de expresión”, prodavinci.com, 12 de mayo de 2014). Es decir, los operadores de la información – los periodistas – son quienes, a través de su trabajo, permiten que se conozcan las deficiencias del sistema. No es novedad alguna. La historia de la humanidad tiene ejemplos a granel. Mas, es suficiente recordar a dos: la renuncia de Richard Nixon a la presidencia de los Estados Unidos luego de que los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Carl Bernstein, revelaron el “affaire Watergate”; y la del presidente Giovanni Leoni, a raíz del libro-denuncia de la periodista Camilla Cederna. “Giovanni Leoni: la carriera di un presidente”. Es esa capacidad para destapar ollas y para poner al descubierto las debilidades humanas lo que asusta al poder.

Está muy lejos la época en la cual Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, afirmaba que “nuestra libertad de prensa es una bendición y ella no puede ser limitada sin perderla”. Y, a pesar de haber transcurrido ya casi un siglo, qué cercano se nos hacen los años en los cuales Benito Mussolini, entre bombos y platillos, proclamaba que “con la libertad de prensa los diarios publican sólo lo que quieren que se publique las grandes industrias, o los bancos, que pagan los periódicos”. Los gobiernos con vocación autoritaria que han caracterizado la vida de países pequeños y grandes en América Latina, temen el poder de la prensa cuya tarea es la búsqueda de la verdad. De ella, a veces, emergen las denuncias sobre las debilidades de los gobiernos, las ineficiencias de la burocracia y, en particular, la corrupción en las más altas esferas del poder. Es por ello que gobiernos autoritarios, con evidentes tintes militaristas, tratan de acallar la prensa independiente.

Épocas nuevas, estrategias nuevas. Han quedado atrás los años en los cuales la violencia física se transformaba en un mecanismo sistemático de represión. Obviamente, todavía se reseñan casos. Pero, son cada vez menos; coletazos de prácticas anticuadas que se rehúsan en desaparecer. Los gobiernos, hoy, prefieren mecanismos más sutiles que, a la vez, resultan más efectivos. Decimos, fiscalización insistente y multas absurdas, limitaciones de acceso a las fuentes de información, desacreditación de periodistas y mass-media – “una mentira repetida mil veces se convierte en una realidad, Joseph Gobbels dixit -, restricciones a las materias primas e insumos indispensables para la publicación de libros, revistas o diarios. ‘Dulcis in fundo’, la adquisición de medios, otrora libres, difusores ahora del “pensamiento único”. Antonio Pasquali, filósofo, sociólogo de la comunicación e investigador italo-venezolano, al referirse al fenómeno de la centralización de medios en Venezuela escribe que “el intento chavista de monopolizar las comunicaciones consta de un poderoso sistema emisor proprio y de un perverso e incesante esfuerzo por ‘pulverizar’ el poder emisor del ‘enemigo’”. (El Nacional, 14 de septiembre de 2014). Y, más adelante, en el mismo artículo explica que “su ‘pars destruens’ no es un fracaso; el flexible empleo de amedrentamiento, agresión, venta forzosa, multa, ensañamiento legal, retiro de concesiones o de publicidad, indución de autocensura, blackout electrónico, bloqueo de emisor internacional, carencia inducida de papel y cientos de violaciones anuales de la libertad de expresión, están a un paso de lograr el silenciamiento total de la oposición”.

La coyuntura diseñada con breves pero precisas pinceladas por el acucioso profesor venezolano, es un fenómeno que se repite con precisión en la Argentina de Cristina Kirchner, en la Bolivia de Evo Morales, en el Ecuador de Rafael Correa y en otras naciones de centro y suramérica. A las presiones ya mencionadas, se añaden ahora proyectos de “Ley del Ejercicio del Periodismo” liberales sólo en apariencia. En el fondo, llevan la  intención perversa y destructiva de eliminar la profesionalización del periodista. Son leyes que persiguen restarle fuerza, cuando no destruir, las federaciones, las asociaciones y los colegios de periodistas a los cuales se les consideran ‘estorbos demócratas’. Identificar la ‘comunicación humana’ con la ‘profesión de comunicar’ no deja de ser un exabrupto maquiavélico, al igual que confundir adrede la disciplina académica  con la “experticia”, sin menoscabo de quienes, excelentes periodistas, no pudieron  pisar las aulas universitarias por haber sido víctimas de las persecuciones de las dictaduras del pasado.

Es evidente que los gobiernos con vocación autoritaria, ayer como hoy, les temen a una prensa capaz de denunciar las ineficiencias del poder y de poner en evidencia el mal manejo de las cosas públicas. De ahí, la urgencia de imponer una hegemonía comunicacional que permita transmitir mensajes para adoctrinar y, por esa vía, sofocar las pocas voces disidentes. Las mismas que en Venezuela, en Bolivia, en Ecuador o en Argentina, tan sólo para nombrar algunos países, asumieron el liderazgo político en momentos en los cuales las organizaciones políticas tradicionales atravesaban por una crisis de identidad, incapaces de renovarse para reinterpretar y satisfacer las aspiraciones justas de la población.

Es evidente que América Latina atraviesa una etapa compleja de su vida democrática. Y la libertad de expresión sufre las consecuencias. George Orwell decía que “si la libertad de expresión significa algo, eso es el derecho de decir a la gente lo que no quiere que se les diga”. Y Alexis de Tocqueville, ya en su época, subrayaba que amaba la libertad de prensa “más en consideración  de los males que ayuda a prevenir que por el bien que hace”. Es un hecho. Y es la razón por la cual el poder, con aspiraciones autoritarias, se esmera en anestesiarla, cuando no puede acallarla.

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