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Adrian Ferrero

Artes en diálogos (II)

Ambigüedad de los rostros

Vivi Nikow
Pintura: Vivi Nikow
Título: EL BROTE DE LA SOMBRA. Técnica mixta sobre tela. – díptico 124 cm x 124 cm. 2015

Una vez más me encuentro frente a la poética de arte de Vivi Nikow de huevas o unidades, brotes que están en crecimiento. Para el caso, se trata de una intemperie, no de una colonia subterránea. Ahora están en la superficie. No como en otras ocasiones. Nada de aquello del orden de lo invisible sobre la superficie de la tierra. Ahora es posible apreciar un espectáculo mientras uno, por ejemplo, camina. Pero ¿qué veo? ¿qué ve mi mirada? O, más aún ¿qué ve mi mirada de escritor, de autor, de crítico literario con el objeto de plasmar, en la escritura, una lectura de la imagen plástica? ¿Hongos? De pronto advierto un rostro que me estremece. Ahora, en cambio, una vez repuesto del shock (circunstancia que no es sencilla, mi corazón dejó de latir por un instante), quedo consternado. Si bien podría ser un rostro dormido, también podría ser el rostro de un cadáver, de una persona que ha fenecido (no indagaré en los motivos, mejor dejarlos en suspenso, en un cono de sombra). El trabajo de la escritura es lento. Supone esculpir el texto. Hundir sus raíces en lo profundo del lenguaje. Corregir es pulir, burilar. La mirada, en este caso, la mirada en detalle quiero decir, la descripción interior, primero, el impacto de partes de la imagen, de algunos detalles: el shock. Luego, la segregación de adrenalina en este preciso instante, emociones fuertes producto de esa imagen, hasta finalmente desembocar, en un texto, más o menos feliz, según los casos. No feliz porque sea alegre. Sino porque me quedo satisfecho con su resultado. Pero que está empapado, entre otras cosas posibles, de violencia virulenta. De violencia contenida, o de hipótesis que provocan inquietud (hipótesis todas perturbadoras). 

Advierto también en estos brotes verdes un cierto movimiento. Un movimiento producto del viento. O bien de su misma inclinación por crecimiento que denota la idea de que se trata de vegetales que nacen en posición no vertical. Esa ausencia de verticalidad, de todos modos, por un lado, efectivamente denota movimiento. Por el otro, en vista de ese rostro, del panorama de que todo lo resignifica, porque podríamos hablar desde un camposanto hasta del lugar en el que alguien elige para reposar (ojos cerrados, ubicación, posición de descanso) sobre el suelo, un suelo que aparentemente es mullido, en caso de que duerma (y solo en caso). Pero también podríamos estar hablando de una fosa de seres asesinados. De un paredón de fusilamiento que ha dejado este saldo. O bien de un lugar en el que a los muertos se los venera al morir. O, no lo había imaginado, estas pueden ser máscaras y no personas. Como en el teatro. En cuyo caso mis hipótesis siniestras quedan echadas por tierra. Me debo llamar a silencio. Dejo de escribir. Al menos dejo de escribir sobre eso. De ese modo. Así. 

De pronto tengo la percepción de todos los rostros a la vez. Algunos mirando hacia el cielo. Todos (si no alcanzo a percibir mal, con los ojos cerrados o entrecerrados). Esta circunstancia nuevamente vuelve a consternarme. Ahora sí me angustia. Ahora sí tengo la impresión más cabal de que se trata de una colonia de personas que han perdido la vida. De que se trata de una suerte de cementerio o de tumbas en las cuales no se los ha enterrado. Esto hace contrapunto con el entorno: las plantas, que están tan vivas, en crecimiento, inclinadas casi todas ellas (¿el viento? ¿la brisa? ¿su forma que tiende a la horizontal? Incertidumbre una vez más). Callo. Iba a decirle algo a la persona que está junto a mí, a mi lado, mirando esta imagen en la exposición. Pero mi angustia me impide hablar. Tengo la garganta anudada. Los cuerpos, dormidos o enterrados,  me remiten a sensaciones atemorizantes. No me remiten al reposado descanso cuya impresión había tenido en una primera mirada. Se trata de un lugar en el que la gente está depositada (sensación no me digan que insoportable para alguien con una mínima sensibilidad, y no me estoy refiriendo precisamente sensibilidad para el arte). Tomo la mano de la persona que estaba junto a mi lado. Ya no está. Se ha marchado. A ella le ha sucedido lo mismo. Necesito sentir que estoy en la realidad para que este cuadro no me afecte tanto. Sentir que eso que está delante de mí es un cuadro. No una fosa. Necesito huir de esta escena. La imagen me espanta. Efecto, quizás, que la artista (para el caso), no necesariamente buscó. Pero ha tenido lugar. La imagen desembocó en mi angustia. Tengo la garganta anudada: el lugar donde se alojan las emociones terribles. Huyo. Huyo de una pintura. Huyo de la exposición. Veo que la sala está vacía. Nos hemos ido todos.

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