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Amarrados a la pata de un banco

La gente se agolpaba en el malecón para ver llegar al tanquero, porque serían unas dos semanas, quizás menos, de continuidad en el servicio eléctrico. Los venezolanos estuvimos esperando por un carguero iraní para surtir escasamente a las estaciones de servicio. Si antes se decía que la gasolina barata se había acabado, ahora podemos afirmar, con hiel en la voz, que mientras esté la revolución en el poder, no habrá gasolina.

En un arrebato cursi – tan propio de los comunistas, uno de los pocos rasgos que aún ostentan quienes se dicen socialistas -, le han atribuido a los tanqueros iraníes el epíteto de los barcos de la dignidad. Y uno, que es medio pendejo pero no pendejo del todo, se pregunta cuál dignidad, si ayer éramos una potencia petrolera y no este terreno yermo, al que de paso, le cayó bachaco. ¿Qué dignidad si después de haber sido el quinto productor de petróleo, tenemos que importar gasolina?

El discurso revolucionario no es más que una campaña publicitaria. No existe ese país idílico, ni siquiera para los gobernantes chavistas, que bien saben de un colapso que ya ocurrió, y que solo por aquello de negarnos una realidad dolorosa, ubicamos convenientemente en el futuro. Venezuela es un Estado fallido. Negarlo es una necedad y un sinsentido.

La gasolina iraní no va a llenar los tanques de los venezolanos, sino que va a nutrir la ciclópea corrupción y luego de abastecer a los amos del poder y aceitar la maquinaria represiva, será vendida en el mercado negro, como todo lo que en socialismo desaparece.

No obstante el colapso, que ya ocurrió, las fuerzas no actúan, y como los animales de un circo, siguen amarradas a la pata de un banco, convencidos como están de que solo unas elecciones van a resolver la crisis, unas elecciones que debe decirse, no son menos mágicas que la «Operación Gedeón» o encenderles velones a Negro Primero. O como sentenciar la restitución de una señal que fue desconectada desde el exterior. Como los necios, seguimos haciendo lo mismo, creyendo que el resultado, en algún momento, será diferente.

Vienen barcos iraníes para traer un poco de lo que antaño, producíamos a montones. Por ello, no son dignos ni representan dignidad alguna esos tanqueros. Son, por lo contrario, prueba fehaciente de la ruindad a la que Chávez y su revolución nos condenaron. Son pues, el colmo de la falta de voluntad para resolver los problemas, afanados como están los burócratas del régimen en la preservación de prebendas.

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