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Andrés Volpe
Andrés Volpe

Alessio Bonalde y los piratas del haitiano Jean-Claude

Nosotros nunca conocimos a Alessio Bonalde, pero la historia de su vida era famosa. La primera vez que la escuché fue cuando Cocosete, en un intento por matar el tiempo durante una velada nocturna, nos contó sobre sus hazañas militares. Todos los cuentos se agrandan en la noche, quizás porque la oscuridad con su vacío invita a la imaginación y por eso la primera imagen que tuvimos de Alessio Bonalde fue entonces misteriosa y excitante. Cocosete, o Cocó, como le decía Mamá Ana,  hablaba con un tono seguro y pausado frente a la fogata que habíamos levantado frente a la playa del reino y, porque nos divertía o porque teníamos que hacerlo, la alimentábamos lanzándole leña de vez en cuando, haciéndola chisporrotear. Pero nadie quiso interrumpir el cuento de Cocó esa noche.

Alessio Bonalde nace en Punta de Piedras bajo circunstancias difíciles de aclarar. Cocó nos cuenta que el padre es un italiano que infelizmente encalla en la isla, lo que de alguna manera deja dudas en cuanto a la habilidad como navegante del italiano y su vínculo con Alessio Bonalde por razones que se verán más adelante. Por otro lado, otros, sobre todo la familia de la madre, nunca dan fe del origen europeo del niño al ser increpados por este, sino que atribuyen el nacimiento de la criatura a un relámpago que se abrió camino hasta el vientre de la futura madre de Bonalde en medio de una tormenta que solo ellos vivieron esa noche. La tormenta quizás haya sido producto de la cólera del padre de la familia Bonalde, pero eso, suponemos, nunca podrá saberse. Como ya resulta obvio, Alessio recibe el apellido materno, porque el italiano, si escogemos creer esta versión, sale huyendo de la isla porque, no solo huye de un hijo que no quiere, sino de un país que empieza a hundirse en llamas.

Se cree como obvio que Alessio Bonalde vive una infancia como todas las demás, atado al mar y sufriendo las bromas y la vergüenza que sufre un niño bastardo. La familia siempre lo trata como un extraño, alguien que con su piel clara no encaja en los retratos familiares de gente tostada  bajo el sol. Cocó entonces nos afirma que por eso fue que, una vez alcanzada la adolescencia, nuestro héroe se va de la isla con un haitiano que se desempeña como traficante de personas en el Caribe. El haitiano, un negro alto y respetuoso llamado Jean-Claude, lo contrata como pirata y así es como se empieza a familiarizar con la violencia de los cuchillos y el estruendo de las descargas de los rifles automáticos. Es en este momento cuando se le pierde la pista y no se vuelve a saber más nada de él hasta que pasan unos cuantos años de historia y finalmente cae la sexta república y se desata el caos en Venezuela.

Cocó tiene que interrumpir su cuento, porque a la mañana siguiente salimos a patrullar y nuestro jefe, el Capitán Luque, dice que dejemos morir la fogata y nos vayamos a dormir. Yo quería seguir escuchando y me dije que buscaría a Cocó al día siguiente, cuando termináramos la jornada, para que me siguiera contando.

Nos levantamos temprano y vimos que el reino todavía dormía. La calma era perfecta para empezar la marcha hacia el tope de la montaña que nos separaba de Caracas. Nos tomaría horas, sobre todo porque cazar a los otros, a los muchos otros que se escondían en la montaña, siempre tenía que hacerse con mucho cuidado, porque la vegetación era profunda y ellos se escondían con una habilidad sorprendente. Normalmente, teníamos que escuchar las balas rozando nuestras cabezas antes de enterarnos de que nos estaban atacando. Por eso esa mañana era perfecta, porque el silencio anticipaba la violencia que seguramente se desataría y yo no tenía miedo. El Capitán Luque nos dirigía con paso seguro y las matas rozaban nuestra piel, abriéndonos el camino que teníamos que recorrer con frecuencia. Nosotros teníamos que cuidar las fronteras del reino del General y eso era lo que hacíamos con nuestras vidas.

Luego de un par de horas de marcha, llegamos a uno de los puestos de observación instalados a lo largo del territorio del reino y se aseguró un perímetro. Allí nos encontramos con los hombres del Capitán Soto y de esta manera nos enteramos de que, durante sus días de guardia, habían tenido un encontronazo con un grupo armado que andaba por allí, metido cerro adentro. El Capitán Soto no reportó bajas y dijo que solo había sido un intercambio regular de disparos, creyendo que los otros estaban probando su suerte o, lo que dijo entre risas, probando a ver si todavía el puesto estaba siendo cuidado. Entonces el Capitán Luque se retiró con el Capitán Soto hacia la casucha que llamaban centinela uno, pero sin olvidar darnos la orden de desplegarnos y  mantenernos alerta. Yo busqué de inmediato a Cocó para que me siguiera contando sobre Alessio Bonalde.

Cocó enfatiza que no se supo nada de Bonalde hasta caer la sexta república y empezara la anarquía en el ya extinto país. La historia, como la narra Carmen Peñalver en su obra La caída de la sexta república, ubica a Alessio Bonalde como un miembro del grupo mercenario Los piratas negros. Se entiende que el haitiano Jean-Claude se había sumado al caos con sus piratas, lanzándose tierra adentro por los lados de Boca de Uchire, buscando una manera más rápida de enriquecerse. Allí arrasa con todo lo que se le pone enfrente y toma posesión de la zona. Es entonces cuando entra el nombre de Alessio Bonalde en las líneas escritas por Carmen Peñalver como un joven margariteño, blanco como arena de isla y salvaje como él solo que, con un castellano burdo y deformado, sirve como la mano derecha y traductor del haitiano Jean-Claude. Los piratas negros comienzan una red de tráfico de armas y de personas que se nutre de las islas del Caribe y beneficia a los caudillos venezolanos que florecen como Apamates, necesitando un ejército para dominar y plomo para disparar.

El tiempo pasa y los piratas negros agarran más fama de la que les conviene. Dicen que el haitiano Jean-Claude y Alessio Bonalde no se detienen en sus roles de mercenarios, sino que viendo la oportunidad a la mano, empiezan a involucrarse en política. Habiendo llegado a ese punto, Cocó me comenta que Octavio Perpignan escribe en su obra Los años de la anarquía que los mercenarios de Boca de Uchire deciden apoyar al General Aquiles Cortés con armas y mercenarios haitianos que, de no haberse vestido de los colores de la bandera liberal, seguirían siendo los mismos piratas que desembarcaron en las costas de Venezuela matando a cualquiera que tuvieran enfrente. En Los años de la anarquía se puede leer también que el cambio se debe a que Alessio Bonalde quiso unirse a la causa del General Aquiles Cortés, luego de haber escuchado los principios por los cuales él luchaba. No obstante, es poco probable que Bonalde tuviese algún deseo patriótico escondido, ya que sus años de formación intelectual los pasa abordando buques mercantes, traficando gente y matando a quien le quitara el ron que conseguía en la República Dominicana. Por eso, Cocó hace énfasis en que Alessio Bonalde se une a la causa liberal porque calcula que ese será el ejército que restablecerá el orden y, entonces, el haitiano Jean-Claude y él podrán convertirse en los proveedores de armamento del futuro ejército nacional de la república. Todo era una cuestión de hacer dinero.

Ha quedado registrado que, al principio, el nuevo ejército liberal de Aquiles Cortés y Alessio Bonalde vence fácilmente a las tropas revolucionarias en Cupira, El Guapo y San José de Barlovento por la sorpresa que causa entre sus enemigos el poder bélico de las fuerzas de esos dos hombres juntos; al mismo tiempo, el haitiano Jean-Claude trabaja sin fatiga en el tráfico de armas y personas para financiar la campaña militar de su socio. El margariteño es retratado como un hombre feroz y estratega, dirigiendo a los piratas negros de manera estelar, sufriendo pocas bajas y luego celebrando entre sus hombres las proezas heroicas del día con humildad. Algunos se atreven a compararlo con Boves, pero resultaría una grosería anacrónica de esas que a algunos historiadores les encanta hacer como demostración de sabiduría y visión. Lo cierto es que Alessio Bonalde en ese momento piensa que el porvenir le depara una vejez tranquila con una piscina llena de putas que, al él sonar una campanilla, le meten comida en la boca con un tenedor de plata.

Cocó tiene que interrumpir nuevamente su relato, porque el Capitán Luque nos manda a reagruparnos y a prepararnos para reemprender la marcha hacia el último puesto de observación en la ruta que seguíamos ese día. Al Capitán Luque se le veía molesto, como si la reunión con el Capitán Soto hubiese consistido en beber leche amarga y comer huevos podridos. Aquello probaría ser anuncio de mal augurio, al nosotros seguir avanzando por la senda que conocíamos y habíamos patrullado un centenar de veces. Fue justo en la mitad del camino entre centinela uno y centinela dos que empezó aquello que todos sabíamos ocurriría y vino anunciado por el silbido de las balas cortando el aire y destrozando las ramas de los árboles que caían a nuestro alrededor como una lluvia fría. El grito del Capitán Luque se oyó sobre el estruendo, mandándonos a mantener la posición. Solo los cobardes le dan la espalda a la muerte, gritó mientras desenfundaba su pistola. Yo busqué a Cocó para protegerlo, ya que yo tenía que escuchar el final de la historia de Alessio Bonalde. No me tomó mucho tiempo encontrarlo y me puse junto a él, cuidando su flanco y protegiéndonos con un árbol de tronco prodigioso, sintiendo como las balas silbaban muy cerca de nosotros y viendo volar astillas por doquier. Nosotros, al recuperarnos de la sorpresa, empezamos a disparar en la dirección de la cual habíamos adivinado provenían los disparos. Nunca vi a los otros, pero si podía ver la descarga de sus ametralladoras. Pude ver a uno de nosotros lanzar una granada y sentí la explosión no muy lejos de mí. Cocó entonces ríe. Que coman mierda, dice. Pero entonces el soldado que había lanzado la granada fue alcanzado por algún francotirador y cayó de boca, posiblemente rompiéndose la nariz al dar con la tierra. Mi determinación por proteger a Cocó aumentó y decidí que no me movería de su lado hasta que terminara la refriega.

Pasó quizás una media hora o quizás pasaron horas largas y completas para que terminara el alboroto. Ya comenzaba a caer la noche y la luna podía verse si se esforzaba uno en verla. Nuestros atacantes se retiraron profiriendo aullidos que asemejaban a los lobos de alguna estepa desconocida y así supimos que habían sido los cabrones del Frente de Liberación Eugenio Müller. Nosotros mantuvimos la posición y no emprendimos una persecución que hubiese sido inútil. Ellos no cruzaron la línea que separaba al reino de todo lo demás, por lo que ya no eran relevantes para nosotros. Las órdenes eran claras: cuidar la frontera del reino. Por eso, el Capitán Luque se ganaba la confianza de nosotros, ya que sabíamos que era un hombre pragmático y un hombre que seguía las reglas.

Los aullidos se fueron disolviendo en la distancia y así confirmamos que ya no había peligro. Pero eso también nos decía que estarían cazándonos de aquí hasta que volviéramos a centinela uno. Bueno muchachos, ya saben lo que les espera esta noche, dice el Capitán.

Luego nos dimos cuenta de que Patroclo Pérez, el soldado que había lanzado la granada, había sido la única baja y eso era obvio, ya que todos sabíamos que las bandas nos atacaban, la mayoría de las veces, para meternos miedo pero nunca para matarnos. Patroclo rompió las reglas del juego al lanzar la granada y por eso lo mataron, me dice Cocó. Los hombres como él siempre mueren tarde o temprano, le contesto. La guerra no era nada más que un simulacro para justificar la ficción que vivíamos en el reino, otros dirían que era por mero entretenimiento para combatir el aburrimiento, pero el punto es que ocurrían accidentes o algún idiota rompía las reglas que se habían formado con el paso del tiempo y todo se volvía demasiado real. De alguna manera que yo no entendía, Patroclo se había negado a reconocer el pacto espontáneo que gobernaba el cosmos. Nadie quería seguir muriendo en enfrentamientos infinitos que se repetían una y otra vez. La vida se había paralizado en el momento en que terminó la anarquía y se fundó el reino, porque el resto del país se fue durmiendo como un niño que, después de jugar todo el día, descansa y se prepara para volver a joder al día siguiente.

Entonces nos ponemos en marcha y le pido a Cocó que me termine de contar la vida de Alessio Bonalde mientras marchamos, porque ya pronto llegaríamos a la cima de la montaña.

La historia recoge muy bien los pasos siguientes de Bonalde junto a la causa liberal, continúa Cocó. Se le nombra en la masacre de siete templos, se le nombra entre los estrategas de la guerrilla liberal junto con el Santo Fombona en Caracas, hasta se dice que conoce a una mujer de alcurnia con apellido caraqueño que puede ubicarse hasta trescientos años atrás en algún pueblo español. En fin, se le puede ver en todas partes torciéndole el brazo a la vida. Su importancia ya llega a ser esencial para el desarrollo de los eventos nacionales, pero nada se dice del haitiano Jean-Claude. Los historiadores venezolanos no quieren aceptar que uno de los combatientes más polémicos de la historia reciente sea vinculado con un mercenario extranjero y, además, negro. Por eso, Carmen Peñalver y Octavio Perpignan no hacen mención de él en sus obras durante este período heroico, como ha pasado a llamarse el tiempo que pasó con los liberales. No obstante, Plinio Martínez, en su ensayo Los orígenes de Alessio Bonalde, arguye que la relación entre el haitiano Jean-Claude y el margariteño empieza a deshacerse, porque el General Aquiles Cortés le viene calentando la oreja a Bonalde con un ministerio una vez que la república sea restablecida. Es en este momento que la chalana le empieza a hacer agua al margariteño, porque un haitiano de los piratas negros le llega con el cuento a Jean-Claude y este estalla en una arrechera que dicen paraliza al río Orinoco por unos momentos. 

Entonces desciende una nube densa y Alessio Bonalde desaparece de un día para el otro del destino nacional. Carmen Peñalver en La caída de la sexta república es de la teoría que al margariteño lo matan los revolucionarios en un ataque sorpresa que sufren las tropas del General Aquiles Cortés cuando van hacia San Juan de los Morros para destruir a las tropas del General Pompeyo Torres Pinto y lo entierran en una fosa común de las muchas que seguramente hay en los llanos venezolanos. Por otro lado, Octavio Perpignan dice en Los años de la anarquía que Alessio Bonalde deserta a los liberales al escuchar que los revolucionarios vienen tomando al país sin compasión frente a la sorpresa de todos. El margariteño calcula que Aquiles Cortés morirá pronto también y decide zarpar hacia la República Dominicana para no compartir su destino. Pero realmente, Cocó cree más en la teoría de Plinio Martínez en la cual dice que a Alessio Bonalde lo mandó a matar el haitiano Jean-Claude al enterarse de que su socio ya no lo quería tanto. Ahora bien, si me preguntan a mí, yo creo que a ese carajo nadie lo mató y que sigue vivo por ahí, ya viejo y gozando de los reales que se robó de todo el mundo. Me gusta pensar que se cumplió su sueño de tener a una bella mujer que lo alimenta con bocados de una comida suculenta sostenidos por un tenedor de plata.

Llegamos a la cima justo cuando Cocó termina de contarme sobre la vida de Alessio Bonalde. El Capitán Luque nos manda a asegurar el perímetro y se va con dos soldados a revisar el puesto de observación, centinela dos.

Ya la oscuridad es absoluta en una noche que promete ser intranquila, porque empezamos a escuchar los aullidos del Frente de Liberación Eugenio Müller a lo lejos y sabemos que pronto estarán aquí. Siento un poco de frío y froto mis manos. ¿Por qué te gusta tanto escuchar la historia de Alessio Bonalde?, me pregunta Cocó. Yo no le contesto, porque él nunca podrá entender que son cuentos como ese que me hacen entender la razón por la cual el valle de Caracas ahora, al verlo, yace oscuro y sin vida.

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