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alejandro varderi
Photo Credits (Video): nydia hartono ©

Alejandro Varderi: Hoy emigramos con una identidad portátil

Desde que se fue de Venezuela, en 1985, buscando consolidar su proyecto de escritura, Alejandro Varderi no ha hecho otra cosa que hilvanar los recuerdos de su destino de inmigrante para detener el tiempo de un país que hoy parece perdido en la memoria.

Hijo de catalanes instalados en Venezuela, nació en Caracas y desde hace 30 años vive en Nueva York, construyendo en el vórtice de tres ciudades, un proyecto novelístico, tan ambicioso como el del mismo Marcel Proust, cuyo quinto y último capítulo publicó recientemente en España la editorial Verbum: “El mundo después”.

“Origen final”, como se denomina el proyecto, transcurre entre Caracas, Nueva York, Madrid y Barcelona, desde 1888 hasta 2016, con «historias familiares, experiencias personales y memorias ajenas que han ido encontrando su espacio en la escritura para recobrar lo que de otro modo se perdería para siempre», dice el escritor.

El volumen que cierra la saga se centra en los eventos políticos, sociales y culturales en estas tres ciudades, especialmente la Caracas de 2012 a 2016, y en él buscó darle voz tanto a la generación de sus padres, como a sus descendientes, que ante la grave crisis nacional «han regresado a los países de sus mayores, en un viaje inverso, buscando un mejor futuro para ellos y para sus familias».

Ensayista, cronista, narrador y crítico de cine, Varderi escribe una obra de sorprendente meticulosidad, en cuyas páginas podremos, en un futuro, sentir, palpar, oler incluso, las huellas del tiempo, de ese otro país que fue alguna vez Venezuela.

Economista de profesión, Varderi formó parte de La Gaveta Ilustrada, grupo literario de talentosos jóvenes universitarios liderados por Juan Calzadilla en los años 80. Ya entonces comenzaba aquel meticuloso escritor el ejercicio del análisis y la crítica,  y antes de irse  dejó un concienzudo estudio: “Estado e industria editorial: ¿Por qué no se vende el libro en Venezuela?”, de obligada lectura.

La palabra «migrantes», dice, no existía para aquellos jóvenes que, animados por la bonanza económica y el clima de libertades que se vivía en Venezuela, solían salir del país con frecuencia a culminar estudios o a vivir otras experiencias, pero casi siempre volvían y se reincorporaban a la dinámica laboral nacional. 

Hoy, cuando el país es otra cosa, habla de «una Venezuela que, vista por él desde la distancia, sobrevive en el trabajo silencioso de quienes siguen apostando por ella con dignidad e inteligencia, para evitar que naufrague del todo y pueda, cuando llegue el momento, renacer como el Ave Fénix y transformar en canto tanta ceniza”. 

 

Alejandro Varderi
Photo Credits: Ricardo Armas

 

¿Por qué tomas la decisión de irte de Venezuela?

Desde los años setenta, cuando entré al taller literario de la Universidad Simón Bolívar, dirigido por Juan Calzadilla, y que puso en circulación la revista La Gaveta Ilustrada (1976-1981), me dediqué a la escritura, tanto narrativa como ensayística, además de publicar reseñas sobre literatura, arte y cine, fundamentalmente en las páginas culturales de este diario y en el Papel Literario de El Nacional. Simultáneamente estudiaba la carrera de economía, centrándome en los problemas de oferta, demanda y comercialización dentro del sector editorial, que dieron origen a mi primer libro: Estado e industria editorial: ¿Por qué no se vende el libro en Venezuela?, publicado por Fundarte en 1985. Además, participaba del movimiento cultural caraqueño, que para ese entonces contaba con un nutrido grupo de autores, artistas, cineastas, dramaturgos, coreógrafos y performistas, realizando interesantes trabajos a título individual y colectivo. En medio de aquella efervescencia, decidí irme de Venezuela, pues había llegado para mí el momento de comprometerme más firmemente con un proyecto profesional y de vida en mi país de origen, o abrir la puerta hacia lo desconocido a fin de probar y probarme en otros campos y otras geografías. Con esta idea llegué a los Estados Unidos, en agosto de 1985, para estudiar una maestría en literatura hispanoamericana en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, invitado por un profesor de aquella casa de estudios, seguida por un doctorado en literatura y cine en la Universidad de Nueva York, en 1988. Desde entonces, la Gran Manzana ha sido mi casa, aunque no me he desligado de Venezuela, donde he continuado publicando artículos y libros. El último, en 2016, para la editorial bid & co., y que es una traducción del poemario de una autora catalana, Marta Pessarrodona, titulado El amor a Barcelona. Ciudad esta, a la que también pertenezco, por ser hijo de inmigrantes catalanes que llegaron a Caracas, cuando el país entraba con enorme optimismo en la modernidad de los años cincuenta.

 

¿Cómo surgió la idea de este libro y cómo fue el proceso para hacerlo realidad?

De lo sublime a lo grotesco” es un proyecto que estaba en mi imaginario desde que publiqué “Severo Sarduy y Pedro Almodóvar: del barroco al kitsch”, en 1996. Fui recogiendo información y organizando el material a lo largo del tiempo, y aproveché un año sabático de la universidad para darle su forma definitiva. También los artículos que he ido escribiendo para distintos periódicos y revistas afinaron conceptos y aportaron su forma de mirar sobre el objeto de estudio, donde el kitsch como estética que se engrana en muchos de los procesos artísticos contemporáneos, tuvo frecuentemente cabida en mis reflexiones en torno a autores, actores, artistas y cineastas.

 

Si tuvieses que definirle la palabra «kitsch» a un niño, ¿cómo lo harías?

Un niño es justamente el único individuo a quien no hace falta definírsela pues la comprende intuitivamente. Su capacidad no adulterada de asombrarse ante la realidad, y lo que esa realidad pone ante él, resulta ser la mejor manera de disfrutar de la carga kitsch contenida en el objeto sobre el cual inconscientemente posa su mirada.

 

Alejandro Varderi

 

Comenta esta frase: «en Venezuela… los símbolos patrios han entrado, con gusto, en el extenso inventario del kitsch básico» p. 107.

La canibalización y carnavalización que, como todo régimen autocrático, el venezolano ha hecho de la bandera, el escudo y el himno nacional, ha deslastrado de su carga alegórica dichos símbolos, perdiendo consecuentemente su poder de representar, convencer y conmover. Su apropiación indiscriminada por parte, no solo de los políticos sino de la población en general, ha desintegrado el sentido de pertenencia a una nación, a un país que pudimos tener una vez, dejándonos desamparados y a la deriva. Nada peor entonces que arroparnos con el amarillo, azul y rojo, cambiar la postura del caballo en el escudo o vocear a grito pelado las estrofas del “Gloria al Bravo Pueblo”, para reiterar nuestra orfandad. La ausencia de distancia irónica que el kitsch básico conlleva, ha minado simultáneamente la noción de admiración y deferencia hacia los fundadores de la patria, que tales símbolos tuvieron en el pasado. Por eso hoy, llevarlos en la gorra, la camiseta o la corbata, colgárnoslos del cuello con el pito en las marchas o proteger con sus colores al sacrosanto teléfono inteligente, es la mejor manera de falsearlos y menospreciarlos.

 

En EEUU la bandera está divulgada en todo tipo de productos de consumo. ¿No es eso kitsch y carnavalesco también?

Por supuesto. Si las autocracias la manipulan para fiscalizar al pueblo, el capitalismo norteamericano la utiliza para embaucarlo. Recuerda que en esta cultura lo importante no es lo que eres sino lo que tienes. La ilusión de pertenencia que produce el símbolo en quien lo percibe, especialmente en los grupos más desasistidos, falsea la realidad, creando un espejismo donde la gente de color, blancos pobres e inmigrantes se aferran buscando evadirse de un entorno hostil. No extraña entonces que las corporaciones y los políticos hagan uso del catálogo de simulaciones controladas adscrito a la bandera a fin de reiterar su poder, sobre todo en momentos de vulnerabilidad del sistema. Nunca olvidaré cuando, tras los ataques terroristas sobre Nueva York, el alcalde inmediatamente conminó a la gente a salir de sus casas para comprar y llenar los restaurantes, cines y teatros de la ciudad. Y, quince años después del suceso, en los barrios más humildes todavía the star-spangled banner siga colgando en muchas casas.

 

Eres Economista (UCV, 1984), ¿crees que esa formación te da una visión particular a la hora de teorizar sobre la cultura popular?

La primera regla de la economía es la de satisfacer necesidades múltiples con recursos escasos. A lo largo de su Historia, Venezuela no ha sabido aplicar esta medida, derrochando, malversando y malbaratando su riqueza como si fuera ilimitada y muy pocas las necesidades que debía cubrir con ella. Desde mis años como estudiante de la carrera, siempre me asombré de la facilidad con la cual el país disipó el enorme caudal de bienes que la nacionalización petrolera derramó, con muy poco esfuerzo, sobre esta “tierra de gracia”, nunca mejor dicho. Quizás el hecho de ser hijo de inmigrantes catalanes, huidos de los conflictos políticos y las estrecheces económicas en la España franquista, me hizo más susceptible a aquel alegre desprendimiento. Al abordar las manifestaciones de lo popular, esta susceptibilidad me ha permitido mantener la necesaria distancia irónica con que observarlas y descifrarlas, utilizando el instrumental teórico y crítico a mi alcance.

 

Alejandro Varderi

 

¿Qué temas te gustaría explorar en tus próximos libros?

Acabo de publicar “El mundo después”, quinto volumen de una saga familiar novelada. Este volumen arranca en enero de 2003, fecha que marca la pérdida del progreso económico que la nación había acumulado durante cuarenta años de democracia, y donde había terminado el volumen anterior titulado “Bajo fuego”. Como en los demás textos, lo biográfico se combina con la ficción para articular personajes oscilando entre países y culturas. El tema fundamental puesto a hilar este proyecto, así como la mayor parte de los libros que he escrito y desearía escribir en el futuro, es la importancia de la memoria para reflexionar a fin de evitar caer en los errores del pasado. Algo que los pueblos de nuestra América todavía no han logrado llevar a cabo; de ahí que sigamos involucionando, mientras desechamos la importante labor que, mentes más lúcidas que las nuestras, realizaron para construir un continente más digno. 

 

Confírmame tu lugar y fecha de nacimiento y por qué tienes tanto tiempo sin venir a Venezuela.

Un doctor andaluz de apellido Panduro me trajo al mundo, un domingo de enero de 1960 en la Clínica Victoria de Caracas. Los domingos por lo general son días de poco movimiento, ideales para nacer y también para morir. Mi último viaje a Venezuela fue en el verano de 2008, cuando presenté “Viaje de vuelta”, tercer volumen de la saga familiar, en la galería TAC de Las Mercedes, dentro del marco de la exposición “Grafía Continua” de Anita Pantin, con una lectura dramatizada del texto donde participaron amigos entrañables. Ellos son lo que más extraño de Venezuela: esa “familia escogida”, como decía Isaac Chocrón, que espero volver a ver allí, cuando vuelva a girar la rueda de la Historia.

 

Alejandro Varderi

 

Cómo ves, desde allá, al tema de la migración tan vigente hoy en Venezuela.

Este tema está siempre presente en mi imaginario, porque soy un producto de esa “desterritorialización”, ese desarraigo que sienten quienes han vivido entre diversas lenguas y culturas. Desde mi perspectiva, emigrar fue una decisión lógica, pues había oscilado siempre entre Caracas y Barcelona, con largas estadías en ambas metrópolis y frecuentes viajes a los Estados Unidos y otras ciudades europeas. Aunque debo recalcar que, en mi generación, no usábamos la palabra “emigrar”; porque nuestras idas y venidas tenían más que ver con inquietudes personales, desarrolladas en una época de bonanza económica y amplias libertades, permitiéndoles a muchos jóvenes formarse en el exterior y decidir, entonces, si querían quedarse fuera o volver al país. De hecho el venezolano, por lo general, tras culminar sus estudios regresaba y se incorporaba a la dinámica laboral nacional. Todo ello cambió con el nuevo siglo y desde entonces sí puede hablarse de migración. Primero de las clases medias, los profesionales y, lo que es más grave, muchos jóvenes que no se plantean la posibilidad de regresar; y, en los últimos tiempos, de contingentes menos favorecidos huyendo del hambre y la violencia. Algo inusitado para un país que tanto ayudó en el pasado a quienes escapaban de la pobreza, las guerras y las dictaduras de todo tipo.    

 

¿Cuál es la visión del venezolano actualmente por allá? A veces creo que se habla del venezolano en genérico, pero hay casos y situaciones particulares. ¿Cuál ha sido el tuyo?

En Estados Unidos priva aún la visión de incredulidad, ante la crisis humanitaria donde se ha sumergido el país, porque todavía se piensa en la enorme riqueza petrolera, que debería haber evitado llegar a estos abismos. Por supuesto, cuando se investiga más a fondo, los norteamericanos entienden que las raíces del problema se hallan en la malversación de dicha riqueza, por parte de quienes manejan las instituciones, y en la manipulación que los gobernantes y sus acólitos han hecho de la gente, a fin de imponer su ideología y eternizarse en el poder. Los venezolanos que llegan hoy a los Estados Unidos, llevan consigo la carga de lo que significa esta visión del país, y ello se refleja en el modo como son recibidos, en muchos casos, más como refugiados y asilados políticos, que como inmigrantes. Una percepción muy distinta a la que existía cuando llegué yo, pues en aquel entonces Venezuela tenía todavía para los norteamericanos la magia proveniente de haber sido, por muchas décadas, una tierra de oportunidades, aun cuando el país ya  hubiera empezado a entrar en crisis, como consecuencia de la abrupta devaluación del bolívar con respecto al dólar, en febrero de 1983.

 

Alejandro Varderi
Photo Credits: Anita Pantin

 

Una vez dijo José Donoso: “El que emigra, nunca más vuelve a tener patria”. ¿Qué opinas de eso?

Pienso que en el caso de Donoso, esta percepción tenía mucho que ver con su espíritu aventurero, llevándolo a vivir desde muy joven en un desarraigo constante, y con una época muy distinta a la actual cuando, gracias a las nuevas tecnologías, la gente se halla siempre conectada. De hecho, una de las ventajas de quien emigra en el nuevo milenio, es que se hace con una identidad portátil, permitiéndole llevar la patria consigo a donde quiera que vaya. En nuestro caso, la patria se ha globalizado, al punto de encontrarla en las tierras donde los venezolanos se han establecido, fundando comunidades que les permiten reproducir un estilo de vida propio, difícil de sostener hoy en la patria misma, dadas las dificultades para sobrevivir en el día a día. Allí han plantado su bandera y agradecen el haber sido aceptados, tal cual Venezuela hizo con quienes llegaban aquí en el pasado. Y es que Venezuela fue, durante los 50 años de vacas gordas que tan irónicamente se pasearon por la novela de Isaac Chocrón, un país muy generoso con quienes huían entonces de los absolutismos, constriñendo la existencia en gran parte del mundo hispánico. Para muestra vale citar las palabras de una compatriota del mismo Donoso, Isabel Allende, quien sostuvo entonces en una entrevista lo siguiente: “Yo amo mucho a este país. Llegué a Venezuela con una mano por delante y sin conocer a nadie… Mis hijos son venezolanos y mi marido se hizo venezolano… tú sabes esta es mi patria… a veces siento nostalgia de mi paisaje, del paisaje de mi tierra que es un paisaje frío, de cordillera nevada… los cielos son distintos… pero me siento muy bien con la gente de aquí”. Esto nos da una idea de hasta qué punto Venezuela abrió sus puertas a quienes habían debido salir de sus países. Es justo que hoy los venezolanos, que se han visto obligados a emigrar, encuentren nuevas oportunidades y puedan rehacer sus vidas en otras tierras más amables.

 

¿Has vuelto a Venezuela en los últimos años? ¿Cómo ves desde allá a este país que ahora somos?

Mi último viaje fue justo hace diez años, para presentar “Viaje de vuelta”, tercer volumen de esta saga familiar que ahora concluyo, con una lectura dramatizada en el marco de la exposición de Anita Pantin en la Galería TAC de Caracas. Y no he regresado, en parte porque muchos de los amigos de entonces ya no son de este mundo o se han ido del país. También porque, con cada nuevo año, tenía la esperanza de que la situación mejoraría, y a mi vuelta podría recobrar mucho de lo que el poder le ha ido arrebatando a Venezuela. Una Venezuela que, vista desde la distancia, sobrevive no obstante en el trabajo silencioso de quienes siguen apostando por ella con dignidad e inteligencia, para evitar que naufrague del todo y pueda, cuando llegue el momento, renacer como el Ave Fénix y transformar tanta ceniza en canto.


Photo Credits (Video): nydia hartono ©

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