NUEVA YORK – El desarraigo para Alejandro Varderi, escritor venezolano que vive en Nueva York, es una herencia familiar que corre por sus venas desde antes de nacer. Su padre, eterno emigrante, salió de Cataluña en busca de una nueva patria que nunca encontró del todo. Los vaivenes de Alejandro, ese viaje infinito al que está destinado el que crece amamantado por nostalgias y curiosidad, anhelo de raíces y deseos de sesgarlas, se han ido transformando en creatividad y se reflejan en sus escritos. No es casual que uno de ellos se titule “Los vaivenes del lenguaje, literatura en movimiento”.
En Nueva York, “ciudad donde personas de todas partes llegan a reinventarse”, sus diversos yo han podido mezclarse y crecer. El palafito del desarraigo se ha transformado en sólida casa de piedra desde donde viajar con la mente y las emociones. Cómplices incondicionales las palabras. Amistad larga la de Alejandro Varderi con las palabras. Desde muy joven ha ido transformando en palabras escritas pensamientos, investigaciones y sentimientos. Hasta sus estudios económicos se han transformado en un libro que habla de libros “Estado e industria editorial: ¿Por qué no se vende el libro en Venezuela?”.
Cual río que necesita fluir para que pueda fluir la vida, su escritura nunca ha parado y entre sus publicaciones recordamos los ensayos “Anotaciones sobre el amor y el deseo”, “Severo Sarduy y Pedro Almodóvar: del barroco al kitsch en la narrativa y el cine postmodernos”, “Anatomía de una seducción: reescrituras de lo femenino”; “A New York State of Mind” y las novelas “Para repetir una mujer”, “Amantes y reverentes”, “Viaje de vuelta”, y “Bajo fuego”, cuarto volumen de una saga familiar que dura cien años y que, justo en estos días presentamos en Nueva York en la librería McNally Jackson. “El mundo después”, quinto y último volumen, ya está casi terminado.
Es con sus palabras que nos bailan adentro y la conciencia del riesgo que significa entrevistar a alguien que hizo del periodismo literatura, que llegamos a nuestra cita. Nos vemos en un café con nombre italiano y un aire porteño cuya intimidad rasga, insensible, un griterío de voces. Ávidas llegan mis preguntas, pausadas son sus respuestas. Ahondan en la profundidad de un presente que se proyecta en el futuro y busca sus anclajes en el pasado. Leo un pasaje de su libro “A New York State of Mind”. Dice: “el extrañamiento… me gustaría atraparle el sentido a esa palabra” ¿Lo atrapaste?
“Esa palabra ha tenido la posibilidad de sedimentarse, echar raíces, ese extrañamiento ha dejado de ser ajeno y se ha convertido en parte de mi propia identidad”.
Culpa y exilio: crees de verdad que “quien parte soslaya su compromiso hacia aquello que pretende dejar atrás”?, ¿sientes culpa por haberte ido?
Tajante: “No, nunca me he sentido culpable y nunca percibí reproches y resentimientos de las personas que conozco y que fueron siempre muy generosas conmigo. Pienso en la gran ayuda que he recibido de intelectuales como Elias Pérez Borja, Juan Calzadilla, Isaac Chocrón y otros. He hecho de mi vida una manera de darle voz a mi país desde afuera. Como docente y como escritor he impulsado el conocimiento de la cultura venezolana a través de cursos, conferencias, antologías, trabajos con artistas. Quizás la culpa acompañe la salida del exiliado, pero aún así, es injusta. Habría que desmantelarla, transformarla en algo positivo, hacer de las cenizas un canto”.
“La escritura como la confirmación de una identidad”, lo escribes hablando de Ilán Stavans, ¿vale lo mismo para ti?
“No, en Stavans lo mexicano, lo norteamericano y lo judío forman un trio de fuerzas muy complejas y difíciles de integrar. Mis tres identidades, la venezolana, la catalana y la newyorkina se han enriquecido una a la otra y las tres me han ayudado a crecer como ser humano y como profesional”.
Pero parece que en ese tránsito entre lenguas, culturas y países diversos, escogiste el español como tu lengua.
Alejandro se pierde en reflexiones y el tiempo parece detenerse.
“El castellano es la lengua a la que me aferro, es mi lengua. El trabajo narrativo exige una dedicación profunda y el lenguaje es como el instrumento para un músico. Puedes conocer varios, pero solamente uno logra expresarte en profundidad”.
Háblame de tus libros.
“Me interesa sobre todo el ensayo literario. Y la narrativa también, pero mis novelas son en gran parte autorreferenciales. Como dice Montaigne yo soy el sujeto de mis propios libros. Son un camino para entenderme a mi mismo”.
¿Te sientes emigrante o exiliado?
“Emigrante, porque emigrar en cierta manera es una palabra que incluye la idea de lo nuevo, de lo desconocido. El exilio es mucho más doloroso. Es obligado. Pienso en los muchos intelectuales latinoamericanos que, huyendo de las dictaduras, encontraron cobijo en Venezuela. Lástima que muchos de ellos no hayan sido igualmente generosos con nosotros en estos años marcados por un poder que ahoga la cultura. Su silencio hiere”.
¿Para ti la memoria es ruido o silencio?
Alejandro nuevamente se aleja. Afuera la noche se ha ido adueñando del aire, el café se ha quedado vacío y los empleados han empezado a limpiar sin tener el valor de interrumpir nuestro dialogo.
“Para mi la memoria es silencio. Te asalta en los momentos de gran intimidad, cuando estás solo contigo mismo. A veces te ayuda a superar dificultades del presente. Yo abrazo esa memoria de manera silenciosa, y desde ella me proyecto a lo que soy como ser humano, como autor y como espectador de la vida”.
¿Si tuvieras que escribir un libro sobre Venezuela, cómo lo titularías?
“En busca de la Venezuela perdida”.
Y si te preguntara ¿Qué es Nueva York para ti?
¿Nueva York? Un suspiro, una pausa.
Nueva York es una ciudad que amas o odias. Si la amas es para siempre. Es lo que me ha pasado a mi. Nueva York es una ciudad que me hace sentir ciudadano del mundo. Aquí está representado el planeta entero, se mezclan personas de todas partes, personas con culturas, religiones, tendencias sexuales diversas, personas que al llegar olvidan sus odios ancestrales y aprenden a compartir un mismo espacio. Siempre quise tener un pasaporte del mundo, ser un ciudadano del planeta Tierra. Vivir en Nueva York es lo que más me acerca a cumplir ese deseo.