Son las siete de la mañana, buena hora para evitar el intenso calor húmedo del verano en la ciudad de Edgar Allan Poe.
Embobado y distraído con el paisaje del lago Roland en Baltimore, Maryland, Alejandro Sánchez-Aizcorbe interrumpe su travesía en kayak para venir a conversar sobre su último libro.
El escritor hace señas desde su embarcación naranja y ahora los remos parecen alas de libélula batiéndose rápidamente para llegar al muelle de concreto.
Sentado al borde del muro, un chino viejo pesca con una larga y flexible caña de bambú.
Alejandro Sánchez-Aizcorbe acaba de entregar al público su novela El gaznapirón. El pasado 4 de julio la presentó en un evento virtual desde Villa Carlos Paz en Córdoba, Argentina, y la ciudad de Baltimore en el estado de Maryland, Estados Unidos.
Ni siquiera una pandemia detuvo al escritor y editor Pedro Jorge Solans de Corprens Editora, que ha realizado el lanzamiento mundial de la novela de Sánchez-Aizcorbe en formato digital, y que ya está haciendo planes para su impresión y presentación en persona en cuanto se relajen las restricciones impuestas por las autoridades de salud.
Sirven de fondo a nuestra charla el graznido de los gansos silvestres y de vez en cuando el murmullo de las ruedas de un tren eléctrico deslizándose sobre sus pulidos rieles.
A continuación, algunos temas que tratamos a la sombra de un arce recientemente robado de su savia.
¿Se debe leer El gaznápiro antes que El gaznapirón?
No. En absoluto. El gaznapirón es una nueva novela. Ahora bien, para quienes hayan leído El gaznápiro hace más de veinticinco años, he reescrito la novela de cabo a rabo. He reescrito cada oración. He desarrollado los personajes, he profundizado las referencias históricas, y les he dado la importancia que merecen sin perjuicio de la sátira. De manera que a los lectores se les da una nueva satisfacción porque se han atado una serie de cabos que no se habían atado por falta de información y por falta de desarrollo de los mismos acontecimientos históricos que se relatan en El gaznapirón.
¿Por qué afirmas el Perú había sido?
Esa frase se enlaza con otra: “No hay peor futuro que el pasado.” No se puede construir una nacionalidad sobre el esplendor de civilizaciones precolombinas. Si bien hay que reconocer su importancia, no se puede vivir del pasado. Hay que construir el futuro, el presente. A eso me refiero. En el Perú hubo grandes civilizaciones. El esplendor se da en las épocas incaica y preincaica. Después, no. La historia republicana no ha sido inútil. Pero no es una historia sobre la que podamos echar muchas flores.
¿Algunas lecturas especiales que hayan tenido influencia en El gaznapirón? ¿o que hayan inspirado algún personaje?
Son muchísimas. Pero me gustaría destacar la picaresca española, los cronistas de Indias, Rabelais, Cervantes, Shakespeare, Dickens, Hugo, Dumas, Dostoievski, Flaubert, Hernández del Martín Fierro, Echeverría, Valle-Inclán, Asturias, García Márquez, Donoso, Guimarães Rosa, Sábato, Borges, Arguedas, Guevara, Corcuera, Pimentel, Mora, Martínez y un largo etcétera.
Qué me dices sobre el erotismo en El gaznapirón.
Un pansexualismo recorre El gaznapirón. La vida cotidiana se erotiza. El personaje de Bernardo Sangallo es el heraldo del orgón, esa energía azul que Wilhelm Reich, en su media locura, creyó descubrir y que confundió con Dios, ¿no? Hasta Einstein estuvo comprometido con alguno de sus experimentos si no me equivoco. Julián Pérez de Almavera, el protagonista, pertenece a una generación que se libera sexualmente de la herencia anterior. Busca la realización sexual y la logra en complicidad con los personajes de Liliana y Estercita. Hay una liberación efectiva aunque distorsionada por el factor dogmático de la militancia partidaria. En ese sentido es una novela plenamente contemporánea, porque asume el gozo y la responsabilidad que implica el sexo liberado de la carga represiva anterior a Freud.
Entonces El gaznapirón es una novela del cuerpo y de la mente. Y de la política.
En lo político es una historia típicamente universal. Se trata de los militantes años 60 y 70 del siglo pasado. Es la época del libro rojo de Mao, del 68 francés, de las rebeliones tras la Cortina de Hierro contra el Kremlin, de la imaginación al poder. La militancia era una opción de vida. El partido propio era un sueño como el de la casa propia o el del auto propio. En vez de convertirse en una alternativa de poder, la izquierda se atomizó en un millón de partidos políticos. La historia de Liliana y Julián pasa por la militancia en la Liga Comunista, y su matriz inglesa, la Cuarta Internacional, una organización trotskista que utilizaba métodos stalinistas para lavar el cerebro de su militancia, y para abusar de las jovencitas trotskistas, como lo hizo uno de sus principales dirigentes en Gran Bretaña, Gerry Healy, apoyado por Vanessa Redgrave y su hermano Corey.
Si tu novela intencionalmente se basa en hechos históricos, entonces ¿la trama y los personajes también tienen base real?
Tiene rasgos de novela histórica, pero los personajes no son históricos, sino que existen en la imaginación. Borges decía que no era el tigre de la selva lo que le seducía sino el tigre de la enciclopedia, el tigre de los libros. Por eso existe la ficción. Claro que guarda relación con la realidad, pero ontológicamente es distinta de la historia. La novela es una historia sin notas a pie de página.
¿Cuál es el papel de los paisajes y los viajes en la novela?
Los paisajes son turismo si no realizas un viaje interior. Por eso después de su viaje al norte del Perú, Tilsa pudo hacer los árboles que hizo. Había visto el manglar, las raíces que salen a la superficie, pero las convirtió en otra cosa. El arte es una metamorfosis. Los personajes de la novela interiorizan los paisajes. El paisaje reproduce su estado anímico. Los actores de El gaznapirón están llenos de energía y ganas de ayudar, como ocurre en los viajes que se suceden después del terremoto de 1970, o están llenos de desengaño, como ocurre en el viaje a Israel, después de la primera náusea existencial.
Hablemos del uso del diálogo en tu novela.
Crecí en las tablas. Hubo un momento en que cinco de seis hermanos actuamos en una misma obra. Mis hermanos fueron estrellas de la televisión y del teatro. Desarrollé muy tempranamente una afición enorme por el drama. De manera que introducir el diálogo en mi narración no me ha sido tan difícil como pudo haber sido en otras circunstancias. Tengo una idea muy clara de lo que son la acción dramática, el conflicto y el humor. Me formé en las comedias de Lope y los entremeses de Cervantes. El teatro me dio el diálogo, la acción. La novela es un género que le ofrece al autor muchas posibilidades, pero yo prefiero subordinarlo a la acción. Por más que hayan exabruptos y excursos en El gaznapirón respecto a ciertas cosas, he tratado de reducirlos a lo mínimo para que no interfieran con la acción. Los personajes están actuando, impostando. Gabriel Monteagudo imposta, es altitonante por momentos, y eso tiene mucho de teatro. Imagínate a Shakespeare o Calderón de la Barca sin grandilocuencia. En la novela hay personajes que sufren de excesos oratorios y espero que diviertan al lector.
¿Qué me dices de los poetas en la novela?
Se meten por la ventana, como suelen hacerlo, a veces en dormitorio ajeno. A mí me ha tocado vivir con artistas y la verdad es que son de lo mejorcito del ruedo. El hecho es que el fenómeno poético de Hora Zero se ganó un sitio en la novela. Y creo que ha quedado bien, porque no son poetas bobos, sino divertidos, sagaces y valientes. El último diálogo de la novela se realiza por teléfono con un poeta. De manera que la Arcadia se instaló en la novela, pero sin volverse un fenómeno literario. Son los poetas los que en la novela se enfrentan a Sendero Luminoso y lanzan un comunicado que da la vuelta al mundo, y es el personaje central de la novela quien se dedica a difundir entre las agencias noticiosas ese comunicado. Son poetas heroicos.
¿Cuál es el papel de las drogas?
A través del personaje del Flaco Romualdo, la novela adquiere un sesgo trágico. Por un lado las drogas, particularmente las sicodélicas, implican una ampliación de la conciencia; por otro lado, causan una tragedia pues hay gente que comienza con un porro y termina en el cementerio. El Flaco Romualdo es el mejor amigo del protagonista. Es un personaje que era hasta cierto punto normal, con ciertos rasgos neuróticos, pero cuyo camino va directamente a la perdición, a la muerte. Sin embargo, en medio de su desgracia, crea el yo-no-soy y la personalidad de chancho apestante en la novela, así como introduce a la Banda de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta. ¿Qué más?
Julián lucha con las drogas, va por el camino de las drogas, pero siempre saliéndose, cae en las tentaciones, pero sabe escapar. En ese sentido es un espectador cómplice hasta cierto punto. Por ejemplo, se mete en política y cuando comienza a desconfiar, se retira. Aunque cobra cotizaciones a los militantes, jamás cotiza al partido. En los años sesenta y setenta se dio la apertura universal a las drogas. La novela refleja ese cambio fundamental en nuestras vidas, que nos ha legado varias generaciones de drogadictos. Ocurrieron muchas cosas juntas: la liberación femenina, la brecha generacional y los procesos de urbanización compulsiva, como se ejemplifica en Los hijos de Sánchez, obra que marca a Julián Pérez de Almavera, protagonista de la novela. En determinado momento se afirma que Lima es la ciudad de México veinte años antes. Fue una época de cambios vertiginosos y fundamentales en nuestra conciencia, en nuestro inconsciente y en el imaginario popular.
¿En El gaznapirón hay filosofía?
Cuando en la novela se menciona El banquete de Platón, y se parafrasea a ciertos filósofos, lo que hago es una sátira. Ya a fines del siglo XIX y principios de XX, la filosofía occidental había llegado a su tope. Hasta entonces, la filosofía había ido de la mano con la ciencia. Pero a partir de cierto momento del desarrollo científico, el filósofo que no es científico, no puede filosofar. Puede ser un metafísico. Ahora para pensar se tiene que conocer la materia. Y no se la puede conocer a través de Hegel o de Marx.
Qué me dices de la ética…
El problema del bien y del mal está planteado en El gaznapirón. Hay elementos delincuenciales y angelicales. El bien y el mal coexisten en los personajes, particularmente en Julián Pérez de Almavera, que inicialmente es ladrón. Julián es al mismo tiempo deportista, vicioso, canalla, bondadoso, erotómano, puritano, pícaro, sinvergüenza, cobarde, valiente, manipulador, heroico y traidor. La novela no es binaria o maniquea en cuanto a la ética. Es un campo de tonalidades. Entre el bien y el mal hay un montón de grises.
En la presentación tu editor, Pedro Solans, afirmó que en El gaznapirón fusilas las utopías. ¿Estás de acuerdo?
Las utopías no se pueden fusilar. La primera utopía fue el primer paraíso de la primera religión. Desde entonces no hemos dejado de imaginar un mundo mejor, y a pesar de las burradas humanas no podemos negar el progreso… Aunque pensándolo bien, quizá se trate del fin del pensamiento utópico y del principio del pensamiento protópico: no queda otro remedio que albergar esperanzas en el cambio lento y a veces minúsculo. Por ejemplo, ¿qué hacemos con la pandemia? Evidentemente no la podemos solucionar en un día. Ninguna revolución va a cambiar la pandemia. Tenemos que conquistarla, como dijo Pablo Guevara del enfermo que venció la enfermedad tocando sus muros. En ese sentido, debemos aprender a gobernarnos. Algo que los personajes de la novela nunca se plantearon fue el problema del gobierno o de la gobernanza, como se dice ahora. Gobernar es mucho más difícil que asaltar el poder.
La bandada de gansos emprende vuelo apenas tocando con las patas el espejo verde del lago. Sánchez-Aizcorbe se despide para continuar con su rutina estival en el lago Roland. Al ponerme de pie, me apoyo en el tronco rugoso del arce. Me pregunto cuánto jarabe produce un arce. Ya sobre la superficie brillante del lago, el escritor se desliza paleando con sus remos y espanta a una docena de tortugas que saltan ágiles de las ramas flotantes. En el muelle, el pescador sostiene su curvo bambú sobre los círculos concéntricos que se forman en el agua: siente la vibración de los peces que rozan confiados su carnada.