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Alberto Barrera Tyszka

Alberto Barrera Tyszka: “La televisión es una experiencia de creatividad colectiva”

NUEVA YORK: Por su vínculo sonoro, coincide con el Paul Auster de Diario de invierno en que la literatura es un subgénero de la danza. El oído para él, es la pauta de su escritura. Lo es desde que quedara hipnotizado con las lecturas sabatinas que hacía su padre para él y sus hermanos, en el patio de la casa. Defiende la lectura en voz alta y luego de leer, muy joven, a Quiroga, escribió unas 16 versiones de La gallina degollada, pensando que era un cuento original. Libros de poesía, novelas, crónicas lo tienen como autor. Entre ellos, La inquietud, Rating, Crímenes, También el corazón es un descuido, Hugo Chávez sin uniforme. Es también guionista de telenovelas, género que encuentra fascinante e impune ante la razón: “En la telenovela se vale todo; que alguien vuelva de la muerte, que de un brinco alguien abandone una silla de ruedas, todo, siempre y cuando se tenga un final feliz”. Es columnista semanal del diario El Nacional y colaborador de Letras Libres, entre otros portales. En el año 2006, su novela La Enfermedad resultó ganadora del Premio Herralde de Novela.

En tu obra se parte de la poesía a la novela, de ésta al cuento, del cuento al guión de televisión, pasando por unas incisivas columnas periodísticas. Más allá de detenernos puntualmente en esos libros, me gustaría que habláramos de cómo emprendes esas distintas estructuras.

Si bien cada formato tiene sus implicaciones, yo siento que los géneros son una especie de formalidad, que le sirve sobre todo a los críticos. Yo empecé escribiendo poesía y cuentos, cuando era adolescente. Ahora escribo cuentos y novelas. Cada vez menos poesía o por lo menos, con mucho respeto, lentamente… ¡Es muy fácil ser un mal poeta! Con respecto a los géneros, para mí fue muy importante vivir de la escritura. Fue una cosa que me planteé desde muy joven y tiene que ver con mi generación. Nosotros no queríamos ser parásitos de la Venezuela Saudita y queríamos vivir de la escritura. Todos terminamos en periodismo, de guionistas, en publicidad. Así me enfrenté al hecho de decidir a cual nicho acercarme.

Cualquier purista de lo literario se desvelaría intentando descifrar dónde empieza el poeta y dónde el guionista de televisión.

En general mucha gente se pregunta cómo funciona o cómo se puede trabajar desde el periodismo o las telenovelas. Yo a esta altura no tengo ese problema. Son espacios que tengo claramente divididos. Yo supongo que en mi interior hay una serie de vasos comunicantes, que van impregnándose de todos esos espacios. En general todos los ámbitos tienen unas exigencias muy claras.

Del oficio meticuloso y solitario del escritor a la composición redaccional del guionista: ¿Cómo haces un balance entre exponer una idea y disolverla entre el criterio del equipo?

Lo que yo me planteo en literatura es una experiencia totalmente distinta. Ese proceso de decantamiento interior que hay cuando estoy pensando en un poema, esa inquietud sin forma no existe en la televisión. Para las telenovelas yo me siento con un equipo a poner la imaginación y la creatividad al servicio de un proyecto de un cliente, de alguien que me pide una historia con tales características. Se trata de una imaginación que funciona dentro de unas condiciones determinadas y específicas. La televisión funciona como una experiencia de creatividad colectiva.

Esas experiencias colectivas frente a un mismo texto tienen que ver con las escuelas de escritores, o programas de escritura creativa. ¿Sientes que eso está aportando algo a los autores o que no hay nada que buscar ahí?

Las dos experiencias del taller y la escuela me parecen muy buenas. El simple hecho de poner un texto frente a otro, discutirlo, debatirlo y hablar sobre el cuerpo de las palabras, es reflexión sobre la comunicación real, que brinda la escritura. Si bien después hay una experiencia intransferible en el escritor (la de su lectura) con la práctica y el ejercicio, se puede conseguir una sistematización de aprendizaje, un ejercicio de destreza. La escritura, cómo no, es talento, pero también es disciplina y oficio.

Pensando en la masividad, me comentaste la cita en que Cheever sostiene que la atención de una lectura, tenía que ganarle a un partido de fútbol en la televisión. ¿Cómo el escritor se relaciona con esas emociones, con los gustos masivos, con las maneras arrolladoras de expresarse?

Nosotros venimos de una tradición que satanizó lo masivo, oponiéndolo al arte. El éxito literario para mucha gente era sinónimo de poca calidad literaria. Esa idea de que hay una relación directa entre éxito, lectores y mala literatura nos ha hecho daño. Tampoco todo lo que pasa en televisión es basura. Yo creo que la muerte de la televisión abierta hizo que el poder pasara al usuario sin proponérselo. Hay una sobreoferta de productos y eso genera un panorama totalmente distinto. También está la idea de que la literatura que le gusta a la gente es fácil, cosa que también me parece problemática. Existe como una sospecha de que lo artístico, lo verdaderamente artístico, es complicado y no es para todo el mundo. La vanidad de los escritores vive en esa paradoja un poco rara. Escribes y te esfuerzas para tener muchos lectores, pero ojo, si tienes demasiados, no vas a ser un verdadero escritor.

Estando Hugo Chávez vivo, publicaste Hugo Chávez sin uniforme un acercamiento biográfico a ese curiosísimo personaje de la historia contemporánea de Venezuela. Creo que el dato más potente es que no se sospechaba el desenlace vital que tuvo el ex presidente. ¿Cómo fue ese proceso de acercamiento, desmantelamiento? ¿Qué te llevó a pensar en Hugo Chávez sin uniforme?

Ese libro lo escribí con Cristina Marcano, que es periodista. El primer punto de partida fue pensar en un Chávez que íbamos a presentar a los latinoamericanos, eso nos permitía superar un poco la polarización que domina a Venezuela. Era un poco como salir de un esquema donde un grupo de venezolanos pensaba que Chávez era la reencarnación de Bolívar y otro pensaba que Chávez era la reencarnación de Hitler. Cristina marcó la ruta: construir la hoja de vida de Hugo Chávez entrevistando a gente que cumpliera con la condición de haber vivido con él. Toda la gente que está en el libro conoció a Chávez personalmente. Como en una suerte de voces corales, van contándonos la historia de este hombre que es un fenómeno, porque es fenomenal la historia, así el tipo no te guste. Hubo una cosa fascinante en abordar la historia de Chávez, que además representó un problema muy fuerte durante la escritura del libro y fue todo lo que Chávez dijo de sí mismo. Él construía de manera oral su autobiografía y en ello había un ejercicio de reinventar su propia memoria

¿Supo de la preparación del libro? ¿Los atendió?

Nosotros pedimos una entrevista con Chávez, hicimos todo el caminito que había que hacer. Yo creo que a la larga fue mejor, porque si no Chávez hubiera hablado tanto para dar su otra versión que hubiésemos tenido que hacer otra cosa. Yo creo que fue bueno el timing, porque hasta ese momento, en esos años, la vida privada de Chávez no era secreto de estado. Nosotros pudimos entrevistar a la mamá y al viceministro de seguridad que estaba con él todo el tiempo, Alcides Rondón, que nos habló de una manera que no sé si pudiera igualar ahorita. Después vino un control más férreo de su experiencia, mucho más fuerte.

¿Boom y post Boom, generaciones, agrupaciones y antologías? ¿Dónde está la narrativa latinoamericana en este momento?

Es un tema en el cual yo tengo mucho más dudas que certezas. Yo ni siquiera sé si la categoría “literatura latinoamericana” funciona. A veces yo hablo de las literaturas latinoamericanas. Creo que es muy problemático concentrar temas o tendencias. Qué hace uno con todos los latinoamericanos que viven en otros países de Europa, y escriben desde ahí, si lo que escriben es o no es, qué hace uno con los que no son latinoamericanos y escriben sobre Latinoamérica. Hay una cantidad de cosas que se repiten cada vez menos de esa América Latina de boleros, boxeadores y guerrilleros, ¿no? De esa especie como de epopeya tropical… veo que está menos presente o está presente de otra manera. Fíjate que yo suelo poner un ejemplo. Digamos que relativizar las categorías es lo que me parece interesante.

¿Qué cosa no puede faltarle a alguien que quiera escribir?

Te voy a contar una anécdota con Salvador Garmendia, que fue un escritor venezolano con el que trabajé en televisión y quise muchísimo. A él lo reconocían mucho en la calle, por su barba y porque había salido en pantalla. Un día íbamos caminando y un tipo se le para adelante para decirle: ¡Salvador Garmendia! ¿Qué hace falta para ser escritor? Salvador se le quedó mirando y le dijo: «papel y lápiz».

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