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Alarmados

El tiempo avanza silenciosamente y a veces demasiado silencio desespera. Por eso, cuando hay que esperar, necesitamos escuchar algo, música por ejemplo y por eso, en las películas de terror, un buen silencio insoportable es necesario antes de un grito.

Cuando se escucha algo en medio silencio, el tiempo detenido vuelve a su marcha, pero a veces, el sonido del tiempo también exaspera.

Hicimos el tiempo sonoro para poder percibir su paso y así tener la ilusión de poder controlarlo; su marcha constante e infatigable se puso en evidencia tras el invento del reloj, y aunque en un principio los relojes eran visuales, y la luna y el sol nos mostraban sus ciclos, la jornada lenta y serena de estos astros no fue suficiente para marcarnos el acelerado ritmo de trabajo en una era industrializada y altamente productiva.

El tiempo puede pasar fácilmente desapercibido ante nuestros ojos; pero al oído es fácil atormentarlo con el paso de las horas.

Cuando hay demasiado silencio en una sala, se escucha el inquietante y monótono tic tac que anuncia, a cada segundo, la aniquilación de un instante y el nacimiento otro. El tiempo se ha vuelto desesperantemente sonoro, sus pasos acompasados no dan tregua, no se atrasan ni se devuelven  y algunos dicen que van más rápido cada día.

El tiempo se anuncia también en forma de alarma, curiosamente esta palabra, viene del italiano allarme que significa ¡a las armas!, una expresión utilizada para dar aviso a un ejército a que se prepare a la defensa o al combate; lo que quiere decir que lo que nos despierta cada día es, básicamente, un llamado a la guerra. Las bocinas de los carros anuncian que ya vamos tarde.

Por eso, hay que aprender de los músicos cómo jugar con el terrible compás y hacer de la métrica del tiempo un fiel aliado; por eso, cuando hay que escribir hay que parar el tiempo, estar en silencio y pensar eternamente así sea un segundo.

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