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Alan, el despatriado

En una  moderna casona rodeada de árboles y jardines  vive Alan, un británico blanco. Está solo, no es de aquí ni de allá, no tiene a qué volver. Harto de un frío casi permanente y de inmigrantes que inundan su ciudad, prefirió quedarse en Colombia.

Té a las cinco y a todas horas,  fish and chips, español chapuceado, canciones en inglés y viajes en motoneta  constituyen su vida, porque su patria, su entorno y su  cultura ya no le satisfacen. ¿Es una situación individual o una crisis social de los ciudadanos londinenses?  ¿Es un intercambio tácito? 

Los motivos  que llevan a los británicos a  irse  a otros lugares son bien distintos  de aquellos que mueven a quienes se dirigen a su país en una búsqueda desesperada de solución a sus más álgidos problemas: La diaria y digna subsistencia. Los británicos se van con todo resuelto, los que llegan a su país, arañan con las uñas lo que Inglaterra puede ofrecerles, que ya no es mucho porque están sobrepasados.

En  contraste, Rubén, sobrino de Alan, londinense adscrito a la Corona “adoptó la cultura oriental desde que tenía 8 años, tal vez por las influencias cosmopolitas y multiculturales, porque allí al que no engorda le da bulimia, se vuelve ateo o radical,  bisexual o pansexual, enloquece o se devuelve” según dice su madre, que de visita a París las vio lívidas cuando un puñado de nordafricanos -que pretendían engañar a un grupo de turistas americanos- amenazaron con acuchillarla si les avisaba de sus intenciones.

¿Cómo suponer que Peter Abraham Ogier, el primer inmigrante, instalado en 19 de Princelet Street en 1719, sería quien iniciaría una ola de inmigración que  hoy alcanza topes inimaginables?  (…)  “Con más de 50 comunidades foráneas en sus calles y alrededor de 300 lenguas practicadas a diario en sus colegios, restaurantes, y puestos de trabajo, la urbe no tiene parangón en el mundo entero en lo que a diversidad se refiere”

¿Cómo suponer  que  ese inmigrante iniciaría un problema que hoy llega a niveles insostenibles?  ¿Cómo no ayudar a quien de verdad lo necesita? ¿Cómo acoger a personas que vienen a generar caos social? ¿Cómo diferenciar a unos y a otros? ¿Cómo dejar de hacer lo que por siglos han hecho?  Acoger  y ayudar al inmigrante está en la genética británica. Sin embargo hoy, sobrepasados, prefieren ir por el mundo a buscar otro país que les pertenezca, aunque así no sea, aunque no sea lo justo.

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