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Guadalupe Loaeza

¡¡¡Al bote!!!

Inmediatamente después de que me enteré de que un juez federal había ordenado encarcelar a Emilio Lozoya, ex director de Pemex, en el Reclusorio Norte al estimar que existía un alto riesgo de que pudiera darse a la fuga por la alta penalidad de los delitos que se le imputan, me di a la tarea de buscar por internet un grillete bola de hierro con cadena. Con una suerte formidable, encontré uno baratísimo. Ya lo aparté. Estoy dispuesta a pagarlo con tal de que Lozoya no vuelva a hacer de las suyas de irse a comer pato a un restaurante de lujo de Las Lomas de Chapultepec. Ahora lo tendrá que pedir para que se lo manden al reclusorio en un taxi y se lo coma solito en su celda, sin tortillas de harina, ni salsa de ciruela.

«¿Y su bata y sus pantuflas?», me pregunté preocupada al suponer que alguien tan millonario y sofisticado como Lozoya, nacido con cucharita de plata, seguramente era dueño de una gran colección de batas de seda tipo italiano que hacían juego con pantuflas de piel, cubiertas de fieltro. También imaginé que tendría un edredón de pluma de ganso y cojín de hule espuma especial. Por lo que entendí de las notas periodísticas sobre la determinación del juez de encarcelarlo de inmediato, era evidente que no pudo pasar a su casa para recoger sus cosas personales. ¿Y sus medicinas? ¿Y sus pastillas para dormir? ¿Y su cargador de teléfono? ¿Y su computadora y iPad? ¿Y su cepillo de dientes eléctrico? ¿Cuántos gadgets no ha de tener Lozoya, probablemente entregado a la alta tecnología? Claro que todo lo anterior se lo pueden entregar después en el reclusorio, pero ¿se lo entregarán completito? Difícil pregunta. Que por favor no le vayan a mandar sus camisas de seda, ni sus horribles corbatas cuyo nudo siempre resulta muy grueso, ni sus jeans y sudaderas de marca. Que le pongan el uniforme beige reglamentario como a todos los demás presos.

Siempre que veía en las noticias al ex director de Pemex, durante el sexenio de Peña Nieto, le advertía una extraña expresión de angustia, tristeza y confusión. Nunca me pareció una persona segura de sí misma, tenía cara de regañado, de angustiado y muy rebasado por las circunstancias. Sin embargo, muchos de sus compañeros del ITAM opinaban todo lo contrario, que «era muy prepotente, súper mamón, desagradable, poco amistoso y muy pagado de sí mismo». ¿Qué pensarán ahora de su ex compañero convertido en un verdadero delincuente? ¿Les dará lástima, coraje o gusto que esté bien encerrado en el Reclusorio Norte?

Algo que hay que reconocer es que Lozoya no se sentirá solo en la cárcel. Allí están muchos de sus «cuates»: Juan Collado, abogado de los políticos y vinculado a proceso por una presunta defraudación fiscal de 36 millones 786 mil 881 pesos. El que ha de estar feliz de que Lozoya haya sido enviado al reclusorio es el ex gobernador Javier Duarte, quien cumple una condena de nueve años por asociación delictuosa y lavado de dinero. Sin olvidar a uno de sus viejos amigos, el panista Jorge Luis Lavalle encarcelado por supuestos sobornos que recibió nada menos que de Lozoya para aprobar la reforma energética. Ahora sí que Dios los cría y ellos se juntan… en el Reclusorio Norte.

La verdad es que Emilio Lozoya no se puede quejar. Durante 15 meses, antes de que pisara la cárcel, se dio muy buena vida. Ahora eso se acabó y todo porque tuvo la pésima idea de irse a comer unos tacos de pato con unos amigos. «Eso sí calienta…», se ha de haber dicho el Presidente al enterarse de la «escapadita» de Lozoya. Ha de haber pensado que le vio la cara, así como a Gertz. Hay que decir que los dos sí se vieron totalmente ridiculizados por Lozoya. Después de haber ido a cenar con sus amigos, aunque aparentemente seguía estando apegado al criterio de oportunidad para fungir como testigo colaborador, resurgió la duda de si Lozoya tenía o no prisión domiciliaria. Ahora sí, no hay ninguna duda, Artemio Zúñiga Mendoza, juez de control del centro de justicia penal del Reclusorio Norte, impuso al ex director de Pemex la prisión preventiva justificada, tras la solicitud de la Fiscalía General de la República.

Dicen que vestido con un traje azul marino, camisa blanca, corbata morada y cubrebocas, Emilio Lozoya nada más tragaba saliva al escuchar que la sentencia podría ser de 12 a 35 años (Reforma).

Para que Lozoya no salga ni a comer tacos de médula en la esquina del Reclusorio Norte, ¿compro o no compro el grillete bola de hierro con cadena?

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