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Agustina Casas

Agustina Casas Sere-Leguizamon: artista guerrera

NUEVA YORK: Es arrolladora la energía que emana de Agustina Casas Sere-Leguizamon, energía que se mezcla con una fuerte determinación. Es gracias a esas dotes que ha logrado triunfar en un espacio, el del arte digital, a pesar de las perplejidades de su familia y de la abierta hostilidad de un ambiente machista en el cual tuvo que desenvolverse en los primeros años de su formación.

Agustina nació en Uruguay y entendió, siendo todavía niña, que el arte era el espacio en el cual podía encontrarse a sí misma. “Siempre pinté y dibujé, desde chica, y lo hacía sobre todo cuando me castigaban. Para mi era una suerte de catarsis emocional”.

Cuando la madre, tras su divorcio, vuelve a casarse con un importante coleccionista y merchant de arte, el ambiente a su alrededor le permite afinar una pasión prácticamente instintiva. “Si bien no fue mi padre, el esposo de mi mamá cumplió un rol paterno muy fuerte y fue un motor inspirador en mi vida. De él recibí en regalo el primer libro de arte cuando tenía 13 años. Vivir con él era como vivir en un Museo y eso me influenció mucho, para bien y para mal porque los estándares de arte eran muy altos”.

Al terminar los estudios de liceo Agustina intenta seguir los consejos de la familia que la impulsan a iniciar una carrera universitaria. “Me inscribí en diseño gráfico pero tras el primer trimestre dos profesores me aconsejaron retirarme de la facultad. El primero me dijo que mi perfil era más cercano al mundo de la moda, el segundo me aconsejó seguir estudios en la Academia de Bellas Artes ya que, según él, en esa facultad estaba perdiendo mi tiempo”.

Dos consejos que determinaron sus pasos futuros. Sabía que ambos tenían razón, el primero había descubierto su pasión por la moda “por la posibilidad de transformar una tela en una escultura y de mezclar el arte con los dibujos de los bocetos, y el otro había evidenciado mi vocación artística y el deseo de profundizar mi preparación en esa área”.

Agustina reflexiona y confiesa que la Academia de Bellas Artes era una escuela muy politizada y, en ese entonces, ella no tenía el deseo ni la fuerza de involucrarse en política sobre todo porque en su misma casa había una fractura entre las ideas del padre, conservador, y del padrastro, de izquierda.

“Decidí que construiría yo misma la carrera que quería estudiar y lo hice a pesar del revuelo que esa decisión creó en mi familia”, concluye con una sonrisa.

Si no le fue difícil encontrar unos cursos de alta costura en los cuales participar, mucho más lo fue organizar su carrera artística.

“Quería estudiar con un profesor que tenía un taller de arte muy interesante. Recuerdo la primera vez que fui a verlo con otra amiga. Su taller estaba ubicado cerca del puerto de Montevideo, era un galpón impresionante y los estudiantes eran todos varones de distintas edades. Estaban reproduciendo una obra de Picasso en formatos muy grandes. Cuando mi amiga y yo entramos la emoción por lo que estaba viendo fue enorme y me dije a mi misma “quiero estudiar aquí”.

Pero Agustina no sabía que se estaba topando con un terrible misógino que tenía un concepto muy denigrante de las mujeres. “El profesor nos miró con ironía y dijo: “¿vinieron a servirnos el mate o un café?”… Yo sencillamente contesté “No, nosotras vinimos a estudiar”.

Solamente la testarudez que la ha ayudado a superar muchos obstáculos pudo mantenerla firme en su decisión a pesar del desprecio con el cual el profesor la rechazó. “Lo siento – le dijo – no acepto a mujeres jóvenes en mi taller. Solamente doy clases y tomo el té, los miércoles, a mujeres mayores de 60 años”.

“Pero yo me hice la loca y todos los sábados me aparecía en sus clases. Todos los sábados durante dos meses. Aún sin poder participar en primera persona, me encantaba estar allí, dibujar, pintar y asistir a las charlas y debates que hacían al finalizar el día. Cada alumno preparaba una clase de historia y la transformaba en una pequeña obra de teatro. Era el lugar ideal para estudiar arte. El profesor nunca tuvo el valor de cerrarme la puerta pero tampoco me enseñaba, se limitaba a ignorarme, hasta que un día uno de los estudiantes, con condescendencia igualmente machista, le dijo: “Profesor, deje que Agustina haga algo, parece inteligente, enséñele alguna naturaleza muerta”.

Así a pesar de la estúpida hostilidad del ambiente, cual verdadera guerrera, Agustina Casas empieza a estudiar y el profesor a apreciar su talento y disciplina. Une a esa clase también otras de dibujo y se va forjando como artista destinada a tener una larga y muy exitosa carrera.

La primera exposición la realiza en Buenos Aires. Allí había empezado a estudiar una carrera universitaria formal en diseño y moda para la cual tenía que seguir un curso obligatorio de fotografía. Con desbordante creatividad empieza a intervenir las fotos y a transformarlas en arte digital. “Un galerista estaba armando una exhibición de arte contemporáneo en la Galería Castagnino Roldán y, tras ver mi trabajo, quedó muy impactado. En ese momento el arte digital era muy conocido en Europa y en Estados Unidos pero mucho menos en Argentina. Me invitó a participar en la exposición y fue un verdadero reto porque era la única artista de mi edad entre grandes, como Rogelio Polesello, uno de los máximos referentes del pop art en Argentina, Marta Minujin y otros que habían ganado la Bienal de Venecia. Eran todos unos Maestros”.

Esa primera exhibición no solamente le abrió las puertas de un espacio de gran prestigio sino que le permitió conocer al famoso estilista Kenzo Takada. “Fue un encuentro muy importante. Kenzo fue a ver mi exposición y le gustó mucho el trabajo que estaba realizando. Él representaba todo lo que yo quería ser: era un genial diseñador y un artista. En ese momento estaba preparando una exhibición en Buenos Aires. Estaba trabajando en un galpón en San Telmo. Me recibió con su novio francés, ambos muy cálidos. Kenzo me mostró unos libros, me explicó lo que quería hacer y me invitó a trabajar con él como directora creativa y asistente. Sentí que vivía una experiencia surreal. Todo salió muy bien así que después me invitaron a ir a París para replicar la exposición en los Champs Élysées.

– ¿Hasta qué punto sientes que influyó en ti la experiencia con Kenzo Takada?

– Mucho – contesta Agustina de inmediato –. Estar con Kenzo fue de gran inspiración y esa experiencia me ayudó a meterme de lleno en la moda. Trabajé con varios estilistas diseñando trajes de alta costura y luego creé mi propia colección que se llama Pondal. Era el segundo apellido de mi bisabuelo quien fue escultor.

Una herencia importante. El reencuentro con esas raíces marcó el regreso de Agustina al arte.

“Un día estaba en mi casa viendo la televisión y en el noticiero dijeron que habían robado parte de una escultura de mi bisabuelo. Aunque se trataba de una escultura que era patrimonio nacional yo sentí que me habían despojado de algo muy personal. Sentí que quería, tenía que hacer algo, una protesta artística. Tras revisar muchos documentos descubrí que el gobierno italiano había contratado a mi bisabuelo para regalar a Argentina, en sus 100 años de independencia, una estatua de la loba con Rómulo y Remo. Los ladrones habían robado a esos niños y cuando fui a ver la estatua, que seguía en el Parque Lozama, descubrí que alguien había dibujado una lágrima en su hocico. La loba estaba llorando porque le habían robado a sus hijos. Ver la fuerza que tomaba esa lágrima en la estatua me dejó pensando. Entendí que una escultura podía transformarse en la catarsis de un pueblo y decidí explorar ese camino”.

Agustina Casas empieza a hacer un relevamiento fotográfico y luego a intervenir y transformar esas fotos. El trabajo va tomando cuerpo y en Montevideo le proponen armar una exposición en el Museo Zorrilla, uno de los más importantes de Uruguay.

“Me tomó más de un año armar la exposición. La casa donde está ubicado el Museo pertenecía a otro escultor, José Luis Zorrilla de San Martín quien fue muy amigo de mi bisabuelo. Habían estado juntos en París y juntos habían ganado un famoso premio internacional. Decidí entonces hacer un montaje con las obras de los dos artistas”.

La exposición que se tituló “Ensueños rioplatenses” se inauguró en 2012 y tuvo mucho éxito. Constaba de dos partes, la primera estaba constituida por 26 obras digitales realizadas a partir de las esculturas de los dos artistas, la segunda era un documental en el cual reunía entrevistas a varios intelectuales de Uruguay y de Argentina. Dos preguntas para todos: qué es la identidad rioplatense y qué son Uruguay y Argentina.

– ¿Por qué esas preguntas?

– Argentina y Uruguay son países en los cuales se han radicado muchísimos europeos y sin duda el fenómeno ha sido muy enriquecedor, pero hemos ido perdiendo nuestra cultura, nuestra identidad latinoamericana. Nuestra tendencia es a mirar siempre a Europa o a Estados Unidos, como modelos. Cuando estuve con Kenzo en París me di cuenta que todos los movimientos artísticos vienen de Europa o de Estados Unidos, quizás de Asia. Pareciera que América Latina no existiera del punto de vista artístico, que no haya existido la vanguardia tan fuerte que tuvimos ni a artistas de la talla de Cruz Diez, Frida Kahlo, Pablo Rivera y muchos otros. Sobre todo entre los artistas contemporáneos hay un vacío cultural, de inspiración. Yo quise motivar una reflexión, un debate.

– Es curioso que esa reflexión haya surgido a raíz de un trabajo basado en las obras de tu bisabuelo inmigrante. Pareciera que gracias a esa exposición pudiste volver a encontrarte tu misma.

Ese reencuentro con mi abuelo ha sido muy importante para mi como ser humano y como artista. Yo me siento orgullosamente latinoamericana y cuando me preguntan digo que soy rioplatense porque aunque nací en Uruguay parte de mi familia es de Argentina.

Muchas las exposiciones que siguieron y muchos también los premios que recibió la artista rioplatense. Desde una instalación realizada en ocasión de los 100 años de Good Year con neumáticos pintados y decorados que presentó con gran éxito en la Feria Art Basel de Miami, hasta otras en el Instituto Hispánico de Huston, en Art Dubai, en Europa.

– Agustina, si bien en un comienzo no quisiste mezclarte con la política, desde hace un tiempo tu arte muestra sensibilidad social y política. Tu última exposición es un ejemplo de ello.

Sí, estoy participando junto con los escultores uruguayos Lara Campiglia y Pablo Atchugarry en la Feria de Arte Pinta. Estamos trabajando junto con una organización sin fines de lucro que se llama Reaching U cuyo objetivo es el de asegurar la educación a los niños abandonados, hijos de presos o pobres. La muestra se desarrolla alrededor del concepto del reciclaje e hicimos un experimento con los niños dando a cada uno de ellos uno de los pedazos de mármol que quedan de las esculturas de Atchugarry para que los intervinieran pensando en el amor. Quisimos darles la oportunidad, a través de la belleza y la creatividad, de imaginarse un futuro mejor.

– Anteriormente habías desarrollado un trabajo con fuerte inspiración política sobre la realidad venezolana. ¿Cómo y por qué hiciste un trabajo tan comprometido sin ser tu misma de Venezuela?

La exposición que hice en Miami sobre los hechos violentos que ocurrieron en Venezuela en 2014 luego de unas manifestaciones estudiantiles que dejaron estelas de muertos y encarcelados, surgió a raíz de la idea de una amiga. En ese momento yo estaba en Miami trabajando en una colección que se llama Icons y para la cual había seleccionado a todos los Premios Nobel de la Paz.

Agustina sigue contando su experiencia al tener que plasmar en su arte hechos con los cuales, aún sin ser venezolana, se involucró mucho emocionalmente.

“Empecé a conocer a muchos intelectuales venezolanos, fui entrando más y más en la realidad de ese país, quedé impactada viendo la lucha de los jóvenes, los universitarios. Entendí que ya tenía la fortaleza para enfrentar el reto del arte como vehículo político y social y sobre todo entendí que el arte quiebra fronteras. Yo en ese momento supe que los artistas no tenemos una sola patria. Somos artistas del mundo”.

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