Tapizada en papel promesa,
la farola intermitente, convulsiona.
El puesto de las empanadas
lo ganaron las moscas.
Sobre los cristales rotos del almacén,
el reflejo desnutrido de San Llegadero se mete una raya y baila.
Al otro lado de la orilla
gigantografías de la demagogia saturan el paisaje.
Huesos de cemento y cal se ofrecen al mar
determinados a estrellarse contra las rocas,
hacerse pedazos en el paralelismo,
apagar el ruido,
interrumpir la inercia,
ser única y exclusivamente,
La Voluntad de Romperse.