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Adiós aquí y allá

De este lado

Despedirse en Venezuela se ha transformado en rutina. Esto no es ningún secreto. No hay un «¡Eureka!» después de esta frase. En este país hay que decirle adiós a muchas cosas: las personas que se van, las cosas robadas, la manera de vivir que estábamos acostumbrados, los principios morales y éticos… Sonará dramático, pero los que estamos metidos dentro de estas fronteras sabemos que los estándares se nos han quedado cortos. Cuando creemos que hemos tocado fondo, siempre hay algo que nos coloca la barrera más lejos.

Hace unos años hubo un infame documental llamado “Caracas ciudad de despedidas” sobre cómo algunos jóvenes se iban del país. La idea no era mala, pero el enfoque que le dieron fue fatal. Aun así, señalaban una realidad: El adiós perenne en el que vivimos desde hace años.

Tenemos a políticos separados de sus familias injustamente, familias que se reúnen por Skype, viudas y huérfanos llorando en los cementerios. A estas alturas, siento que hay más líneas divisorias que venezolanos.

Del otro lado

Por mucha imaginación que intente ponerle, no me atrevería a decir que tengo una idea de lo que es el conflicto en Siria. Una cosa es leerlo en las noticias y que esté en tu percepción por unos instantes, y otra distinta es creer que por ello sabes lo que realmente es. Las fotos de los refugiados que lo logran y de los que se quedan en las orillas no podrían ser más claras pero eso no quiere decir que seamos capaces de comprenderlo del todo. Al menos para mí sigue siendo inimaginable.

Cruzar el mar, las fronteras, esquivar políticas gubernamentales, agradecer que estás vivo si amaneces, no morir en el camino… Todo al mismo tiempo. Vivir en una despedida constante, recorrer un camino que no sabes cuándo termina porque no tienes idea de cuál será el próximo lugar al que llamarás hogar. No, no me da la imaginación para tanto.

De todos lados

El hecho que no te hayan robado en el último año, no tengas un familiar o amigo asesinado recientemente, que tengas todo lo que necesitas en el supermercado de la esquina y que tu país viva en sana paz no quiere decir que no hayas tenido que despedirte de algo. No hay nadie vivo exento de despedidas.

Es inherente a la naturaleza del cambio el tener que soltar cosas o personas. Para que nazca un árbol, una semilla debe morir, mutar, dejar ir su forma original. El detalle está en las circunstancias: a esa semilla no la matan, roban o la obligan a trasplantarse. Es cierto, todos decimos adiós, aurevoir, auf widersehen, arrivederci o good bye, pero bien podría venirnos un descanso a los venezolanos y a los sirios. Cambiar de cosas, casas, personas, países… Varias o todas de las anteriores a la vez es demasiado.

Decir “Adiós” es sellar un destino, etimológicamente es encomendarle algo a Dios, tarea difícil para los que somos ateos. Aun así, debemos confiar en que todo eso que abandonamos estará bien, así no haya un ser superior velando por ello.

En Siria, Venezuela, Bangladesh o Tombuctú hay alguien poniéndole un sello postal a algo y cruzando los dedos, al menos simbólicamente. Hasta a este artículo tengo que decirle… Bueno, ustedes ya comprendieron la idea.


Photo Credit: Giancarlo Napolitano

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