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Acuérdate de respirar

Hace apenas meses que el primer humano se infectó con el virus SARS-CoV-2, apenas semanas desde que el enemigo llegó a nuestras puertas, y lo imposible está ocurriendo. A la imagen de las Torres Gemelas de Nueva York ardiendo, de los trenes en Madrid hechos pedazos, se unen ahora las de lugares emblemáticos como Venecia o Times Square vacíos y las de enfermeros y médicos enfundados en plástico y desbordados. Se habla del dilema entre parar los muertos y mantener viva la economía, que se enfrenta a la recesión más brutal que se recuerda. Espero que en el camino no nos estemos olvidando de la supervivencia de la libertad, la privacidad y la democracia.

Nos hemos saltado tantas barreras estas semanas, hemos cruzado tantas fronteras de lo que parecía impensable en Navidades, que a veces siento que he perdido el contacto con la verdad. Escucho emisoras de otras ciudades que conozco bien, paso por barrios vacíos y tengo la sensación de estar soñando, de estar confundiendo una serie de Netflix con la realidad. Día sí, día también, existe un instante en el que creo que en algún momento me van a decir que era un experimento, como el de Orson Welles y la «Guerra de los Mundos» de 1938.

Yo me dedico a escribir y recomiendan a los autores que apuntemos nuestros sentimientos más agudos para después reflejarlos bien en nuestros personajes. Hoy por hoy, no se me ocurre una ficción en la que pueda plasmar cómo me siento ahora. Todo me parece absurdo, irreproducible.

Los gobiernos que todos hemos elegido en Europa se enfrentan a este inmenso monstruo desconocido desde la ciencia y los datos, pero también desde la moral y la ética que nos definen. Nuestras decisiones de hoy, tomadas en una situación de emergencia, no pueden comprometer nuestro futuro como sociedad cuando la emergencia pase.

Se ponen como ejemplos las medidas tomadas en países como China, incluso Corea, con una historia, una cultura y unos valores distintos a los nuestros. La elección no puede ser entre un sistema rígido que triunfa contra la enfermedad y una democracia en la que uno se muere.

China ha tomado medidas contrarias a la sociedad democrática a la que estamos acostumbrados en Europa, como el uso de apps para supervisar el movimiento de las personas o el acceso a los historiales médicos. Lo que ha ocurrido en China tiene un marco social y cultural distinto al de Occidente. Los gobiernos, asustados e infantes ante esta circunstancia sin precedentes, se apresuran a actuar, movidos sobre todo por el miedo y por la necesidad de reaccionar, pero no todo se puede copiar.

Cuando uno aprende un ejercicio nuevo en yoga, en pilates se concentra tanto en mantener la postura que contiene la respiración de forma refleja y se olvida de lo fundamental para que el ejercicio funcione: respirar.

«A la hora de elegir entre alternativas, debemos preguntarnos no solo cómo superar la amenaza inmediata, sino también qué tipo de mundo habitaremos una vez que la tormenta pase», escribió hace unos días en el Financial Times el filósofo israelí Yuval Noah Harari.

Acepto el control hasta la supresión del virus, medir mi temperatura, entrar en cuarentena solitaria si hace falta, encerrar a mis hijos en casa, interrumpir el contacto con mis seres amados.

Entiendo además que las órdenes no pueden ser inmediatamente transparentes. El filósofo Byung-Chul Han advierte que la transparencia total es contraria a la política. «La sociedad de la transparencia no es una sociedad de la confianza, sino una sociedad del control», escribe Han en su libro La sociedad de la transparencia. Si todo se tiene que explicar ahora, en tiempo real, la política rápidamente se agota. Se afina, se esparce como la mantequilla para intentar explicarse, justificarse. Las decisiones estratégicas se convierten en casi imposibles y los procesos lentos, en irrealizables. El futuro desaparece, es imposible planear y todo se hace según los réditos del presente. Toda opción que necesite tiempo, paciencia, complejidad y no produzca ningún fruto en tiempo real, aunque sea la mejor, queda relegada.

Si hay una situación compleja en la que se necesite sopesar bien las opciones, es esta. Las medidas tomadas en situaciones de estrés pueden ser imprescindibles, pero nunca deben convertirse en medidas secretas, ni permanentes, sobre todo si el estrés puede repetirse, como advierten virólogos de todo el mundo.

Ya antes de esta crisis, el Centro para el Futuro de la Democracia de Cambridge advirtió que las cifras de apoyo a la democracia estaban retrocediendo a niveles de los años noventa, pero solo en democracia conseguiremos acercarnos a la verdad sobre qué está pasando y aspirar a tener líderes a la altura de las circunstancias. El objetivo debe ser la educación y la buena información para que el individuo sea responsable de sus decisiones, pueda pensar y pedir cuentas al gobierno elegido, no la supresión de la persona dentro del bien colectivo.

El filósofo Fredrich Nietzsche, uno de los grandes pensadores de la época moderna, advirtió que los convencimientos son enemigos más peligrosos de la verdad que las mentiras. Debemos evitar autoconvencernos de que no hay otro remedio que renunciar a derechos básicos. Nuestra generación no puede ser la que cedió el terreno conquistado. Tenemos que permanecer vigilantes, reclamar nuestra libertad de movimiento, de reunión, de asociación, de expresión, de privacidad cuando todo esto termine. Acordarnos de respirar.


Begoña Quesada publicará una novela sobre Elisabeth Nietzsche a finales de año con Rasmia Ediciones.

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