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Ricardo Vega
ViceVersa Magazine

Abundancia Literaria

Sospecho de los escritores prolíficos. De todos en general, pero especialmente de aquellos que son desconocidos para el mundo académico. El concepto de escribir de estos parece ser el de contarle al mundo los detalles del flujo de sus pensamientos, como si fuesen joyas de las cuales la humanidad no puede prescindir. Por algo son desconocidos. A los que son reconocidos, no me cuesta más remedio que aceptarlos y en ocasiones, hasta estudiarlos. Mas aquellos que han sobrevivido la prueba del tiempo y el escrutinio severo de otros muchos lectores, prueban que se puede ser fecundo y a la vez merecedor de ser leído.

Ocurrencias las tenemos todos y, aunque valiosas en sí mismas como producto humano, solo las que han pasado por el filtro de la reflexión intensa y extendida en el tiempo, merecen hacerse públicas. Ahogados y atosigados por la explosión de la comunicación electrónica, vivimos una nueva ola de masificación informática, siendo posiblemente la imprenta de Gutenberg la de mayor importancia que nos antecede y, al igual que en el siglo XV, ínfulas de sabio corren rampantes. Mas la sabiduría es algo difícil de obtener y, una vez más, es el paso del tiempo lo que nos da la posibilidad de acercarnos a ella. Viviendo aprendemos a vivir, pero es leyendo que aprendemos a escribir. Es por ello que cada palabra escrita, debe de estar apoyada por mil leídas.

El escritor es el creador de insospechados mundos. Complejos universos que necesitan confrontarse con los precursores de otros universos en un largo linaje que ya lleva algunos 7,000 años. Aquellos que quieren ganarse un lugar en tan profunda tradición deben de trabajar duro. Para mí un ensayo, un cuento o un poema, es una obra de arte y, como tal, cada palabra, como las pinceladas de un cuadro, debe ser pensada y vuelta a pensar en la búsqueda exhausta del verbo perfecto. Las oraciones entonces van surgiendo en lo que descubren y se ajustan, al ritmo de la pieza.

Escribir, aunque parezca tener como centro las ideas del escritor, debe centrarse en el lector. Es preciso asegurarse que la primera oración del escrito cautive su atención. Siempre agonizo en la formulación de cada párrafo sabiendo que puedo perder a mi lector en cualquier momento. Por ello tengo que mantenerlo entretenido, en suspenso, llevándolo delicadamente por un camino de golosinas mentales, el cual le sea muy difícil abandonar. Siempre tentándolo con más, como si los placeres a que lo he sometido hasta ahora, parezcan ser solo un aperitivo de lo que está por venir. Salpicaré mis relatos con citas e historias que otros antes de mí ya probaron efectivas. Más, haré conexiones imprevistas y en inesperados malabares, saltaré centurias y mostraré continuidades nunca antes pensadas. Convertiré la metáfora en mi arma predilecta y como tal, expondré la cotidianidad con súbitas complejidades.

Vea usted como nada de esto puede ser el resultado de un flujo de conciencia. No se escribe lo que se piensa y luego se pasa a la próxima oración. Se escribe lo que se piensa y luego te detienes a revisar lo escrito hasta llegar o por lo menos, acercarte lo más posible, a la perfección. No se puede publicar en improvisados bocetos. Estas rápidas notas son la semilla que el escritor usa para sentarse en ellas por largos periodos, pensarlas mientras camina, se baña, se va quedando dormido y, en cuanto despierta y mientras come, va mejorando su texto.

El escritor es el ser de la mirada distante. El que se sienta en una reunión del trabajo y no escucha nada de lo que se dijo, pues solo piensa en su oraciones y párrafos. Esos que van tomando forma, mientras los demás se ocupan de resolver problemas con moderna e ineficaz rapidez.

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