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¡Abajo el bandidaje!

El desarreglo nacional avanza en México, y no sólo porque abundan los signos de que el inquilino de Palacio no anda en sus cabales, sino porque la corrupción es uno de los principales problemas de su administración.

Sabemos que la corrupción es un problema estructural del Estado mexicano, que sólo cambia de piel, de siglas, de rostro, de colores partidistas y uñas con los cambios de sexenio.

Lo inaudito es que hoy, en tiempos de la 4T, quien iba a instalar la decencia en el poder y a imponer una moral espartana en el uso de recursos públicos, se ha vuelto prototipo de corrupción burocrática y gubernamental en México, de acuerdo con innumerables evidencias que se saben y circulan en la opinión pública (más las que se sabrán).

Ante la creciente caída de su imagen y la de su partido, por el tema de la inseguridad, el pésimo manejo de la pandemia y el desastre en la conducción de la economía, AMLO trastocó a Lozoya de integrante de lujo de la vieja mafia en el poder, en comparsa de lujo de la nueva mafia en el poder.

Ahí comenzó el fin de la ‘investidura’ presidencial para inaugurar, casi como ritual de tauromaquia, la etapa de la ‘embestidura’ presidencial.

Según el cálculo, se creyó que este delincuente confeso y sus jugos verbales serían suficiente reprimenda para tres expresidentes, un excandidato presidencial, varios exlegisladores y un número indeterminado de funcionarios de pasadas administraciones. De paso, se pensó que Lozoya -el preso domiciliario más codiciado del país- sería el espíritu tutelar y la sombra bienhechora de Morena rumbo a 2021, porque lo que toca el lodo se vuelve nutriente primario en las fauces del fango.

Mal cálculo, el de la presidencia y el de las “gayolas” aplaudidoras de oficio.

A los videos del ‘clan Lozoya’, cuya filtración les resta valor probatorio y afectan el derecho al debido proceso, les siguió una filtración de amenazas latentes y videos que muestran el rostro “chamagoso” de la 4T, que si fuesen serie de Netflix podrían titularse “Los videomugreros”.

Al margen ya del bejaranismo de ligas mayores de 2004 y de las denuncias de la exmorenista veracruzana Eva Cadena, a quien le ordenaban ser “acarreadora” de dinero para el jefe del clan, los videos que hoy se conocen son un puntapié en la barbilla siniestra del obradorismo.

Ricardo Monreal, en un audio de 2012, pide protección política del gobierno de Chiapas para tres jovencitas “recaudadoras”, que por no justificar el origen de las pacas de dinero con que fueron sorprendidas debieron ser detenidas y vinculadas a proceso, pero no ocurrió así.

Los subejercicios en dependencias gubernamentales, por una política de austeridad mal entendida y peor ejecutada, ¿a dónde van a parar?

La extorsión partidaria y política en tiempos de la 4T, es moneda corriente; lo muestran los cheques y el efectivo millonario recibidos por los hermanos de AMLO, y el video en el que Julio Scherer Ibarra pide a Julio Villarreal una fuerte cantidad en millones de pesos, para fortalecer una estructura financiera presuntamente cercana al poder presidencial.

¿Y qué decir de la partida secreta, cancelada desde el gobierno de Zedillo, que las mayorías morenistas aprobaron por 90, 000 millones para el uso discrecional del presidente de la República? No son portafolios ni maletas: son tráilers repletos de billetes, ajenos a cualquier ejercicio de fiscalización y rendición de cuentas.

Por supuesto, los millones de pesos que “escurrieron”, mensualmente, del gobierno de Veracruz, para el beneficio personal de López Obrador y su cuñada, también deben figurar en las rutas del dinero mareado e ilegal con que estos personajes se han forjado, durante años, el perfil impresentable de un retrato hablado.

¿Combate a la corrupción? ¿A la impunidad? No hay tal.

Escribió, hace días, mi amigo Arturo Damm: “Cuando la historia demuestre que la 4T fue un error (la historia siempre habla en pasado) el daño para millones ya será irreversible”.

Eduardo Galeano no fue menos lapidario: “La impunidad premia el delito, induce a su repetición y le hace propaganda: estimula al delincuente y contagia su ejemplo”.


Pisapapeles

¡Decencia, falta decencia! Es urgente un ejercicio de autocrítica, del piso social al vértice del poder político en México, para retornar la decencia al centro de nuestra vida pública y recuperar el rostro presentable que alguna vez tuvimos como país. ¡Sin decencia no hay regeneración nacional!

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