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A la velocidad del rayo

Quien hubiera pensado que en la actualidad un virus desconocido pudiera ser un arma tan poderosa, especialmente en el mundo desarrollado, como lo fue en su momento la peste negra, que azotó Europa entre 1347 y 1350 y que trastocó de una forma atroz a la estructura religiosa, social y económica del momento.

Muchas comparaciones se han hecho de aquella devastadora pandemia, que se llevó consigo una tercera parte de la población mundial y que tuvo consecuencias demoledoras en las grandes ciudades, que ya de por sí estaban sucias e infestadas por doquier. A raíz de las bajas, en las zonas urbanas se mejoró el mercado laboral y también tuvo un impacto favorable en las condiciones del campesinado en la Europa occidental en general. Al mismo tiempo, se alentó a la innovación tecnológica y se acabó en cierta manera con el poder señorial y con el fervor religioso acérrimo. Sí, pero murieron muchas personas.

Las comparaciones son odiosas y perjudiciales para la confianza. Ha transcurrido muchos siglos de aquello. Aunque es difícil pronosticar el alcance de esta pandemia del coronavirus o Covi-19, es poco probable -dados los avances médicos y tecnológicos actuales- que los efectos sean tan letales para la población mundial. No nos cabe más que esperar que la situación se normalice pronto.

Aún así, según las noticias y en medio del confinamiento obligatorio, el Covi-19 no sólo se está expandiendo a la velocidad de un rayo, en países como Italia y España, sino que ya se pronostican efectos catastróficos para la economía, una economía ya tocada desde hace años por la crisis y que venía pidiendo a voces reinventarse.

Las críticas a la globalización están en la boca de muchos, especialmente de aquellos que fantasean que vendrá un mundo mejor cuando toda esta pesadilla acabe. ¡Ojalá! Sin embargo, lo que está cada vez más claro es que no es tan fácil recuperarse de las crisis, sean cuales sean. Y aún más, cuando el cierre de los países y la reclusión en casa que, si bien sean decisiones adecuadas para impedir los contagios transfronterizos y nacionales, representan un frenazo en seco de la actividad económica, con la consiguiente caída al vacío de la productividad y la pérdida de numerosos puestos de trabajo. A corto plazo, pese a las medidas gubernamentales para los sectores más vulnerables de la población y para evitar la especulación con la compra a la baja de empresas, la demolición será muy perceptible.

A largo plazo, ya hay muchos expertos en gestión de crisis que ven la vicisitud de gran envergadura provocada por el virus como una oportunidad para el crecimiento y la igualdad sostenible . Hay quienes lo divisan desde la vertiente ecológica y abogan que se adquiera un compromiso férreo para evitar el cambio climático y es por ello que vislumbran un mundo sin tráfico aéreo ni terrestre ni producción industrial contaminante y de mucha cercanía, consumiendo productos de proximidad y viviendo con lo mínimo.

Hay otros que creen que el Covi-19 ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de los países desarrollados, como evidencian las decisiones confusas y desordenadas de los que conforman el mapa europeo de contagio. Ante tal fracaso en el ámbito de la UE, defienden una reorientación de esta entidad que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias y que parece haberse quedado sin habla. Los deberes, anotan, deben ir orientados a encarrilar el fortalecimiento y la reconstrucción de esta Europa post-Brexit, o simplemente dejarla perecer como entidad integradora.

Lo cierto es que cada vez aumentan los que aprovechan esta coyuntura económico-sanitaria para dar aún más alas a los nacionalismos y populismos, alimentados por la frustración y la angustia, que los lleva a pedir mano dura para controlar la situación, tomando como referencia el ejemplo de China. En estos tiempos difíciles, hay un lamento cada vez más extendido provocado por haber dejado en manos de las leyes del mercado el bien común como la salud, la educación, la vivienda y los suministros básicos. Hace tiempo que se está cuestionado sin éxito que el poder de las grandes corporaciones y los grandes fondos de inversión no deberían sobrepasar al poder de los ciudadanos.

El proteccionismo se propaga en el mundo occidental y también en los países en desarrollo a la velocidad del rayo. Cortar con las estrechas dependencias con los países productores asiáticos parece ser una de las opciones que proponen los gurús del gran cambio mundial. Volver a los tiempos identitarios y autárquicos, en cierta manera, forma parte de la nueva visión.

Nos quedan unos cuantos muchos días de confinamiento social obligatorio, aunque ya la ONU ha advertido que no será suficiente para detener el Covi-19. Si se dilata en el tiempo no sólo va a crear problemas económicos, sino también de índole psicológica por lo que la reclusión supone. Cuando todos los países deberían mostrar solidaridad y tomar acciones a escala internacional, se percibe un aislamiento global, una desglobalización repentina. En medio de la batalla a escala mundial para ver quien crea y comercializa antes la vacuna para combatir este virus, no nos queda más remedio que ir adaptándonos a las circunstancias, lo que no siempre es tan fácil, a causa de la celeridad en las que se producen. Rápido y bien no siempre marchan juntos.

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