Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Gustavo Gac-Artigas

A cada uno su 11 de septiembre

Y no me referiré aquí al 11 de septiembre del 2001, cuando la imagen de las torres gemelas se desvanecía frente a nuestros ojos llevadas por el terrorismo. Ese odio ciego, irracional e inexplicable que golpea la conciencia, el alma de la humanidad.

No me referiré aquí al 11 de septiembre de 1973, cuando un golpe de Estado en Chile instauró una de las dictaduras más terribles de Latinoamérica. Ese malsano intento de desviar el destino de un pueblo para imponer el modelo de otro pueblo. Golpes de Estado repetidos de acuerdo a los designios del capital, gobiernos que caían como fichas de dominó en un juego de niños llevando la muerte en sus brazos.

No me referiré aquí a las mujeres de Afganistán, que no alcanzaron un 11 de septiembre y sin embargo sus libertades se evaporaron y escondieron bajo pesadas telas que salieron de los escombros de una guerra inútil, su propio 11 de septiembre.

No me referiré aquí a las mujeres de Texas, aquellas que el 11 de septiembre mostrarán las heridas de su tragedia, leyes politicastras que les roban sus derechos a elegir su destino. Una vez más otros imponiendo a la fuerza las ideas y forzando el destino a quienes, libremente, quisieron disponer de su cuerpo y su futuro.

No me referiré aquí a los muertos ahogados en los sótanos de Nueva York, los nombres de los miserables que perdieron la vida sumergidos en los sótanos de Queens, o llevados por las aguas en Nueva Jersey no se leerán en voz alta un 11 de septiembre del 2021.

No me referiré aquí a aquellos que, al borde de la temible selva del Darién, entre Colombia y Panamá, esperan tener la fuerza y los dólares necesarios para enfrentar la muerte para escapar de la violencia y de la miseria. En alguna parte, al abrigo de las miradas, una joven será violada por los coyotes, por los narcos, por las bandas de terroristas que transforman cada paso en un 11 de septiembre.

No me referiré aquí a los 130 muertos en los ataques terroristas en París, donde en el Bataclán, una actriz de mi grupo de teatro, cayó protegiendo con su cuerpo a su nieto, un 13 de noviembre del 2015, ese 13 de noviembre, 11 de septiembre para Patricia, que 42 años antes había huido de Chile para salvar su vida sin saber que su cita con la muerte se concretaría en París.

No me referiré aquí, a las mujeres víctimas de la violencia en sus casas, aquellas que soportan los 11 de septiembre cotidianos y temen arrojarse por las ventanas de la vida.

No me referiré aquí a los, las, les discriminados en el mundo por su orientación sexual, por el color de su piel, por pensar diferente, aquellos, aquellas, aquelles, que sufren su 11 de septiembre en las miradas, en sus espaldas atravesadas por dardos emponzoñados.

No me referiré aquí a los niños que se levantarán de sus pupitres para guardar un minuto de silencio en las escuelas para rememorar otro 11 de septiembre sin que se les diga que cuando se les discrimina y se les niega el acceso a la igualdad en la educación están derribando las torres de su juventud y dejándoles caer al vacío como futuro.

No me referiré a los sin casa, a los mendigos, a esos seres a los que derribamos su dignidad cuando cruzamos la calzada para evitar su olor, su presencia, esos cotidianos 11 de septiembre de la desigualdad.

No me referiré aquí a los corazones rotos, amores que terminan ahogados en la soledad o la incomprensión, amores que naufragan al no tener un techo donde cobijarse en los onces de septiembre de la vida.

Al acercarse el 11 de septiembre pensemos que cada uno lleva su 11 de septiembre grabado en el alma, que la injusticia, la desigualdad y la soberbia son los misiles que quieren destruirnos, que somos capaces de superar nuestros onces de septiembre, o al menos morir pensando: no dejaré que mi hija, que mi hijo, que mis nietas hereden mis onces de septiembre.

Hey you,
¿nos brindas un café?