Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Montserrat Vendrell

¡¡¡Hágase Premium!!!!

Dicen que los bípedos son los únicos animales que pueden caminar hacia atrás. Ni los cangrejos lo hacen, pese a lo que dice el refrán, pues se ve que más bien andan de lado. Esta habilidad de moverse hacia atrás del hombre es una práctica venerada en China y ahora se ha puesto de moda en las cintas de los gimnasios y en los parques. Parece que es un ejercicio que permite quemar más calorías, reequilibrar el cuerpo y potenciar la memoria.

Nadie podría imaginar que ir hacia atrás reporta tantos beneficios para el cuerpo humano. Pero no todos los retrocesos son buenos ni para la salud ni para las sociedades, en especial las democráticas. Es triste y enojante ver cómo derechos y libertades democráticas que han costado generaciones para obtenerlos están al borde del desahucio. En países que han vivido dictaduras vigilantes, resulta que se vulnera sin ton ni son el derecho a la privacidad e intimidad de sus ciudadanos. El espionaje está al orden del día, con o sin el programa Pegasus. ¡¡¡¡Hágase Premium!!!

Sí, sabemos hace tiempo que hemos perdido el control de nuestra información. Pero los escándalos de espionaje nos hacen pensar y nos vuelven más vulnerables. Los interrogantes son muchos. No se sabe, si son los propios servicios secretos del país u otros organismos del Estado, si son operaciones de gobiernos extranjeros especialistas en ciberespionaje o si son las dos cosas o si son simplemente cortinas de humo. Ya nadie puede asegurar que el Joe que vive al lado le está controlando. Actualmente cualquiera que tenga unos pocos conocimientos informáticos, algo que es muy común entre los jóvenes y no tan jóvenes, pueden y saben hackear y geolocalizar cualquier móvil.

Así pues, en medio del anonimato, y sin comerlo ni beberlo, estamos supervigilados con programas ciberinformáticos y parece que lo vamos a estar por un tiempo largo, como ya predijo Orwell en su profecía autocumplida. Los gobiernos quieren saber de sus ciudadanos para evitar ataques terroristas y secesionistas, y otras tareas que comprometan la seguridad nacional. Las empresas quieren nuestros datos para identificar nuestros gustos y llevarnos, como quien no quiere la cosa, a comprar unos productos comerciales determinados y a tener opiniones específicas. Nos orientan, nos dirigen, nos derivan, nos manipulan y de paso se aniquila el derecho a decidir y a disentir. Todo un retroceso para nuestras capacidades y libertades.

Hablando del derecho a decidir, últimamente está en peligro en algunos países el derecho al aborto que tanto costó incluir en las legislaciones estatales, y que puede desafiar otras leyes como ya se está apuntando como el matrimonio gay. Nadie pone en tela de juicio que quienes, por cuestiones religiosas, morales o de otra índole, vean la práctica abortista como algo denigrante. Pero a nadie se le obliga hacer nada y sería un retroceso para las mujeres que ven conveniente por circunstancias diversas acogerse a su derecho de interrumpir el embarazo.

En medio de la actual vorágine de acontecimientos, la libertad de expresión es otro de los derechos que ha caído en desgracia, especialmente en el mundo de las redes sociales, en donde es un infortunio y una desdicha pensar de manera diferente a la tendencia generalizada. Cada vez es más difícil contradecir o expresar opiniones en una atmósfera donde prevalece la lógica emocional y en donde discrepar es aberrante y conduce a reacciones de odio e intolerancia. Ya no nos acordamos de los años incipientes de Internet en los cuales disfrutábamos de hacer comentarios y comunicarnos, y nos sentíamos agradecidos por esta nueva tecnología y compartíamos nuestras opiniones aunque fueran dispares y disonantes, desde el respeto y el hecho diferencial.

En este momento en el que la pandemia nos ha delimitado la socialización en el espacio público, deberíamos recuperar ese ambiente coloquial y de tertúlia. Y que nadie fuera echado a la hoguera por formular ideas y juicios que creen que puedan ayudar a resolver problemas y a mejorar situaciones. Los antagonismos acérrimos son pérdidas para todos y torpedean los discursos democráticos. Y eso lo deberían saber los políticos. Demasiado hincapié a veces se otorga a consideraciones emocionales en contextos precisos, mientras que en otros ámbitos, como en el caso de la educación y los trastornos de la salud, a veces, poco o nada se contabiliza el aspecto emocional.

En el ámbito de la docencia se requiere una mayor práctica del derecho a la diversidad y a la inclusividad, ya sea de géneros, de culturas, de etnias, de talentos, de aptitudes, etc . Debería prevalecer esta parte de los afectos y la pluralidad a la competitividad y la excelencia en las capacidades para avanzar hacia una educación global, que permita a los estudiantes una movilidad laboral en el futuro. Se requiere deconstruir la educación y para que se pueda aprender desde la diferencia, y no solo unos privilegiados puedan capear las mareas que están por venir. Cada vez más gente reclama replantear el derecho a la educación, que está siendo agredido, en aras del negocio y la meritocracia. Así pues, se debería facilitar la inclusión, con equipos de psicopedagogos y docentes capacitados que aborden esta predominancia de lo emocional, a la que ha llevado el mundo virtual.

Internet y sus adicciones están creado problemas graves en la salud, otro de los derechos que experimentan un retroceso, con el aumento de los trastornos mentales. Los planes de prevención podrían ayudar a frenar el incremento de suicidios, cada vez más entre la gente joven. Como dato, en España, se suicidan 11 personas al día. La sanidad privada funciona siempre que uno esté sano. Así nos lo hacen ver las mutuas de asistencia médica. La pública tiene muchas carencias, pero hace lo que puede, pese a que en muchos centros la gestión ya es privada.

Otro derecho que está siendo vulnerado es el del trabajo, con contratos basura (mal remunerados, recorte de horarios y de duración escueta) que a estas alturas deberían ser intolerables. La precariedad distorsiona y confunde en este universo que ensalza el lujo multimillonario rosaliano. La precariedad conlleva desilusión y desesperanza, en medio de la especulación de empresas pudientes y consentidas que están dirigiendo el pulso mundial y que ensalzan la superficialidad y la lujuria en la actual cultura de la instantaneidad y de la obtención de fama e influencia comercial.

No hablemos ya de los derechos de los refugiados, allí donde la guerra ha irrumpido, sin que sus habitantes tengan que decir o hacer. La guerra de Ucrania ha puesto de manifiesto que si son eslavos, rubios y con ojos azules, tienen más posibilidades de acogida. No lo tienen tan fácil los refugiados que vienen de enquistados conflictos como el Afganistán y Siria. El derecho al asilo no es igual para todo el mundo, sino que como se evidencia se tiene en cuenta el color de piel con que se mire.

En estos momentos históricos difíciles, se ha rescatado el saber filosófico para conseguir una calma y tranquilidad mental y espiritual. También se han recuperado filosofías olvidadas como el taoísmo, que aboga por el silencio para salir de la debacle. Como decía el maestro Lao Tse, el tener demasiados conocimientos impide vivir en paz.

Hey you,
¿nos brindas un café?