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María Negroni y Leopoldo Brizuela: la palabra irrefutable

Por una de esas felices casualidades o fatalidades que la vida depara, me encontré cierta madrugada de 2019 en el muro de Facebook de la escritora María Negroni, una de mis maestras de escritura en Argentina en el área de poesía, con la reproducción de un artículo del escritor Leopoldo Brizuela. Leopoldo Brizuela, recientemente fallecido por entonces, también había sido uno mis maestros de escritura mucho antes que ella en La Plata, Argentina, ciudad en la que ambos residimos. Con él había trabajado en el campo de la narrativa breve. De modo que esta confluencia fue particularmente grata y significativa, además de sentir que había una suerte de comunión entre ambos creadores por motivos que a continuación detallaré. El artículo de Leopoldo Brizuela analizaba con inteligencia y minuciosidad, eludiendo celadas, cómo había tenido primero que dar explicaciones (sin justificación alguna) cuando no defenderse de las objeciones, perplejidades y reproches encubiertos en entrevistas acerca por qué leía más mujeres que varones o, acaso, demasiadas mujeres, más de lo prudente, por lo visto.

Transcurrido el tiempo, Leopoldo Brizuela, munido ya a cierta altura de su vida de las herramientas teóricas y los recursos bibliográficos necesarios, podía perfectamente explicar lo que antes apenas solo atinaba a contestar con balbuceos. También a nombrar una experiencia atravesada por las tramas del dolor que previamente solo había logrado intuir (y naturalmente padecer). Había una ancha masa bibliográfica acerca de la construcción de la masculinidad que explica (comentaba Brizuela) cómo el varón deviene tal al separarse de la madre y ser arrojado a la comunidad de pares. También, lo que sabemos: los motes contra quienes son considerados afeminados u homosexuales, el patoterismo machista de otros (no todos por cierto) y, para evitar extenderme demasiado, lo que significaba en una cultura como la contemporánea leer mujeres. El significado social que revestía frente a ese “silencio histórico” del que suele hablarse,  este otro tráfico de voces, subterráneo y acaso clandestino. Cerraría diciendo, eso sí, que esos agravios a estas víctimas de la agresión simbólica y a veces incluso física del machismo, dejaba heridas irreparables en la constitución de su identidad como sujetos por el resto de su vidas. Configurando y condicionando la índole de sus biografías de modo definitivo.

Pese al presente histórico que vivimos, Leopoldo Brizuela, se refería a que sin embargo aún existían resabios o bien ideologías residuales de ese patriarcado encarnizado que se ponían de manifiesto tanto desde el canon (área de su competencia por supuesto) como en prácticas sociales. Esas prácticas también en algunos sujetos (aludía a cierta socialización entre escritores varones) estaban investidas del poder que detentaban al hacer irrumpir una voz atronadora sin derechos legítimos pero sí más potentes (y prepotentes) por tradición y pactos sociales, tapando la voz de las mujeres. También la de otros varones que no pensaban ni actuaban del mismo modo. A partir de este momento tenía lugar la estigmatización, la sanción, la exclusión y el castigo.

En este apretado resumen condenso varios puntos mucho más complejos de naturaleza asimismo teórica: experiencia autobiográfica de Brizuela en relación con un asunto de carácter literario/cultural, relación entre patriarcado y canon y, finalmente, los supuestos y repercusiones de leer mujeres en la actualidad en tanto que batalla por el poder de decir (en palabras de la académica estadounidense Jean Franco) que se actualizaba y resignificaba. Agregaría a todo ello, por mi cuenta, que nuevas voces comenzaban a circular por la experiencia social. Voces impulsadas por las propias mujeres como por los varones que no las consideraban productoras culturales inferiores a ellos sino como pares (pero no idénticas por supuesto). Había en muchos varones el reconocimiento de una jerarquía que, precisamente, rejerarquizaba la condición de las productoras culturales. Ni idealizándolas, como antaño, en un estereotipo, ni confinándolas solo a un campo de la producción literaria que las esencializaba. Sino como productoras culturales en sentido amplio que estaban en condiciones de escribir con total libertad. Al menos algunas de ellas estaban investidas de ese poder.

Si me sentí tan interpelado por esta publicación de María Negroni fue porque había leído varios de sus artículos críticos sobre escritoras argentinas o del mundo, sus traducciones, ediciones críticas y antologías de autoras (por ejemplo la de escritoras norteamericanas, en edición bilingüe, La pasión del exilio. Diez poetas norteamericanas contemporáneas, 2003). También el modo como en el marco de su poética contesta desde la transgresión y la insurrección a ciertos géneros literarios, altamente codificados desde esa perspectiva, como las sagas escribiendo, a su vez, sagas protagonizadas por mujeres. Agrego a ello intervenciones potentes para la revisión del canon así denominado patriarcal en Argentina y el mundo y también su trabajo en torno de una recuperación de un espacio de enunciación para la mujer que rompiera con toda clase de estereotipia y mutilación.

En los últimos días de 2017 publiqué un libro de entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas. Algunas, lamentablemente, han fallecido: Liliana Bodoc (por admiración y afinidad una pérdida irreparable para mí), Alicia Steimberg, Noemí Ulla, Gloria Pampillo. Perdura el sonido de su voz en sus voces en la escritura. Lo que no es poco. No se trataba de un libro feminista porque no tenía (en principio) afán reivindicativo cuando fue concebido ni realizado. Las preguntas no remiten a ese núcleo semántico en términos generales. Pero sí, tal como me hizo notar una de las entrevistadas, que era académica en la Universidad de La Sapienza, Roma, “visibilizaba un corpus”. El libro consiste en un abordaje de la literatura de un conjunto destacado de autoras argentinas cultoras de todos los géneros literarios bajo la forma de diálogos que traducían hipótesis de lectura a partir de todo su corpus producido hasta ese momento. Se trataba de poéticas de los siglos XX y XXI. Esto es: de entresiglos. Yo venía de un largo trabajo académico en la Universidad Nacional de La Plata en la carrera de Letras durante el que había realizado mi doctorado sobre las poéticas de dos autoras argentinas: Angélica Gorodischer y Tununa Mercado. En esa tesis, la dimensión de género había estado presente, si bien no era la única ni diría tampoco que la más destacada. Había investigado también en el contexto académico acerca de la poética y la filosofía de Simone de Beauvoir, bajo la diestra dirección de la Dra. María Luisa Femenías, egresada de la Universidad Nacional de Buenos Aires y luego doctorada en la Universidad Complutense de Madrid, autora de múltiples libros sobre teoría de género. Yo había realizado varios trabajos de crítica literaria (reseñas, artículos, notas) sobre autoras argentinas y latinoamericanas para revistas académicas de EE.UU. sobre todo (muchas sobre las autoras del libro). También lo había hecho sobre varones (en particular los ubicados por fuera del canon académico) con el mismo gusto en ambos casos y me había dedicado intensamente a la investigación en el área de literatura infantil y juvenil argentina contemporánea. Este era el panorama de mis líneas de investigación, además de la escritura creativa, que pongo a un lado para el presente caso, pero que también a su manera desestabiliza o ratifica estereotipos y representaciones sociales, no solo de género. Denota una relación con el poder, posiciona a una producción cultural respecto de discursos oficiales en sus diversas dimensiones y realiza un señalamiento en torno de su posición en el campo acerca de núcleos semánticos que estima conflictivos.

No me sentí menos varón jamás por escribir sobre mujeres o al realizar esas entrevistas que demandaban años enteros de lecturas de las obras completas de estas autoras, que fueron 32. Fui tratado con un respeto, una consideración y un entusiasmo por todas ellas, realmente encomiables. No encontré más que palabras de apoyo y agradecimiento por el proyecto. Muchas de ellas me enviaron libros inhallables, fotocopias de otros agotados. Por último, las hubo que me pasaron inéditos. La contratapa del libro fue realizada por el Dr. Saúl Sosnowski, en cuya revista Hispamérica de la University of Maryland, EE.UU., la mayoría de estas entrevistas y reseñas habían sido publicadas y más tarde compiladas. Él tuvo la deferencia de escribir la contratapa y no solo la escribió con entusiasmo sino que las leyó inéditas con interés (me decía) para darlas a conocer en su revista antes de ser compiladas. El libro, digamos, había pasado por varios filtros que a mí me dejaban tranquilo acerca de que era una trabajo realizado a conciencia. Sí hubo un par de veces el mismo reclamo de por qué todas mujeres, pero por entonces, veinte años luego de que yo iniciara los  primeros pasos de este libro, ya habían cundido las modas y los discursos en torno de la importancia de que hubiera una literatura escrita por mujeres que lo dejaba mejor parado frente a un público que estimo no asistiría a él con extrañeza ni repudiable ni objeto de más preguntas de las que él mismo contenía. Se trataba de un tema legitimado por un contexto de discursos sociales que lo afianzaban. Y afianzaban, claro está, reivindicaciones.

Las entrevistas no abordaban la vida privada de las autoras (lo que a mí me tenía muy sin cuidado) a menos que fueran ellas quienes trajeran a colación alguna circunstancia personal o  anécdota, cosa que efectivamente ocurrió. Y siempre busqué focalizar mi interés estrictamente en la relevancia y la excelencia de las poéticas de estas 30 autoras (2 de las entrevistas quedaron afuera de la publicación pero fueron editadas en revistas académicas). Haber contado, como digo, con un andamiaje teórico en relación a la categoría de género en sus distintas vertientes me permitió tener en claro que esa circunstancia sería útil para afrontar el desafío del proyecto, pero no sería la única, porque la teoría y la crítica literarias también son primordiales, como podrán imaginarse quienes lean este artículo, para un trabajo que en verdad consiste en una investigación literaria. Sabía, eso sí, que con mi libro resonarían otras voces y aparecerían en el mercado del libro nombres e imágenes de escritoras en algunos casos más difundidas que otras, pero que reunidas además de como noción de conjunot conformaban un corpus y, por lo tanto, un sistema (por cierto arbitrario). No con afán exhaustivo. Pero sí representativo. Se escucharían las voces de las autoras sobre sus propias poéticas, esto es, voces en abismo. No me atrevería a decir que me propuse cuestionar un canon. Eso sería presuntuoso y también faltaría a la verdad. Ese punto no fue lo que había motivado su iniciativa. Pero el trabajo en los hechos surtió alguna clase de efecto en tal sentido. Hubo, entonces, este tráfico de voces de los que ambos maestros me habían avisado y aleccionado. Desde mi trabajo, que había sido distinto del suyo además de mucho más humilde y talentoso que el de ellos dos, había habido sí un aporte a partir de las premisas por ambos impartidas en relación al canon. Lo cierto es que una reflexión sobre las poéticas suscitó en mí espontáneamente preguntas acerca de muchos otros temas. Quien atraviesa por los estudios de género, siquiera sobrevolándolos, deja de ser un ingenuo.

Profundamente conmovido entonces por esta publicación de María Negroni, por el artículo de Leopoldo Brizuela, por su trabajo en el campo de la difusión de la literatura escrita por mujeres, un dibujo se había armado. Y no pude sustraerme a reconstruir este hilo en el que la lectura pionera de las primeras autoras en el taller de Leopoldo Brizuela hacia los primeros años noventa en su taller de La Plata, su reciente fallecimiento, la asistencia al taller de María Negroni y el estudio de su poética, los trabajos de Negroni en torno de la escritura de mujeres o bien sobre género, mi doctorado, el libro de entrevistas a autoras argentinas (donde también figura María Negroni) sumados a otros trabajos por mí realizados antes y en la actualidad sobre esta autora, ponencias para congresos o revistas académicas sobre algunas escritoras argentinas, confluyeran en una constelación de significados secretos.

Tengo una deliciosa hija de 18 años de la que he aprendido mucho. Aprendo mucho, mejor dicho. Me admira, entre otras cosas, su sentido de la justicia, su defensa de los Derechos Humanos, su gusto por la poesía y también su poder de determinación para tomar decisiones cruciales por las suyas. Tanto respecto de su vida como cuando se trata de ayudar a otros. Espero que algo de todo eso lo haya visto puesto en práctica en casa. Pero sobre todo anhelo que desde la reverberación de la voz del sonido de muchas escritoras en las que me explica ella sí se reconoce, encuentre la propia. Una voz singular que no se deje amedrentar por ese estruendo de sonido y de furia que puede resultar tan atroz como destructivo. Y que estimo toda oportunidad es buena para revisitar con el afán de discutir.

Interrogada hoy, 4 de julio de 2020 acerca de poetas que lee, me habla de Diana Bellessi, pero también de Hugo Mujica y Hugo Padelletti, todos argentinos. Y me envía este poema de Cristina Peri Rossi, que reproduzco:

“Reminiscencia”

No podía dejar de amarla porque el olvido
no existe
y la memoria es modificación, de manera que
sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella
aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía
nostalgia de todos los lugares,
en los cuales jamás habíamos estado, y la
deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de
reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e
inolvidables
como las pocas cosas que habíamos
conocido

Incluido en el poemario Diáspora, 1976, editado en Barcelona, fue el que primero  escribió Peri Rossi en el exilio ni bien llegó a España desde Uruguay en su exilio producto del golpe de Estado de los militares en su país de origen. De modo que ese poema se cargó para mí de un voltaje altísimo. La voz de mi hija traía un poema de una poeta latinoamericana, del Río de La Plata, exiliada, mujer y que también había transgredido los roles de género. Una nueva figura se armó entonces. Y, emocionado, releí ese poema varias veces para procurar sentirlo pero también alcanzar esa zona en que lo sensible se toca con el universo inteligible de las ideas.

Este poema habla de presencias y de ausencias. De esa transformación incesante en la que nos sume la memoria cuando se activa, evidentemente, a partir de hechos que han existido pero siendo parte de lo imaginario, no como registro desde la realidad constatable. Pero al fin y al cabo, esa memoria del orden de lo imaginario “en permanente transformación” ¿no resulta tan poderosa como aquello que guarda y que efectivamente tuvo lugar? ¿tan intenso como lo vivido? ¿podemos recuperar lo inexistente? Escrito en el contexto del exilio de Peri Rossi condensa, en su título, otra clase de dispersión, también la del sentido. Acaso el propio de la memoria. Del silencio que no ha sido tiempo histórico pasado. De modo que la escritura debe reinventar las vivencias. Y se trata de un libro que no ha sido escrito en la tierra natal, sino en otra en la cual los recuerdos deben ser construidos a partir de la nada. Me parece que el poema también habla de aquello que se desea, no se posee, se añora pero aun así se sigue amando De hecho se lo está amando. Y en un acto de presencia diría que imposible, en un imposible semántico, sí conquista su cometido: una actualidad. Una pequeña voz del mundo, la de mi hija que mediante la voz potente de Peri Rossi, con un respaldo potente e incuestionable, venía a afirmarse como sujeto, en este caso femenino, que también reclamaba para sí el derecho a disponer de una voz (poder ser escrita, poder ser leída, poder ser escuchada, poder hablar sin ser acallada). Atiendo entonces a esta demanda de palabra y me hago eco de ella mediante otra clase de palabra, esta vez en tercer grado, mucho más allá de ser su padre. La mía es la voz de un intérprete, diría que casi hasta innecesario, que tan solo ata algunos cabos sueltos, porque está urdiendo una trama mediando entre la experiencia literaria, la experiencia de lectura pero también la experiencia privada y social de personas y grupos. Es una voz mediadora que también discute porque por supuesto  toma partido de modo elocuente.

Y luego de que mi hija hubo leído este artículo una vez realizado (lo que considero fue un trabajo en colaboración indudable con su padre), de que me hubiera dado la autorización previa luego de haberlo leído por entero para reproducirlo, recién a partir de ese momento sí decidí enviarlo a ser editado a esta publicación.

Todos los temas que acabo de abordar en el presente artículo, algunos de naturaleza trascendente, son cuentas pendientes que esta sociedad tiene para con muchas personas que han sufrido, sufren y seguramente sufrirán. Pero el sentido que le encuentro, ahora que lo escribo o, mejor, reescribo, a este artículo es que constituye una intervención para que precisamente no existan ni las ausencias ni los silencios cuando corresponde que sí existan la compañía y el sonido irrefutable de las palabras. De igual a igual.

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