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La poesía argentina de Adela Basch: las melodía de las palabras

La escritora argentina Adela Basch (Bs. As., 1946), ha focalizado su producción literaria en torno del campo de la literatura infantil, especialmente la dramaturgia (oficio infrecuente por cierto), pero también es narradora y poeta. Y en el área de la literatura para adultos ha escrito refinados poemarios. A ellos me abocaré en el presente artículo. La autora ha obtenido multitud de premios. Entre muchos otros: el Premio Nacional Latinoamericano La Hormguita Viajera “Maestro Latinoamericano de literatura infantil y juvenil” (2015), Premio Konex Diploma al Méridto categoría literatura infantil (2014), Primer Premio Municipal de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (2012), Premio Pregonero de Honor otorgado por la Fundación El Libro (2010). De entre sus libros traducidos podemos nombrar, entre otros, Conoce a José de San Martín, Miami, Alfaguara, EE.UU., en edición bilingüe (2012). Y Conoce a/Get to know José de San Martin. Miami, Florida, Santillana Doral (2014), Mi abuela habla español. Bogotá, Ed. Panamericana, Colección bilingüe (2007) y O planeta dos alfenjios. San Pablo, Livros do Tatu (Brasil), 1991. Su corpus comprende 123 títulos.

Considero que para el abordaje crítico y el hallazgo de algunas hipótesis de lectura respecto de una poética no se requiere leer todo su corpus. Si bien en ocasiones eso podría, desde una cierta perspectiva, constituir un aporte y ser considerado lo ideal, desde otra también es posible inferir algunas, como dije, desde algunos libros paradigmáticos, en especial si son recientes, porque también bajo ese dato la poética condensa en una producción más o menos nueva muchos años de arduo trabajo en torno de la poética y la poesía. En efecto, disponer de la lectura de todo un corpus, concedo, faculta para trazar relaciones diacrónicas, además de sincrónicas sobre esa masa textual. Pero no las pienso en todos los casos como imprescindibles. Llegado el caso, ciertos núcleos de sentido que una poética irradia pueden ser potentes, persistentes y estar presentes en uno o dos libros poniendo en evidencia su relevancia también en una dimensión representativa que perfectamente se puede proyectar al resto de sus ulteriores libros o estar también en los precedentes. De modo que para el abordaje de la poesía para adultos de Adela Basch (Bs. As., 1946), me limitaré a tomar como punto de referencia dentro de su corpus dos títulos: Rama, rama, rama negra (2017) y Que no calle la calle (2019). Ya ven, de aparición muy próxima el uno respecto del otro. Ambos reaccionan frente a dos paisajes por completo distintos y hasta, en un punto, antagónicos. Uno propio de la naturaleza silvestre, salvaje, agreste, en un estado primigenio, si bien la mano del hombre haya pasado por él. Y otro que es un producto del quehacer del ser humano: la realidad urbana propiamente dicha. El espacio por el cual deambula cotidianamente. Tanto de día como de noche. La calle no descansa como las voces que pueblan sus distintas zonas tampoco.

El primero de los libros es un homenaje, bajo distintos compases y variantes, recursos y estrategias retóricas, temas y contenidos, al río. El río, lo sabemos, tiene resonancias, reminiscencias complejas desde Heráclito, escritor y filósofo de la Antigüedad Clásica Griega, a quien se le atribuye la frase “nunca nos bañamos en las aguas del mismo río”, dando cuenta de que la temporalidad hace de nosotros sujetos distintos, fugaces a cada momento. Remite también a otras referencias más recientes, como los libros de Juan José Saer El río sin orillas o El Danubio, de Claudio Magris, que si bien no son poemarios, sí dibujan el contorno de un foco sémico en torno del cual determinados cursos de agua, emblemáticos de un país, una región o una ciudad, son trabajados desde la escritura con el objeto de dar cuenta de la experiencia de un sujeto o un colectivo pero, en particular, a partir de una experiencia estética, que asiste a su devenir. Y en tal sentido, Adela Basch mediante, como dije, distintas estrategias, construye representaciones interesantes e inteligentes, sonoras, visuales, rítmicas, metafóricas, metonímicas, sensoriales en sus distintas dimensiones, acerca del río. El río caudaloso deja de ser un tema para devenir curso mismo de escritura mediante una poética de lo asociativo merced a la cual cada imagen se va uniendo, yuxtaponiendo con la siguiente de manera espontánea, por un lado. Y, por el otro, las palabras se van imantando, como si tuvieran una energía (como de hecho sí la tienen, además de potencia) y esa energía las fuera atrayendo a las unas con las otras. Estos procedimientos vuelven su poética riquísima que, lo sabemos, traza de modo contrapuntístico un diálogo en su caso con una frondosa producción de literatura infantil y juvenil, en particular la de dramaturgia. De modo que estos libros de poesía “para adultos” son reveladores de una plasticidad para trabajos con la lengua literaria que exceden una especialidad o un campo delimitado de la producción literaria para proyectarse hacia otros corpus y otros lectorados. En efecto, Adela Basch es capaz de una producción que interpela a públicos muy diversos. Ello denota capacidad de manejo de retóricas muy dispares. Así como la de acudir a recursos, contenidos y formas tan plurales como pluralistas.

Las fotografías de Silvia Sergi que acompañan a este libro (como al siguiente en el cual también me detendré) ocupan un lugar decisivo. Porque si por un lado el libro es una narrativa de una suerte de sujeto mujer en libertad, esa libertad se conquista también desde una cierta mirada sobre las cosas. Y sobre una cierta manera de nombrarlas. Se es libre de vivir porque también se es libre de acceder al universo sensible de una determinada manera (y no de otra). Y el contrapunto: entre el lenguaje visual o el icónico y el verbal son una puerta abierta en este sentido. Así, este diálogo se torna sumamente intenso, fecundo y sugestivo porque al estilo de un libro objeto nos encontramos con una función de anclaje, como quiere Roland Barthes, que especifica a un discurso literario que de otro modo lo podría decir todo. En este caso es diferente. Existe un juego. Entre lo imaginado ilimitadamente y lo referencial plasmado en imágenes diversas pero al misma tiempo estéticas. Se trata de un trabajo sutil que la obra fotográfica realiza en torno de la función poética. La ilustración con imágenes del río (que también incluyen a personas, a animales, a objetos, a plantas) puebla la imaginación visual del lector con una mirada (precisamente) que ya no solo se lee de modo inteligible sino mediante el orden de lo perceptivo, de lo fenomenológico. Se trata de sumar otros sentidos en su doble acepción de formas de acceso perceptible al universo de lo así llamado real y de dotar a los significados de inéditas formas de significar que el sujeto puede otorgarles para la exploración. El arte de Silvia Sergi es magistral, estéticamente irreprochable, acertado, ineludiblemente ilustra creaciones, no solo por los instantes que registra sino por el modo como lo hace. Inspira encanto y una estética de la armonía (pero también con una indudable cuota de personalidad). Y también con el lugar que estratégicamente están pensadas las fotografías para ser incluidas en el libro, que no es azaroso por supuesto. En efecto, el significado de cada poema en la medida en que la ilustración correspondiente plasma una dimensión del río, se verá fuertemente afectada como clave de lectura. La fotografía pondrá el acento en torno de una cierta dimensión de la función poética de libro. Y viceversa. La poética sobre la dimensión visual. Plásticamente, a mi modo de ver, en tanto que clave visual, permite leer también el río. Leerlo según otro código pero al mismo tiempo convertirlo en ese otro código. Hacerlo devenir otro código. Me gustaría hacer hincapié en esto: hay una intensa lectura del río en clave visual que sacude al lector. Se lo ilustra desde una perspectiva que resulta evidente contempla una decisión de artista pero también de una artista que ha reflexionado acerca de significados. Del que aspira a atribuir y cómo hacerlo. Así, en este libro caudaloso de palabras, habrá momentos de mucha intensidad en los cuales las fotografías se detendrám como un arte no temporal. Será esa suerte de remanso en medio de la correntada.

Adela Basch acude en sus poemas a toda clase de recursos, como dije. Rimas, una proliferación significante que va de la mano con unos significados que, sin perder sentidos, jamás pierden el juicio (en su doble acepción jurídica y de salud mental, esto es, de cohesión y coherencia). Y acudir a la proliferación significante tiene indudablemente repercusiones en orden del significado, en el sentido y en el orden de lo referencial de carácter incuestionable. Una proliferación significante supone una multiplicación de modos de significar junto con modos de nombrar que alteran la economía habitual de la representación literaria. De nombrar de modo abundante con un lenguaje prácticamente neobarroco. Motivo el cual el lenguaje devenido lengua literaria mediante ciertas estrategias y operaciones retóricas es como si se saliera de control, como si estuviera fuera de control. Esto es muy interesante. Porque en un sentido resulta transgresor. Cuestionador. Lo que nombra entra partir de lo lúdico en una estrategia inteligente que deja todo alterado.

Todo el poemario diera la impresión de tratarse de un trabajo riquísimo, profundo, coherente y cohesivo, meditado, también meditativo, en la medida en que el mismo río lo es o induce al ser humano a serlo. Y también invita a internarse a partir de esas zonas en las que conocemos más, en otras en las que es posible aprender más, sentir más, atravesar por experiencias cada vez más intensas, experiencias mayores. Experiencias incluso trascedentes. Y hay lo que yo llamaría una mirada totalizadora porque se logra dar cuenta de una determinada construcción del río como un espacio físico, acuático, tangible, metafórico físico y metafísico a la vez, con el cual se puede llegar a fondo sin tocar fondo. Se profundiza y se sigue profundizando en él. Sin por ello perder pie o ahogarse en sus aguas sino tomando un baño. Dándose un chapuzón. Refrescándose en él. El libro está construido por poemas que cantan, como es habitual en Adela Basch. Poemas que no solo riman, sino que en ocasiones son enumeraciones de objetos, seres vivos, personas, mediante una manera de acudir a ese comportamiento sirviéndose de la expresión nominal y la enumeración nominal, caótica o no, pero siempre respetando la forma del poema. Precisamente es a este punto al que quería llegar. Adela Basch jamás se aparta un ápice de la musicalidad ni tampoco de la forma poemática. Si bien el verso es libre, lo que resulta completamente coherente con una poética de la libertad desde el orden de lo ideológico como la de Adela Basch, que es partidaria y aboga por la posibilidad de crear y creer sin prohibiciones en todas las dimensiones del sujeto, varón y mujer, no menos cierto es que bien podría haber acudido a formas más rígidas, a convenciones, a estructuras fijas, a formas poemáticas tradicionales o convencionales. No obstante, conquista su objetivo mediante esa constante presente en toda su poética. En efecto, en toda su arte poética desde el orden del pensamiento hasta el orden de lo expresivo la posibilidad de ser y manifestarse se realiza con confianza y con plenitud. Tanto en lo que somos y como en lo que aspiramos a ser. No será ella la que cierre los significados sino la que los abra. No será ella la que promueva lo unívoco, la que haga oficio de ausencia de producción creativa, sino la que mediante una apertura brutal, descomunal y una potencia sin precedentes proceda a otorgar a los significados y a los significantes una mirada multívoca. El poema en tanto que lenguaje que devendrá lengua literaria, como dije, dialoga con la Historia de esa lengua, cargada de conflictos, problemas, dramatismo y una serie de acuciantes tragedias que en América Latina en general y en Argentina en particular en todos sus confines resultan particularmente evidentes. Pero también de una lengua literaria que dialoga con ese espacio del río. Formulo esta introducción porque será decisiva para el abordaje del siguiente poemario. Y también escribir sobre un río argentino, no me digan que no es una opción ideológica. 

Así, nombrando todas aquellas notas que dan cuenta de su esencia, de sus rasgos, de su apariencia, de su vigencia como tema para un libro, Adela Basch sorprende una vez más con una voz distinita. De modo que la autora no puede permanecer indiferente por momentos a ciertas coordenadas dolorosas así como, sin embargo, predomina la dicha y la despreocupación jolgoriosa en estos poemas del río, poemas fluviales, que empapan de frescura tanto como inundan de una felicidad difícilmente descriptible.

Algo me recuerda la poética de Federico García Lorca. Y eso no creo que sea casual. También Lorca escribió para niños algunas composiciones. Y también lo hizo para adultos. La dio a la libertad rítmica, sonora, a las cadencias y el gusto por las formas populares una degustación de cada plano de la gramática, incluida su rima, en primer lugar, su melodía, que han sido algunas de sus notas primordiales y de los momentos cumbre en lengua española, en la literatura iberoamericana. De modo que en el marco de esas poéticas iberoamericanas, la de Adela Basch de modo textual e intertextual a mi juicio remite a la Lorca. Probablemente también a cierta tradición del neobarroco latinoamaericano. Señala una genealogía que al menos en lo personal se me vuelve particularmente evidente porque consiste en este juego con los sonidos y el modo en que las palabras se conjugan y entretejen. Se hacen formando madejas presentes en el universo sensible. Según el modo en que es concebida, es percibida, es disfrutada y gozada. Pero sobre todo, también en otro sentido es creada. Porque para producir ese efecto ha de ser con antelación experimentada por la autora o el autor en su interior. El gesto poética, anterior a toda poesía, también, no obstante, como bien señala Noé Jitrik, se ve afectado por los estímulos de mundo real. Que lo movilizan, lo agitan, lo agitan y ponen nervioso. El lector está atento no solo a leer sino a que del libro salgan los sonidos formulando una arquitectura fónica que ya no lo abandona a lo largo de todo el poemario. Conformando así una suerte de estructura sinfónica con movimientos y ejecutada por una voz pero también por las fotografías de Silvia Sergi que evidentemente vienen a sumar a la música un universo que, prácticamente, me atrevería a denominar pictórico.

Hay colorido también, en este libro. Pese a ser una “rama negra” hay un juego con lo cromático de naturaleza clara, evidente, distintiva, también con la luz siendo paisajes naturales, que lo vuelven particularmente rico. Y en este Rama, rama, rama negra en el cual hay canales, hay una serie de hilos de agua que se desprenden de su curso más dominante, una urdimbre de significados, también hay un curso vigoroso, que es el que dicta su escritura. En efecto, el torrente, por más que tenga pausas en las que el río se aquieta (que las tiene: sus zonas meditativas) posee sin embargo un portentoso curso que lo hace cantar y contar. Cantar el río, contar el río, me parece una buena definición del presente libro. Pero, sobre todo, en ese canto está la palabra del poema que se escribe prácticamente dictada, como si Adela Basch procediera a transcribir una música cuya sonoridad emite el río al desplazarse por su cauce, esa que escuchan los compositores cuando crean una composición. En efecto, porque esta Rama, rama, rama negra es una música, moviliza, y de modo íntimo invita a sumergirse en sus aguas llenas de frescura, pero, sobre todo, a pensar el agua como el curso del pensamiento que no deja de fluir jamás, que no deja de circular, que no deja de trazar relaciones libremente asociativas. Se trata de revitalizar lazos mediante una economía verbal que impacte en el cuerpo mediante la mirada en dos dimensiones. Cosa que efectivamente así ocurre. Un curso que como los vasos sanguíneos albergan un líquido vital. El río canta, el poema lo escucha primero, luego da cuenta de ese canto registrándolo. Hasta finalmente quedar inscripto en el papel dando forma a un poemario de una infinita riqueza. Esos poemas a uno les quedan resonando una vez leídos. Porque además de tener sentido tienen vida. Y vida en abundancia. Una vida, de la que nos empapan.

¿Y qué decir de Que no calle la calle, (2019) su poemario más reciente? Se trata de una épica de lo urbano, en abierto contraste con el libro anterior. Pese a que cada poema remite a una calle distinta de la ciudad de Buenos Aires (en un recorte que Basch elige), configura una cartografía imaginaria que traza otro mapa: el de la literatura en diálogo con la cultura ciudadana. También traza un diálogo con la canción popular porteña, porque hay toda una zona del cancionero argentino que le ha cantado a sus barrios o a sus calles. Ese “mi Buenos Aires querido” al que pareciera aludir Adela Basch con este libro efectivamente se torna materia afectiva. Porque cada calle recupera materia y experiencia. Juega con los nombres de las calles. Cada calle posee un nombre y, al estilo de los nominalistas, Adela Basch pareciera hacer propia esa divisa o ese principio según el cual “en el nombre está la cosa”. Como si cada calle de Buenos Aires trazara un mapa misterioso que la escritura descifra, por un lado, para de inmediato cifrar en otro. En lengua literaria. Y no un nombre arbitrario sino un nombre que mediante una cadencia a la que solo es posible tener acceso gracias a la sabiduría que Adela Basch conoce en tanto que estratega de la palabra. En tanto que hacedora de arquitecturas verbales complejas, pero al mismo tiempo accesibles, sin hermetismos (en este punto sí quisiera hacer hincapié). En efecto, la poética de Adela Basch jamás es simplista. Pero tampoco es pedagógica ni tampoco es fácil. Pero menos aún indescifrable. Su poética esta vez desplegada para el público adulto o juvenil incluso da cuenta de una arqueología de episodios históricos, porque cada calle se carga de un altísimo voltaje histórico, conflictivo, aflictivo incluso llegado el caso, de lo que tuvo lugar en ella. Desde el universo de la protesta, de la manifestación, de la marcha, del recital, del festejo, de la celebración, del carnaval o el duelo. Toda calle está cargada de Historia porque toda calle ha sido habitada por sujetos (varones y mujeres) de distintas edades a quienes ellas han albergado en sus distintas prácticas sociales y actividades. Tanto cotidianas como excepcionales. Estas “calles de Buenos Aires” son una tópica literaria según la cual la poética se hace cargo del universo referencial de la superficie urbana. Se trata de una superficie urbana que, sin dejar de estar cargada de Historia, también permite un cierto juego significante, un cierto afán lúdico con su propio nombre que no solo aspira a ser incluido en el poema, incrustado en él bajo la forma de un nombre que automáticamente pasa a ser un sustantivo o bien un adjetivo o bien alguna clase de figura retórica que lo alude o alude a esa calle de modo definitivo. En efecto, ese poema, por lo general desde el humor, define a una determinada acera junto con una cinta asfáltica. El mundo material deviene signo. La realidad empírica materia viva que habla, se pronuncia, se expresa, es expresiva (precisamente), se convierte en materia poética. De su rango material se introduce una mutación hacia un rango estético según el cual pasa a formar parte de otra clase de estampa, de mapa: el mapa del libro.

Este es el punto capital para mí del poemario. Se trata de una trama urbana (todo el libro es un croquis inteligente) la cual, mediante puntos cardinales que dictan una determinada orientación en el espacio y una cierta orientación en la Historia de esa ciudad, en el tiempo presente de la enunciación dan por resultado con nuevo ímpetu una producción literaria de una radical originalidad. Un presente de la enunciación inesperado. Porque toda creación lo es. Pero lo es más en este caso: toda invención construye una ciudad invisible en su mapa, como las de Italo Calvino, que son tan mágicas como lúdicas. Que no calle la calle es un libro también lúdico y también fantástico en un sentido muy distinto que el de Calvino. No se trata de ciudades, sino de una ciudad que es recorrida mediante un itinerario especial. Aquel que permite vislumbrar y atribuirle significados que reenviarán a ella con otra mirada. De modo que, desde el universo de lo referencial, hacia el orden del discurso, regresamos, nutridos del alimento inteligente de la poética, nuevamente a la realidad en un reencuentro con la espacialidad que se ajusta a rimas, nuevamente a sonidos que reverberan como puede hacerlo un torrente que choca por entre las piedras.

Leer estas calles de Adela Basch es internarse por ellas de una determinada manera (y no de otras) pero también es una forma de caminar Buenos Aires según cierto recorrido que con su propuesta de una infinita riqueza la escritora nos invita a conocer. Sin embargo, podemos desordenar ese recorrido pautado por el libro, siguiendo la pista de los poemas que más nos han cautivado o más atractivos nos han parecido.

Entre el humor, el disparate, el desparpajo, la paradoja, la poética de Adela Basch siempre desconcierta. Desconcierta al lector. Desconcierta al crítico. Ese es quizás su costado más seductor. Lo imprevisible de su diagrama, de su diseño, de su arquitectura poética.

No repetiré lo que ya dije de la relación entre fotografía y discurso verbal respeto de estas nuevas fotografías de Silvia Sergi de Buenos Aires. Sí diré que ilustran momentos, escenas, fascinantes. El espectáculo de la ciudad terrible o magnífica, según se mire, en la que Adela Basch y Silvia Sergi eligieron trabajar y evidentemente vivir momentos intensos para la concepción de este libro. Que es un libro objeto. Y es un libro que tiene toda la carga vital que se le puede solicitar a un conjunto de poemas que, pese a hablar de espacios inanimados, hablan de lugares para ser habitados. Y que seguramente son lugares amados por los más diversos motivos.

Diría, como para cerrar en dos trazos (o dos pinceladas) que la ciudad invisible de Adela Basch, su ciudad escrita es la ciudad visible gracias al arte de Silvia Sergi. Motivo por el cual ambas artistas merecen nuestro aplauso cerrado. En eso precisamente debería consistir una coautoría tan equitativa como elaborada, tan sofisticada como valiosa. Tan complementaria como capaz de potenciar el arte de cada una de ambas artistas. Y la poética de Adela Basch evidentemente elige, al menos en estos dos libros, universos tópicos a partir de los cuales, tomándolos como un letitmotiv, los va hilvanando con poemas que dicen más y menos de estos espacios. Dicen más porque aportan nuevos puntos de vistas, acercamientos, miradas, enfoques, imágenes, formas, figuras sobre ellos. Hablan menos, porque a partir de ese punto de partida en el que se abre el juego, nos sugieren que seamos nosotros, de modo activo, participante, participativo, quienes sigamos tras sus sugerentes pasos. Y, de la imaginación de un río con sus meandros a la imaginación de una ciudad con sus esquinas y bocacalles, llegamos a un muelle o a un café, esos espacios en los que tanto pensamos como recreamos. Porque Adela Basch propone precisamente ese camino: el que va de la creación a la recreación, de la canción al cancionero.

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