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Enamorado/Furioso: Autobiografía de Rojo de Anne Carson

Recordamos a la perfección la incógnita de la Esfinge y todavía más la mirada de Medusa. Pero la novela en verso Autobiografía de Rojo de Anne Carson se centra en un monstruo relegado: Gerión. Herodoto le dedica apenas unas líneas informativa, secas, en el Libro IV de la Historia:

Cuentan que Gerión moraba más allá del Ponto, en una isla que los griegos
llaman Eritrea, cerca de Gadira, sobre el Océano, más allá de las columnas
de Heracles.
(Editorial Cumbre, S.A., 1978)

Hesíodo tampoco se detiene en su Teogonía, aunque nos revela su tragedia cuando, inocente, sin pecado, se cruza en el camino de los Doce Trabajos de Heracles:

Y Crisaor engendró a Gerión el de las tres cabezas, tras de unirse a Caliroe,
hija del ilustre Océano. A Gerión lo mató el poderoso Heracles junto a sus
bueyes en Eritrea la rodeada de olas, en aquel día en que le arrebató sus
bueyes y los condujo a la divina Tirinito…
(Editorial Porrúa, 1972)

Asimismo, Dante lo coloca en su Infierno como epígono del engaño:

Y esa imagen del fraude repugnante
se vino, y se acercó su frente y seno,
más la cola guardó distante.

Era su rostro de hombre justo y bueno,
y suave en lo de afuera aparecía:
lo de bajo era sierpe con veneno
(Canto XVII, Infierno, trad. del Conde de Cheste)

Es Estesícoro quien le dedica su espacio al desafortunado gigante, como explica Carson en el inicio de Autobiografía de Rojo (Editorial Pre-Textos, 1998), además de mencionar su ceguera y qué tiene que ver eso con Helena de Troya.

El vuelo estético desde un prólogo sobre el poeta que “apareció después que Homero y antes que Gertrude Stein, un intervalo difícil para un poeta”, los fragmentos apócrifos, los tres breves apéndices, la novela inserta y una entrevista final con Estesícoro, es el de un torrente de literatura multiforme. Se mueve en la misma clave pero saltando con agilidad entre el ensayo, los versos cargados de imagen plástica y la narrativa.

Quizás la poética de Carson (que no es sencilla de puntear) se encuentre en uno de los primeros renglones: “Las palabras dan saltos. Las palabras, si las dejas, harán lo que quieren y lo que deben”. La escritura de Carson es, sobre todo, mirada y revelación, se posa sobre el mito o banalidades cotidianas y le descubre una arista, lo define por una operación de asombro.

Aquí Gerión es un adolescente y Heracles, su amante. No hay obviedad, no se reescribe el mito (cuyo final ineludible sería que Heracles asesinara a Gerión por un designio mayor) sino que se cifra. La matanza helénica cambia por el ardor de Eros, la parquedad con que Gerión se describe, como lo utilizaron como herramienta para obstaculizar los trabajos del héroe, se convierte en intimidad. Hay piedad para Gerión la víctima y piedad para Heracles, el asesino.

De esta piedad parten los mejores versos: “Gerión no quería/ convertirse en una de esas personas que sólo piensan en sus depósitos de dolor…”. La aparente simplicidad de la escritura, que dice que los fantasmas crujen como papel viejo, y lo lúdico de los anacronismos, (por ejemplo, un periodista entrevistando a Estesícoro [630 a.C.] y mencionando la Primer Guerra Mundial), esconden la complejidad del texto o, mejor dicho, manan de forma simultánea en las muchas capas geológicas que caben en el lenguaje.

Respecto a su estructura métrica Bernard Knox apunta qué es la versión de Carson del hexámetro homérico, asimismo Jordi Doce arguye que las separaciones entre versos tratan más de un control sobre el flujo del discurso. Creo que este tipo de discusiones determina el mejor acierto de Autobiografía de Rojo, que es el acierto al que debe aspirar la literatura más perdurable: ser perfectamente excéntrico.

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