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Para leer: Dos poemarios de Sonia Chocrón

Sonia Chocrón, autora de larga trayectoria reúne ahora, en un tiraje de Khalatos Ediciones, Toledana y Bruxa. El primero, previamente publicado y el segundo inédito pero igualmente unido a temas recurrentes en su poesía: la mujer enamorada y la exploración de sus raíces judías.

Tuve oportunidad de asistir a la presentación del texto en una librería madrileña el pasado mes de junio donde, para mi sorpresa, el amplio grupo de autores, críticos y lectores venezolanos, de paso o radicados en la ciudad, me llevaron a reencontrarme con conocidos, amigos y afectos cual si de la librería caraqueña El Buscón se tratara.

En tal sentido, grande es el grupo de escritores, viviendo tanto dentro como fuera de las fronteras patrias, que tienen hoy, en la editorial de David Malavé domiciliada en la capital española, casa y espacio desde donde dar a conocer su obra en medio de la diáspora colectiva. De hecho, el poema que cierra Bruxa, titulado “Despedida”, podría ser un canto y una plegaria para los tiempos tan turbios donde se ha sumergido el país: “Espérame/ en nuestra oscuridad”.

Y ello es así pues el poeta ya no teje con penumbra “la otra luz”, sobre la cual reflexionó Guillermo Sucre desde En el verano cada palabra respira en el verano durante épocas más amables para Venezuela, sino que, anclado en ella, ilumina el lugar de la espera por las condiciones dables de cambiar el signo de la tragedia nacional; tal cual la autora misma apunta en el poema que abre esta colección, perspicazmente titulado “Los malos”: “El punto de fuga postrero/ de la tragedia más/ ignota e/ innombrable”.

Entre tragedia y oscuridad oscila palpablemente la voz de Bruxa; hechicera que del amor a la pérdida, del territorio a su ausencia, de la pertenencia al extrañamiento extrae, no obstante, la fuerza para empinarse por encima de las miserias íntimas y la debacle colectiva exteriorizándolas ante quien se sitúa del otro lado del texto, aunque sin excusas ni resentimientos. Porque la poesía es también una labor conciliadora de veracidad y resistencia, donde el autor se expone y el lector se identifica en el momento supremo del poema; esa “centelleante fascinación del instante”, en palabras de Maurice Blanchot, para la cual no existen límites, pues no admite subterfugios ni enconos que la confinen y coarten.

Libre e intrépida, entonces, “la blanda judía enamorada” observa, verbaliza y revela, rebelándose contra aquello que pretende negarle el derecho a desexistir, ser otra y ella simultáneamente; doblándose y desdoblándose, a fin de no quebrarse con las tormentas ni perder su identidad ante los ataques e intolerancias de quienes, cobardemente, desacralizan lo sagrado y “se debaten entre el asco y mucho más asco” porque, infaustamente, para el horror los límites tampoco existen.

Otra maga, Rahel la Fermosa, llamada también la “judía de Toledo”, amante de Alfonso VIII de Castilla y a quien Lope de Vega comparó, aunque muy sexistamente, con Circe y Medea, vuelve a brillar igualmente en las páginas de Toledana. Escrito en épocas más felices, para la antaño Tierra de Gracia, no por ello resulta menos afilado el lenguaje a la hora de acusar y exhibir la pobreza moral de quienes destruyen y someten lo sublime, especialmente cuando es la mujer quien se niega a sucumbir ante la crueldad de lo masculino.

Contra la barbarie, la voz poética esgrime lo civilizatorio del amor, que ya Ovidio había interiorizado en su Arte de amar; y los trovadores cantaron en sus gestas y gestos, hacia las damas en quienes habían volcado su deseo, durante un tiempo cuando era ella quien decidía en vez de ser decidida por el otro. “¿Es el amor/ maná tan súbito fiero y delicioso/ que los hombres deste reino tienen miedo/ y lo desean?”, interroga el poema, validando así el sitio de la heroína en el imaginario colectivo, y evidenciando una cobardía más por parte de aquellos que solo imponiéndose por la fuerza pueden conquistar y devastar.

Sonia Chocrón, desde la cumbre de su Toledo particular, antepone nuevamente el poder del lenguaje al ilimitado horror, haciendo de la escritura escudo (e)(a)fectivo para afirmar y seducir. Esgrimirla, en tiempos sombríos es, ciertamente, una forma de subversión y sobrevivencia que, históricamente, muchos han debido enarbolar para no sucumbir del todo ante los desmanes del entorno y, en muchas ocasiones también, ante sus propios fantasmas. Ya lo dijo Octavio Paz: “la imagen, es un recurso desesperado contra el silencio que nos invade cada vez que intentamos expresar la terrible experiencia de lo que nos rodea y de nosotros mismos”.

Errando y herrando, el yo deambula y cabalga rompiendo el cerco que lo mantenía mudo y sin lengua, peculiar en quienes han sido víctima del espanto; ya sea la mujer, el indígena, el judío, el negro, el homosexual, el extranjero. A todos ellos, las páginas de Toledana rinden de soslayo homenaje; pues en las luchas de Raquel, Eva, Rut, Ester cristaliza, no solo lo femenino, sino lo segregado y humillado que fanatismos e intransigencias han querido doblegar sin lograrlo, porque siempre se alza una voz lúcida y diestra en bandear las traicioneras corrientes a fin de conducirlo hasta puerto seguro.

“Quisiera estar en el arca y flotar/ cuarenta días breves de zozobra y asombro/ Terminar las historias del mal y el mal/ para tantear tierra erguida”, anhela el yo en el poema final de esta colección imprescindible, a la cual se aúna ahora Bruxa. Dos poemarios, entonces, cual imagen y reflejo de las preocupaciones de una autora, a caballo entre lenguas, geografías y culturas; permitiéndole tal trashumancia articular el discurso de una identidad plural y abierta, indispensable hoy, cuando las amenazas hacia el libre albedrío de los pueblos se acrecientan y, como las malas yerbas, se multiplican los autócratas decididos a imponer sus oscuros designios, y arrasar con esa “tierra erguida” donde moran los sueños y germina tangible la belleza.

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