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Para leer: “El libro de la belleza” de María Elena Ramos

Estas “reflexiones sobre un valor esquivo”, publicadas en Caracas por Fundación Artesano Group-Turner en una exquisita edición, devienen una fiesta para los sentidos, además de ser una sutil interpretación del tema por parte de la autora.

María Elena Ramos asocia sus particulares meditaciones a las citas de artistas, escritores y estudiosos, creando un ingenioso collage enmarcado por las imágenes de diversas obras de arte extraídas del catálogo mundial. De este modo, tres lecturas paralelas envuelven a quien se ubica del otro lado del texto, sumergiéndole en un espacio para el deleite y, especialmente, haciéndole pensar en la idea del gusto tan en boga actualmente

De hecho, el Metropolitan Museum of Art de Nueva York abrió en mayo pasado la exposición “Camp: Notes on Fashion”, permitiéndonos recorrer un espectro amplio de posibilidades, donde los cánones de belleza con relación a la estética camp, se hallaban representados, sin jerarquización alguna, desde el clasicismo hasta la contemporaneidad, no solo en lo que a la moda concierne, sino a la fotografía, las instalaciones, la pintura, la escultura y el diseño.

La noción de belleza depende, pues, de la mirada del receptor; con lo cual lo bello, para un determinado espectador, puede ser para otro burlesco, camp, kitsch o cursi. María Elena Ramos lo sabe y es por ello que su selección es amplia y elástica, abarcando distintas estéticas y medios, a fin de generar un discurso abierto e inclusivo, donde lo fragmentario prolonga y magnifica el sentido del goce. En sus palabras: “lo fragmentario no es aquí, sin embargo, solo necesidad de adaptación a ese carácter urgente y compulsivo de nuestra época, sino también elección consciente de una estructura que aporta sus virtudes específicas: cercanía, compañía, enfrentamiento de otra temporalidad, la de una sugerida lentitud de la lectura”.

Y es de ese parsimonioso placer de donde surgen en el libro las observaciones más fértiles, mientras se recorren distintos modos de ver partiendo del arte, la arquitectura o la naturaleza misma. Con ello, lo elusivo del concepto queda indeleblemente fijado en el recorrido y la memoria, permitiéndole al lector devolverse a él y enriquecerlo con sus propias concepciones y apreciaciones, a fin de responder a la interrogante primigenia que motoriza el argumento: “¿Qué es para ti la belleza?”.

Una pregunta, tan huidiza como intrigante y para la cual, evidentemente, no existe una respuesta única, sino que su significado se expande, como las flores proustianas, en contacto con el recuerdo; pues evocar implica, igualmente, recobrar lo bello, aunque a veces la experiencia sensible haya fermentado el ideal inscrito en el objeto hecho presencia perfecta en nosotros. Al decir de Georges Bataille: “si decimos que las flores son bellas es porque parecen adecuadas a lo que debe ser, esto es, porque representan, por lo que son, el ideal humano”. Y de ahí también que, aún en lo más abyecto de dicho ideal pueda surgir, como una flor en medio del fango, la belleza, tal como sugiere implícitamente la autora al incluir el “Proyecto para Berlín II”, que Adolf Hitler le encargó al arquitecto Albert Speer, a punto de estallar la Segunda Guerra Mundial, para hacer de “Germania la capital del mundo”.

Otras representaciones, menos espinosas, aunque no por ello menos polémicas, las encontramos en “El jardín de las delicias” de El Bosco, una fotografía de Cindy Sherman o la instalación de Michelangelo Pistoletto “Venus de los trapos”, donde lo sublime y lo grotesco se yuxtaponen, desconstruyendo los patrones estéticos preestablecidos a fin de sacudir al receptor y enfrentarlo con formas más abiertas de mirar que alteran continuamente las directrices donde se ha pretendido encasillarla. Tal como apunta Antonio Muñoz Molina en el prólogo: “La belleza es un prodigio cotidiano y un lujo de primera necesidad, casi siempre un proceso de transformación y tanteo, casi nunca una obra cumplida y cerrada, porque la belleza es una parte de la vida, y lo inamovible es la pesadez y la muerte”.

Aquí, las fotografías de fenómenos naturales como “Arcoíris en el río Orinoco” de Fabián Michelangeli y “Tornado 1990. Lago Titicaca, Bolivia” de Flor Garduño, o la microfotografía del virus del ántrax de Volker Brinkmann, atestiguan el poder de lo fenomenológico para mutar y mudar, asombrando, sacudiendo o infectando pero no perdiendo por ello su poder de imantar la mirada que reconocerá lo bello, aún en la enfermedad y el peligro. Porque la idea de riesgo se halla asimismo imbricada en el término y su representación, pues el “arte ya no (solo) busca la catarsis sino que se asume a sí mismo en diálogo con el peligro”, para descolocar a quien observa, sacándolo de su zona de confort. Algo que, en vista de la destrucción de nuestras sociedades a causa de los conflictos bélicos, las intolerancias, los fanatismos, neonacionalismos y populismos, debería resonar en quienes pontifican, deciden e imponen, cómodamente instalados en esferas muy alejadas del horror por el cual transitan diariamente los menos favorecidos.

El lugar desde donde María Elena Ramos escribe, esa Venezuela hoy abierta en canal y expuesta como animal de matadero o un óleo de Francis Bacon, para nada es confortable, ni para ella ni para las voces convocadas en las páginas de este volumen. De hecho, un sustancial número de obras y textos aquí incluidos proviene, justamente, del trabajo intelectual de artistas y autores venezolanos, lo cual le otorga a El libro de la belleza un valor agregado: el proveniente de quienes siguen apostando por ella en medio del caos, la ruina y la represión de un sistema autocrático y destructor. Un sistema que acabará hundiéndose en su propio horror, en tanto la belleza continuará germinando y alimentándonos el alma y, tal cual la escritora me comentaba en un correo, seguirá sosteniéndonos; pues “abunda en el mundo, a pesar de que a veces quede opacada por las acciones humanas. El arte es, en cualquier caso, un eterno buen testigo”.

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