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País-Cuartel

En medio de una crisis que la mayoría de los venezolanos no conocíamos, buena parte del liderazgo opositor, si es que acaso merece ser llamado de ese modo, se debate entre su propia pusilanimidad y, por qué dudarlo, las agendas ocultas de uno que otro desvergonzado. O lo que ha sido una constante en este desventurado país, la convicción irrenunciable de casi todos los líderesde ser ellos, padrecitos, salvadores, mesías… o como debería llamarlos, chafarotes convencidos de que Venezuela es un cuartel y nosotros, los ciudadanos, soldados rasos obligados a acatar las órdenes de los mandamases.

No faltan voces airadas que desde todos los flancos agreden a los ciudadanos, apoyadas por intelectuales que atados a sus atavismos izquierdistas, no creen realmente que sea este, un régimen autocrático y totalitario, capitaneado por una élite que más allá de sus negocios turbios, persigue adueñarse a perpetuidad del poder, del país y de todos nosotros. Inmersos en su arrogancia o en una idiotez imperdonable, suponen que ellos sí van a lograr que una ralea sediciosa que ha conspirado por tanto tiempo para este momento, va a cederles el poder. ¡Cuánta arrogancia!

Uno lee en las redes sociales, que distinto de lo que pensaba Umberto Eco de estas y de quienes opinan en ellas, sirven para democratizar la opinión política y desmitificar falsas deidades, como connotados personajes, muchos de ellos más atentos a escribir florituras que ideas bien trazadas, agreden a los ciudadanos porque defienden su derecho irrenunciable a criticar lo que creen que está mal. Y muchas cosas andan pésimas en Venezuela.Obvian que la ciudadanía no solo vota en elecciones de vez en cuando, sino que además, decide, o cuando menos, debe decidir si creemos en la democracia.

La unidad es importantísima. Sin embargo, una unidad alrededor de tótems puede ser contraproducente, sobre todo si esos tótems están desconectados de lo que la ciudadanía espera del liderazgo opositor. Claro, formados ellos en partidos políticos verticales, creen en los caudillos y sus liderazgos mesiánicos como un dogma de fe, renunciando a su capacidad crítica y entregándose a jefes de montoneras, aunque estas hayan cesado hace más de un siglo. Sé que la unidad es vital en este momento, pero no puedo, por ello, aborregarme. No podemos aborregarnos.

Los tótems y los ídolos de barro no ayudan a la unidad.Por el contrario, más atentos a defender sus egos engrandecidos, perjudican la concreción del objetivo, del único objetivo que persigue la gente: la transición de esta dictadura a un orden democrático. Sostengo por ello, que la oposición – nosotros, los ciudadanos que nos oponemos a esta desgracia – debe depurar sus filas de monstruos egocentristas, afanados más por tener la razón que por lograr la anhelada transición. O cuando menos, amansarlos, aquietarlos.

De mi abuelo, Vaivén Pocaterra, aprendí a no renunciar a mi voz crítica. No lo voy a hacer porque estoy convencido que es ese, el mejor medio para aborregarse, para dejarse domeñar por mandamases y chafarotes. Como ciudadano y demócrata irremediable, y por qué no, también como insumiso irrenunciable, exijo al liderazgo coherencia y por encima de todo, eficiencia. Demando acciones serias, que demuestren la conexión con las apetencias ciudadanas, y que, como líderes y no meros cabecillas de partidos, ofrezcan un programa para emerger de este estercolero lo antes posible.

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