Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!
Roberto Ponce Cordero
Roberto Ponce Cordero - ViceVersa Magazine

American Girl

En un reportaje sobre la banda neoyorquina The Strokes publicado en la revista New York en 2006, el escritor norteamericano Jay McInerney, famoso miembro del así llamado brat pack literario de los años ochenta y noventa del siglo XX y autor de obras fundamentales de la literatura pop de aquella época como son Bright Lights, Big City (1984), Story of my Life (1988) y Brightness Falls (1992), cuenta que, durante un concierto en Londres, y más concretamente en el momento en el que el mencionado grupo irrumpía con los primeros acordes de su mega-hit de 2001, “Last Nite”, una chica fuertemente alcoholizada y que gritaba “like it’s 1964” se vira para decirle: “I was in New York then. You know, September 11th”. Esto lleva a McInerney a recordar que, en el otoño de 2001, el álbum debut de los Strokes, Is This It, se convirtió en el improbable soundtrack de una sociedad traumatizada y a la espera de respuestas. Efectivamente, las canciones de dicho disco, con la pegajosísima “Last Nite” a la cabeza, remiten inevitablemente a ese momento histórico concreto y lo capturan con casi la misma fidelidad que las imágenes de las amenazas de ántrax, de las familias en busca de desaparecidos o, para no ir más lejos, de las mismas Torres Gemelas cayendo en cámara lenta y al ritmo de Enya.

 

 

Como explica McInerney, es de por sí curioso, aunque también sugerente, que la música de esta banda de garaje tan epígona y tan retro, pero tan virtuosa en su capacidad de síntesis y de reciclaje productivo, haya acabado convirtiéndose en un significante de la confusión de Occidente a inicios del siglo XXI. Acaso resulte más curioso todavía, sin embargo, que “Last Nite”, uno de los cortes emblemáticos de Is This It, sea realmente una re-escritura –que raya, a decir verdad, en el plagio– de un tema de 1976 de Tom Petty and the Heartbreakers que, pese a no haber sido un éxito de ventas instantáneo cuando fue lanzado, con el paso del tiempo fue creciendo enormemente en popularidad y en representatividad. Creció tanto, de hecho, que hoy en día no resultaría aventurado decir que, si tocara elegir una sola canción ejemplar de la larga y abultada carrera del recientemente fallecido Tom Petty (tarea por lo demás ingrata y francamente imposible), casi con certeza la canción escogida sería esa que inspira “Last Nite” de The Strokes: me refiero, por supuesto, al tema “American Girl”.

En efecto, las décadas de producción musical de Tom Petty (en solitario o en compañía de sus legendarias bandas, The Heartbreakers y The Traveling Wilburys) dejaron un legado de no menos de una decena de canciones clásicas: “Refugee” (1979) es un verdadero acto de resistencia al punk y a la new wave que destila lo que en esos tiempos se llamaba, simplemente, rock; “Breakdown” (1976) tiene uno de esos coros setenteros inolvidables de cuando las canciones de rock y de pop no eran aún una secuencia ininterrumpida de hooks; “Free Fallin’” (1989) es, probablemente, la mejor canción para karaoke jamás grabada (como bien sabe Tom Cruise, quien la canta a voz en cuello en una memorable escena de Jerry Maguire [1996]). Pero “American Girl”, el tema cuyos acordes los Strokes roban descaradamente para ponerlos en otro contexto y crear un clásico por cuenta propia, es, como escribió Andrew Unterberger para la revista Billboard hace pocos días, “more than just a classic rock standard – it’s practically part of the American literary canon at this point”.

 

 

Musicalmente, “American Girl” es un prodigio de estructura compacta y de sobriedad. No hay un solo acorde que le sobre, no hay un solo sonido que no esté plenamente justificado dentro del universo interior de la canción. Si acaso, es muy corta: ¿sí o no que, al escucharla, uno se queda con ganas de que el coro se repita una vez más, o unas dos veces más, o tres, gloriosamente, al final, para alcanzar un clímax musical que no acaba de llegar y que uno se imagina, sin embargo, orgiástico, digno de ser compartido en un concierto multitudinario en un estadio? ¿Sí o no que, aunque sea con su carácter ligeramente interruptus, dan ganas de estar escuchándola en un carro, llevando el ritmo con golpes al volante? El riff de entrada, que forma la base del tema todo, es la euforia hecha acorde de guitarra. Cuando los Strokes copian, lo hacen sin duda bien.

Pero es que, además, la letra de “American Girl”, un texto en apariencia simple sobre una joven común y corriente en busca de algo que siempre la elude, es, no obstante, uno de los más incisivos poemas de la música popular del siglo XX sobre los mitos de la americanidad y la tragedia inherente al siempre querer ir más allá. “Well, she was an American girl / raised on promises”: la promesa del sueño americano, ese pacto social no escrito pero sobreentendido y fundacional en la cultura de Estados Unidos y que, en este tema, lleva a la “chica americana” del título a pensar –a ser incapaz de no pensar, de hecho– que hay algo más en la vida, en algún lugar, siempre y cuando se siga, constantemente, buscándolo… “After all it was a great big world / with lots of places to run to!” Para acabar, inevitablemente, en la desgarradora imagen de la segunda estrofa de esta –breve– canción, cuando la “American Girl” está en un balcón, mirando una autopista llena de carros como olas, ¿tal vez a punto de saltar?, y pensando en “something that’s so close / and still so far out of reach”. El deseo, entonces, como condición de existencia del sufrimiento. Vamos queriendo más y más… pero la vida no funciona realmente así, ni siquiera en los U. S. of America. Queremos, incluso, un último coro catártico, para sentirnos completos e infinitos, en una comunidad… y la vida, en forma de Tom Petty, nos lo niega. Queda la sabiduría, con todo: “Oh yeah, all right / Take it easy, baby / Make it last all night / She was an American girl”.

Vamos, que esto, dentro de su propio formato, no le pide nada a Daisy Miller.

Es significativo que quien mejor haya captado ese aspecto oscuro de la canción, esa pesadilla en la que se convierte el sueño americano en sus últimas consecuencias, haya sido un cineasta –también fallecido en fechas relativamente recientes– que dirigió la que es, todavía, la única obra del género de terror (en el sentido amplio del término) que ha ganado el Oscar a la mejor película. Efectivamente, en 1991 Jonathan Demme utilizó “American Girl” para presentarnos al personaje de Catherine Martin (Brooke Smith), a quien vemos por primera vez cantando este tema a gritos en su carro y marcando el ritmo con golpes al volante (como esta canción debe ser cantada)… sólo para ser secuestrada inmediatamente después de esto por el psicópata asesino Buffalo Bill (Ted Levine) en la brillante The Silence of the Lambs. Catherine es, como la “chica americana” titular, una mujer joven y con la vida por delante, hasta que se le cruza la vida, en forma de la demencia homicida, y le toca entrar a luchar contra la muerte. Es un momento tan sobrecogedor y tan bien filmado que constituye una de las escenas más icónicas de una película que, como The Silence of the Lambs, básicamente consiste en una secuencia ininterrumpida de escenas icónicas: la cara de Catherine en primer plano, cantando a viva voz en su auto, en lo que es una expresión visual perfecta del optimismo de la juventud y, por extensión, de una joven nación… y el corte abrupto a la visión infrarroja de Buffalo Bill, quien espía a Catherine en la oscuridad de un parqueadero, y que representa la violencia misógina, el consumismo violento… ¡El horror! ¡El horror!

 

 

Se va a extrañar el rock sabio y atemporal de Tom Petty, susceptible a tantas traducciones geniales, y a tantas adaptaciones y cambios de registro, precisamente por su atemporalidad y universalidad dentro de su indiscutible especificidad. He was an American guy!

Hey you,
¿nos brindas un café?