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El comandante y la Venezuela que no se acaba

Veinte años no son nada para la historia de un país y lo son todo para una generación. Y las consecuencias de esos años (y los que siguen) las viven —y vivirán— las generaciones siguientes. El Comandante, la ficcionada biografía de Moisés Naím sobre Hugo Chávez, ya acabó, pero Venezuela no, y quizás por eso su final dejó expectativas, historias inconclusas y esa sensación de espiral en descenso que continúa después de la muerte de Chávez.

Pero la serie hizo su trabajo: limitarse a la vida del personaje desde el dotado histrionismo de Andrés Parra quien supo encarnar los gestos, ocurrencias, comicidades y ambiciones de un militar enamorado de sí mismo y que, con su carisma, logró enamorar a un país que aun en la debacle, nunca le quitó su amor.

En el entorno del Chávez ficticio hay retazos de realidad: Carlos Uzcátegui (Diosdado Cabello) un militar desalmado que se llena la boca de revolución mientras roba a borbotones; Cristóbal Iturbe (Albi De Abreu, que él solito encarna —y muy bien— la casta de los bolichicos); las mujeres de Chávez (que fueron muchas y ninguna demasiado trascendente); una oposición ingenua, acomodaticia y torpe y tramas secundarias que avalan la polarización más enardecida que hace mucho fracturó al país.

 

Hablemos de ficción

Pero hablemos de ficción: para nadie es secreto la presencia de la inteligencia cubana en el régimen de Chávez (y de Maduro) y la injerencia norteamericana en Venezuela. El plot clichoso de una trama de espionaje cualquiera, con la diferencia de que sus protagonistas, Fidel Castro y Hugo Chávez, eran reales. Así las cosas, los guionistas resolvieron una historia de amor entre el espía cubano y la infiltrada de Miraflores entrenada por la CIA: una historia de amor con básicas dosis de suspenso e ideologías contrapuestas con un final casi shakespereano de sacrificio por la mujer amada y el primer coletazo del exilio venezolano.

El tratamiento del periodismo es crítico y sincero —alrededor de él se encarnan figuras como José Vicente Rangel; los hermanos Villegas; el cierre de RCTV; la migración de medios a plataformas digitales y ese antojo millonario que es Telesur— en una productora que desde 1992 hasta 2013, se las vio chiquitas entre amenazas, multas y demandas.

La persecución política es clave durante toda la trama —desde el niño pobre de Barinas que electo Presidente saldó viejos resentimientos— y su contraparte es reflejada en los valores cívicos y militares de un único personaje, el Coronel Brizuela, férreo opositor de las ideas y poses de Chávez desde la Academia Militar, que termina preso en 2002 y recibe la oferta de Chávez de un indulto, para que hable bien de él a un gringo cineasta —Oliver Stone, probablemente—a cambio de su libertad. A lo que Brizuela se niega y dice que él “no va a maquillar nada (…) es más, chico: prefiero quedarme aquí”.

 

Primer documento

El Comandante (creo) es la primera de muchas ficciones que se tejerán alrededor de la figura de Hugo Chávez y como primera ficción, dista de ser mala, sin llegar a la excelencia. Antes de su estreno, pensé que era demasiado pronto —hay heridas demasiado abiertas y por abrirse en Venezuela— para jugar a la ficción con un Chávez recién muerto. Hoy pienso lo contrario: El Comandante es un primer documento histórico al que vale la pena acercarse sin prejuicios personales o ideológicos para hacerle una radiografía —criolla o extranjera— a ese país, siempre a punto de tantas cosas, que nunca llegaron a ser y que el atractivo de TNT, Telemundo y quién sabe cuánto portal para ver series online, les hagan llegar a los ojos del mundo que el país que otrora recibió a españoles, italianos, alemanes y portugueses durante sus diásporas, hoy no es más que escombros de unos tercos y crueles herederos que han dejado —y siguen dejando— a Venezuela en los cimientos.

 

https://www.youtube.com/watch?v=Fff6dY4a19c

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