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Cinco minutos de teatro en el Queens College

En ocasión a atender una invitación que me hiciera Queens College a un simposium sobre teatro, me ofrecieron cinco minutos para hablar. En cinco minutos cualquiera diría que es poco lo que se puede decir, pero si es teatro, cinco minutos alcanzan para dar comienzo a una guerra, encontrar el amor para toda la vida, descubrir el secreto que acaba con la paz de una familia o escapar de la muerte sobre la escena. Es así que el teatro condensa la vida. Porque el teatro trata de lo esencial, de lo que explica lo inexplicable que vivimos todos. Y como es asunto de todos, porque todos vivimos, sentimos, sufrimos, pensamos y demás cosas humanas, lejos de lo que se puede pensar, el teatro no miente, porque nadie caería en el engaño. Está hecho de verdad, de vida puesta en escena. Cada función es única e irrepetible, como cada minuto, cada día de la vida de cada uno. Y aunque el teatro conlleva mucha repetición, el resultado es que nunca es igual pues lidia con los imprevistos que conlleva el estar vivo.

Es distinto a lo que pasa en las películas y la televisión, que reproducen lo que ya sucedió. En el teatro lo que sucede, sucede en el instante. Instante que es compartido con el público en una suerte de complicidad ceremonial. Por eso no ha habido avance tecnológico que lo reemplace, ni siquiera la comodidad que ofrece la opción de entretenimiento a la carta de Netflix, por ejemplo. La diferencia entre el cine, la TV y el teatro se parece a la que existe entre instrumentos temperados y no temperados. Un sol sostenido es siempre un sol sostenido en la tecla negra del piano. Puede ser pulsado con más o menos dulzura o ser agresivo, pero el sol sostenido no se equivoca, lo fabrica la máquina que es el piano. En cambio un sol sostenido en el violoncello hay que fabricarlo con la puntería de la memoria kinetésica tatuada en los dedos después de mucho sol sostenido. Por más que no hay sino un solo sol sostenido afinado, el asunto es que en los instrumentos no temperados es menester fabricarlo cada vez. Y cada vez, sucede el milagro único del sol sostenido en el acierto del dedo que presiona la cuerda en el lugar justo. Por eso ni que Spotify nos procure la música que queremos en el instante perfecto, ni que podamos hurtarla sin costos en la red, hemos dejado de acudir a los conciertos. Porque escuchar la música mientras sucede es una experiencia irremplazable. De forma que los músicos, aunque ya no pueden vivir de la regalía por la venta de sus discos, viven de la venta de entradas a sus conciertos.

Por otra parte, cuando compras el disco, no corres el riesgo de que la cantante incurra en el accidente de desentonar. Cuando ves una película, tampoco corres el riesgo de que el actor cometa un furcio. En cambio en una corrida de toros siempre existe la posibilidad de que el toro cornee al torero. Es el riesgo que está implícito en todo lo vital lo que procura el enganche del público. El juego con lo imprevisible, lo que otorga la textura del suspenso, que en el teatro cuenta con la maravillosa certeza de que pase lo que pase, siempre termina bien, a diferencia de la vida. Esa tranquilidad de saber que el muerto en escena al bajar el telón es un actor que se va tranquilo a su casa, proporciona un confort que alienta la catarsis. Una catarsis que proviene de la identificación humana, que revela y descubre, que sirve para aliviar los tormentos y soledades, para pensar o despertar la risa y ganarle a las injusticias y las penas… una catarsis que cura. Simplemente porque nos ayuda a entender y nos hace saber que no estamos solos.

En tanto el teatro reproduce la complejidad de la vida, cada espectador ve algo distinto aunque todos asistan a la misma función. No hay un director de cine que decida por ti el close up sobre las manos nerviosas de la actriz, o un tild up para subrayar la estatura del personaje, en el marco de las dos dimensiones de la pantalla; en el teatro el espectador escoge, prioriza, decide y así participa, con sus emociones y referencias propias, en las tres dimensiones de la vida que transcurre sobre la escena. La conexión que podemos tener con lo que sucede en una película puede ser muy fuerte y instalarse incluso en nuestra memoria, pero siempre proviene de una abstracción. En el teatro esa conexión proviene de la complicidad entre similares, un acuerdo al que se llega en cada función cuando todos los presentes asisten y concuerdan en que el rey ha muerto una mañana lluviosa en la campiña inglesa de la edad media, aunque todos saben que a pesar de la corona, se trata de un actor que vive en Brooklyn y paga la renta como mejor puede.

En tanto el teatro es interpretación y recreación de la vida, no sólo requiere de una profunda indagación de eso humano que ocurre en silencio y por dentro, sino que también, necesariamente, se nutre de la relación con el entorno, vale decir, con el barrio, el país, el mundo, el momento histórico. Digamos que es responsabilidad de los que escriben y producen teatro, poner en escena los temas que convocan al público, porque es de eso que vive, justamente. También es por eso que el teatro es una herramienta extraordinaria para la creación de vínculos comunitarios, el establecimiento de identidades culturales, y como herramienta para la educación. Porque el teatro llega directo al corazón y de allí a la razón. Cualquiera sea el tema o la materia. Partiendo de la certeza de que cuando la palabra esta acompañada del gesto, es más fácil de comprender; cuando está ligada a un sentimiento, se hace inolvidable… propone el teatro como una herramienta de gran alcance. Porque además ofrece al estudiante la posibilidad de entrar en contacto con un oficio con futuro. Aunque tradicionalmente nadie quiere que su hijo termine de teatrero y prefieren apostar por las profesiones tradicionales para sus hijos, con más posibilidades de éxito económico, tipo ingeniero, arquitecto, abogado, dentista o médico… dicen los entendidos que son muchos los oficios que desaparecerán en un futuro no muy lejano, siendo que los que prevalecerán son los del servicio de la persona a la persona. Aunque suene romántico, si pensamos en que la necesidad de realidad y de contacto es lo que se manifiesta con cada vez más urgencia a resolver para salir de la crisis de humanidad que vivimos, -entiéndase como se entienda, en términos sociales, económicos, ambientales…- podemos decir que el teatro es un oficio que tiene no sólo una responsabilidad grande en la solución a nuestros problemas, sino un lugar privilegiado en el futuro, pues es de los oficios que no van a desaparecer, por lo que tiene de insustituiblemente humano. Lo que hay que procurar es que el teatro se riegue como herramienta de expresión y catarsis de muchos y porque se estime en su justo valor. Quiero decir que los hacedores de teatro puedan legítimamente vivir de lo que hacen y no de pasear perros o servir las mesas de los restaurantes. Sería útil entonces ampliar las posibilidades de ejercicio y rentabilidad del oficio, extendiendo el territorio de acción a las universidades y escuelas, así como también a los espacios comunitarios, hogares de adultos mayores, centros de salud… lugares que ofrecen un público cautivo y sediento de entretenimiento del bueno, del que te deja algo para pensar y soñar.

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