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Pelos y señales

Convencer a mi mamá fue mucho más sencillo que convencer a nuestro peluquero y colorista de toda la vida. Tuve que asumir yo toda la responsabilidad del desastre que para ellos era inminente. Incluso me llegaron a preguntar que por qué le quería hacer eso a mi mamá, que si era que yo no la quería. Trataron de convencerla a ella de que desistiera, de rebelarse ante lo que su hija decía la iba a hacer mucho más bella y libre, a sus 73 años. Le rogaron que no se hiciera las mechas decoloradas, que según mi consejo, le iban a permitir poco a poco dejar crecer su pelo al natural, sano y blanco entre los que seguían castaños, “sal y pimienta” que llaman.

No es que Lady Gaga y Rihanna o Clara Devigny hayan reivindicado y puesto de moda el pelo gris. Pues esa moda sólo alcanza a las menores de 30 años. En este mundo de mujeres trabajadoras, finalmente autorizadas a hacer el amor con quien les provoca, que logran compartir lo doméstico con sus compañeros, mujeres que viven la ilusión de disfrutar de espacios de libertad ganados a pulso, aun prevalece la idea de que las que asumen sin vergüenza la falta de producción del pigmento natural que da color al cabello y lucen melenas blancas, es porque han asumido que no les importa mostrar que se están haciendo viejas; es decir que ya están listas para asumir que son invisibles, insignificantes, y que sus ovarios están de brazos caídos. Cuando una mujer acepta sus canas, muchos lo interpretan como rendición pública a la edad e inconsecuencia con la lucha por lograr la eterna juventud. Pues para muchos dejarse las canas significa que está dispuesta a mostrar que el inexorable declive ha comenzado, que la cuenta regresiva que terminará en incontinencia y olvidos irrevocables, ya no tiene regreso.

No pintarse el pelo blanco, es como exponerse en la más orgánica, íntima de las debilidades o deficiencias; es aceptar que cada día, cada cana, eres menos capaz, menos bonita, menos deseable… es resignarse a quedar fuera del mercado. ¿O será que te dejas las canas porque eres feminista y desprecias, al estilo antiguo, la vanidad personal?

Cuando de las canas se trata, hasta las más liberadas se resisten. Cuando las cabelleras se nos empiezan a desteñir, nos cuesta mucho liberarnos de los standards opresores de belleza. Esos que nos alejan de nuestra verdadera belleza.

Pongamos por caso a Angela Merkel, que a pesar de que no hace absolutamente ninguna otra concesión a su apariencia más allá de lo utilitario, se permite la pequeña vanidad de colorearse el pelo. Claro, el pelo es de las características físicas más fáciles de modificar. Pintarse el pelo es más barato y exige menos disciplina que comer con sensatez y/o hacer ejercicio, por no hablar de las estrategias más intrusivas, irreversibles y peligrosas, que se ejecutan en los quirófanos. En opinión de Hillary Clinton, -por seguir hablando de política-, el pelo es una de nuestras singularidades más distintiva y digna de atención. Porque aunque tú no le des importancia, definitivamente los demás sí se la dan, aun hoy más que nunca. El pelo no sólo muestra si eres capaz de llevar un régimen de belleza diaria (entiéndase lavado, secado y alisado, o nutrido y pulido, en el caso de crespos tendientes al frizz; bien cortado, con brillo, o estudiadamente despeinado…), sino que es un indicador de estatus social: es la manera de decir qué piensa cada quien sobre sí mismo y su capacidad para influir en el mundo que le rodea. De manera que lo que llevamos en la cabeza, no es cualquier cosa: y no me refiero a las ideas, sino a la apariencia del peinado, pues constituye todo un sistema que expresa contenidos políticos, sociales, éticos, morales… Todo eso lo sabe Hillary, pero a la hora del mitin, ¿qué nos está diciendo cuando tiñe sus canas de rubio?

Pelo a pelo, es definitivo lo que se dice de uno mismo. Tan es así que en el Reino Unido, por citar un ejemplo, las mujeres gastan £ 7.2 millardos al año en peluquería, según datos de la Federación Nacional de Peluquerías. Científicos se han dedicado a descubrir cuál es el gen responsable de la coloración y por defecto, decoloración del cabello. Que sea tema de peluqueros es de esperar, pero saberlo en manos de científicos, me sorprende. De todas las áreas en las que pueden ser desplegadas las habilidades científicas y dineros, cuesta encontrar razonable saberlas dedicadas a la búsqueda de una cura para las canas.

Y si a eso le ponemos género, somos las mujeres las más interesadas, las clientas de las peluquerías y masivas compradoras de tintes.

Porque un hombre canoso es atractivo, sexy y da seguridad. Los personeros del poder económico y político del mundo, esgrimen orondos sus cabelleras grises como señal del tiempo que tienen ejerciendo, ergo muestra de sabiduría, capacidad, y la confianza que podemos tenerles.

Pero la satanización del pelo blanco en las mujeres no siempre fue tal. En tiempos de Marie Antoinette, el rigor de la elegancia ordenaba la peluca empolvada para las que aun no tenían canas. Son muchos los retratos de notables del siglo XVIII, que muestran mujeres y hombres de todas las edades, de cabellos grises, según la destreza de pintores como Thomas Gainsborough en Inglaterra, Fragonard en Francia y hasta el mismísimo Goya cuando le daba por lo cortesano en España.

Eso me alienta a sospechar, a juzgar por la cantidad de mujeres que cada día más exhiben sus greñas blancas, que las canas comienzan a disfrutar de una segunda oportunidad. Sobre todo en ciudades como NYC y Londres, pues mientras más al sur, menos se exhiben. Sirva de modelo nada más y nada menos que Christine Lagarde, flamante directora del Fondo Monetario Internacional, todo un alivio luego del nefasto desempeño sexual de Strauss Kahn. Lagarde se ha vuelto epítome de mujer atractiva y potente, a pesar de que su aspecto no se ajusta ni remotamente al modelo de belleza que domina y nos oprime. Su pelo blanco es inspiración, siempre que la vemos esgrimir su comprensión de acero de las economías del mundo con una sonrisa.

Definitivamente, dejarse las canas muestra cómo vives con lo que eres. Deja en claro lo que elijes adaptar o modificar y lo que ignoras y pretendes que los demás no vean. Parece asunto de ociosas pero pintarse el pelo o no, es una decisión de envergadura que ocupa cada vez más espacios, pues se ha puesto en debate sobre la mesa. Pululan los boards en Pinterest de pelos grises, elegancia de mujeres después de los 50, son cada vez más las bellas que andan con sus canas sueltas, se escriben frecuentes artículos sobre el tema, incluso libros, “Going Gray: Cómo abrazar su yo auténtico con gracia y estilo” (Anne Kreamer), y surgen nuevos negocios: Jayne Mayled, peliblanca, abrió una compañía, White Hot Hair, al detectar por experiencia propia, que había un vacío en el mercado de productos especializados para el pelo blanco de las mujeres. «Los hombres que aceptan su pelo gris son tratados como si hubieran encontrado una cura para el cáncer, y se vuelven magníficos. Pero las mujeres que lo hacemos no recibimos la misma respuesta. Todos creen que somos valientes o locas.”

La necesidad de erradicar los signos visibles del envejecimiento es parte fundamental de la presión social a la que estamos sometidas las mujeres, entrenadas desde el hogar, y en todos los ámbitos de la vida regados de la acción de medios y anunciantes, que nos enseñan que para lucir bien, tenemos que esforzarnos más, consumir cada vez más, y transformarnos cada vez que haga falta. Hemos bien aprendido a temer envejecer. Sabemos que después de cierta edad está prohibido usar el pelo largo, estamos llamadas a bajarle el ruedo a la falda, porque de todas formas, ningún hombre se voltea al verte pasar después de los 40, y sabemos que exhibir el pelo blanco anticipa el comienzo del fin de tu carrera profesional… Cosmogonía que socava cualquier seguridad personal, justamente a la edad en que puedes empezar a cosechar lo sembrado, a disfrutar de tus logros y aciertos, estás obligada a disfrazar lo que eres, a pintarte la cabeza del color de los 20 años. Lo más dramático es que muchos de los artificios, entre ellos el uso de colorantes, que utilizamos las mujeres para distraer los signos del tiempo que ha pasado, hacen exactamente lo contrario.

Pero aunque sabemos que el carácter es lo que nos define; el humor, la inteligencia, la capacidad de afecto, las maneras… Swarzkopf y L’Oréal saben que la vanidad y la coquetería son también parte fundamental y más que eso, fundacional de lo que somos, y es así que caemos rendidas ante la oferta de las juventudes más largas que el pelo teñido ofrece.

Eso también explica que cuando mi hermanita menor me dijo que no se pintaba más el pelo, sentí vértigo, un abismo, sus años que se sumaron a los míos y confieso que traté de disuadirla. Porque no es juego: después de décadas de coloración, la decisión de dejarse las canas es definitivamente una decisión política.

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