Somos una revista independiente que sobrevive gracias a tu apoyo. ¿Quieres ser parte de este proyecto? ¡Bríndanos un café al mes!

Veezolanos, condón umbilical y joropo

Corrían los primeros años de la década de los noventa. Era Diciembre, como ahora, y entonces los canales de televisión competían por hacer la mejor propaganda de Navidad, no como ahora. Esas propagandas o saludos de Navidad hechos con un gran esfuerzo de producción, incluían a gran parte de los elencos de las telenovelas, que eran el plato fuerte de las programaciones, y uno que otro técnico, periodista o gerente. Ninguno se sabía la letra de lo que cantaban frente a cámara, pero bastaba verlos moviendo sus labios sonrientes, meneándose al compás del tema navideño, generalmente de inspiración nacional. Además mostraban las distintas regiones del país, sus paisajes o arquitectura, sus quehaceres o géneros musicales… Mi hija tenía unos cuatro años cuando en la propaganda de Navidad de RCTV aparecían unos comediantes disfrazados de andinos con poncho y cogollo rotos y cara de hambre, sobre un sinfín de páramo proyectado…

– Mami, ¿esos son veezolanos?

– Sí, mi amor, veNezolanos, como tú y como yo.

Meses más tarde, camino a la guardería, atascadas en el tráfico, detrás de una camioneta pickup que llevaba a varios obreros de la construcción llenos de barro y ostentando palas y achícoras, y demás instrumentos de tierra…

– Mami ese carro va lleno de veezolanos.

– VeNezolanos como tú y como yo, mi amor.

¿De dónde provenía esa idea de mi niña que la hacía pensar que los venezolanos eran los que parecían pobres?

Unos años más tarde, cuando al descuido me escuchó mencionar la palabra condón…

– Mami, ¿y qué es condón… condón umbilical?

De la risa pasé a asumir la definitiva responsabilidad de la charla con mi hija sobre sexualidad y protección, porque a todas luces, la puericultura del colegio estaba lejos de abordar los temas urgentes, que eran nuestros y ya no podía seguir esquivando.

Las preguntas de los hijos muchas veces te hacen aterrizar forzosamente sobre carencias o excesos que no habías tomado en cuenta, sobre inocencias y maledicencias inconscientes, sobre el secreto que siempre se supo o verdades que resultaron mentira, sobre lo rápido que crecen… en una dinámica que no se detiene con los años, ni con la adultez de los que fueron tus chiquitos.

Hace pocos días mi hija ya adulta me envió un link de un video del acto final de una escuela de joropo donde una pareja de jóvenes bailaban con hermosa destreza. De nuevo, las preguntas en su breve email me hicieron aterrizar, esta vez sobre un pasado que en mucho explica el presente del que somos víctimas y responsables todos.

– ¿Cómo se hizo tan popular el flamenco y el ballet en Caracas?…. ¡Más que el joropo!!!!! Me encantaría aprender a bailar joropo. ¿Tu sabes bailar joropo, mami?

Dos veces a la semana llevaba a mi hija a clases de flamenco, a pesar de que las daban lejísimo de la casa y siempre había cola en la autopista… otro día tenía clases de ballet, la llevaba la abuela… otro, de iniciación musical, esa de Bach, Beethoven y Mozart, y otro de literatura, del otro lado de la ciudad… Apenas se reponía de llegar del colegio, empezaba la cruzada cultural del timbo al tambo, cazando las vanguardias educativas del momento. No había tiempo para pensar, era lo que hacíamos todas las mamás. No creo que siquiera hubiera existido ninguna escuela de joropo. En todo caso, en ese afán que teníamos de hacer hijos cultísimos y universales, no creo que hubiera habido muchos alumnos interesados en bailar esa Venezuela, la de los andinitos de poncho roto de la propaganda de Navidad.

Ahora me avergüenza no haber insistido en ese país. Yo sí sé bailar joropo, aunque nadie me enseñó, en mi niñez de alguna manera eso estaba en el aire, en el acto de fin de curso, tal vez, en las ocurrencias de algún tío en la parrilla familiar… Debo decir que mi niña conoció todo el país en los viajes de vacaciones, escuchaba música venezolana con frecuencia de forma natural… aprendió a tocar algo de cuatro, tuvo alpargatas y mapires, sillitas de palo y muñecas de trapo negras y tetonas de melena rubia… pero nunca aprendió a bailar joropo. Y este año que por primera vez no viene a pasar las navidades en Caracas, presa del inevitable pudor que producen los 25.000 muertos del año pasado, se pregunta y me pregunta, por qué nunca aprendió a bailar joropo… yo me lo pregunto también.

Hey you,
¿nos brindas un café?