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84, Charing Cross Road

La experiencia de leer: 84, Charing Cross Road

El amor por los libros puede trazar historias conmovedoras que se le escapan a esa otra Historia con mayúscula que la más de la veces aplasta a los hombres que la endiosan. Entre la Inglaterra abatida por la postguerra y un Estados Unidos triunfante que reconstruye parte de Europa, se teje una amistad duradera fundada en hojas impresas.

Helene Hanff se gana la vida revisando guiones para la televisión. De tanto en tanto escribe algunos para una serie negra llamada Las aventuras de Ellery Queens, y logra ganar unos cuantos dólares. Vive en un pequeño apartamento de la calle 95 con 14 Este de Nueva York, con pocos enseres, en un edificio que pronto tendrá que abandonar porque comenzarán los trabajos de restauración. Los pocos dólares le alcanzan para cultivar el espíritu: lee. Por casualidad ve un anuncio publicado en Saturday Review of Literature de una librería londinense que se especializa en libros agotados, fuera de catálogo, y decide probar suerte con algunos títulos. El mueble de su biblioteca está hecho con cajas para naranjas.

En 84, Charing Cross Road (Anagrama, 2002, Quinteto, 2010) se reúnen dos décadas epistolares que son un homenaje a los libros, a la lectura, la amistad, la solidaridad, al placer de admirar la cultura, de dialogar con los sabios, y es un homenaje que se honra con el reconocimiento de un oficio milenario: librero. La correspondencia con Marks & Co. comienza el 05 de octubre 1949 y se prolongará por veinte años.

Helene Hanff inicia el carteo solicitando varios títulos entre los que Frank Doel, encargado de la librería, puede conseguirle Ensayos escogidos, de Hazlit en la edición Nonesuch Press, y otro de Stevenson en Virginia Puerisque, del que dirá la neoyorquina en otra carta «Casi temo tocar esas páginas de tacto tan suave que semejan de pergamino y de un fuerte color crema. Acostumbrada al blanco apagado y a las cubiertas de cartón rígido de los libros americanos, jamás supuse que un libro así pudiera proporcionar un placer tan gozoso al sentido del tacto». La sensibilidad necesaria para cultivar la lectura.

Frank Doel es el librero principal de Marks & Co., cuya experiencia es reconocida por todos aquellos relacionados con el medio editorial y académico de Londres. Puede rastrear el más retador de los pedidos, como la primera edición de La universidad ideal, de John Henry Newman. Casado con Nora, una mujer encantadora que sintió celos por la relación tan cercana (a pesar de los miles de kilómetros que separan Nueva York de Londres) entre la autodidacta de la cultura clásica y su apacible y culto marido, y terminó por apreciar y admirar a Helene. Como lo hicieron todos los empleados de la librería, agradecidos por tan especial lectora. Del libro de Newman escribió para Frank: «Un libro así, con reluciente encuadernación en piel, sus estampaciones en oro y su hermosa tipografía debería estar en la biblioteca revestida de madera de una casa solariega en la campiña inglesa, y está pidiendo ser leído junto a la chimenea por un caballero sentado en una butaca de cuero…, no en el desvencijado diván de un mezquino estudio de un edificio de ladrillo oscuro cuya fachada se cae a pedazos.» Una vida pensada desde y para los libros.

Entre pedidos de los Diarios de Sam Pepys, La ruta del peregrino, antología de Quiller-Couch, Ensayos de Leigh Hunt, el Compleat Angler de Walton, y otros tantos títulos que podrían colmar una biblioteca personal de un lector inquieto, también se tejió una relación solidaria, genuina, colmada de buen humor, fina ironía, franqueza, que se encuentra en el propio estilo de las cartas. Escribe Hanff que su país derrochaba millones reconstruyendo Japón y Alemania «mientras permite que Inglaterra pase hambre». La postguerra dejó a Europa devastada y el país de Churchill no fue excepción. Los períodos de racionamiento fueron duros: 60 gramos de carne por familia y semana, y un huevo por persona y mes. Ante aquella realidad —tan tristemente familiar—, Hanff se horroriza. Los próximos pagos por los libros solicitados los acompañará con jamones, huevos en polvo, pollo, y en ocasiones con huevos frescos. Dice mucho del sistema postal de ambos países. Pero mucho más de los lazos que unen a la lectora y a empleados de la librería.

Helene Hanff pudo disfrutar en vida del éxito que le procuraron estas cartas, que por casualidades editoriales llegaron a publicarse. Sin embargo, el éxito llegó tarde. Durante esas dos décadas no pudo viajar a la «Inglaterra literaria» que soñó visitar. Cuando lo hizo en 1971, Frank Doel, el gran librero, había fallecido y la librería Marks & Co. había cerrado sus puertas. Una placa —difícil de hallar— en honor a Hanff está cerca del lugar donde estuvo la librería. Una pequeña gran historia que se desarrolla entre cartas mientras se conformaban los años de la Guerra Fría, y a la vez, una biblioteca personal signada por la amistad incondicional. Hanff falleció en 1997, sin un centavo. Y muchos libros.

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