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2015, un año de desafíos y reformas

Decepción, frustración. Mas, también esperanza y optimismo. Es el ‘mix’ de sentimiento que nos abarcan cada vez que termina un año y comienza otro. Este 31 de diciembre no fue la excepción. Despedimos el año 2014 en un hemisferio en crisis y con la sensación amarga de decepción y frustración. Despertamos el primer día del año nuevo con la conciencia clara de que seguimos atascados en la misma crisis pero con la sensación de optimismo por los cambios que podremos operar. En fin, desaliento y desilusión por lo que los gobiernos debieron hacer y dejaron de hacer e ilusión y confianza de que no se repetirán los errores del pasado.

América Latina comienza el año inmersa en un proceso de desaceleración económica preocupante. La Cepal estima que, luego de haber cerrado el año con un crecimiento del 1,1 por ciento, pueda experimentar una recuperación tímida que le permita alcanzar cuando menos el 2,2 por ciento

El crecimiento de América Latina, como era de esperarse, ha sido heterogéneo. Decimos, se estima que América Central haya crecido  en 3,7 por ciento, al tiempo que América del Sur lo haya hecho entre el 0,7 y el 1,8 por ciento. También el desarrollo económico de las naciones latinoamericanas ha sido desigual. Algunas, como es el caso de Panamá (7,0 por ciento), Bolivia (5,5 por ciento) o Perú (5,0 por ciento) experimentaron un crecimiento económico significativo. Otras, como es el caso de México, Chile, Brasil o Argentina, moderado. Y otras aún, Venezuela es el ejemplo más elocuente y paradigmático, ninguno.

El dinamismo de la economía internacional, lo hemos señalado en ocasiones anteriores, no ayudará a nuestros países. Decimos, la evolución negativa de los precios de las materias primas – léase, tendencia a la baja -, la debilidad de la demanda mundial y la apreciación del dólar, por efecto de la recuperación de la economía norteamericana  y de las políticas monetarias de la administración del presidente Barack Obama, seguirán su curso sin alteraciones. Y, de esta manera, desaparecerán las condiciones que permitieron el crecimiento de la región. El modelo de desarrollo que tenía las materias primas como motor y el gasto como correa de distribución de las riquezas comienza a dar señales claros de agotamiento. La caída de los precios de las materias primas, a comenzar por los recursos energéticos, no pareciera responder a fenómenos coyunturales. Más bien, como señalan expertos en la materia, es el resultado de los ajustes estructurales que se están dando a nivel global.

En estos años, el gasto, aún cuando los ingresos de los países se redujeron dramáticamente, no sufrió alteraciones. Y los gobiernos, cuando las entradas comenzaron a ser insuficientes, optaron por el financiamiento externo y el endeudamiento. Las debilidades estructurales del modelo de desarrollo, sin embargo, no fueron corregidas. De hecho, pocas naciones buscaron modernizar el aparato productivo, racionalizar las inversiones, financiar proyectos realmente rentables y crear programas sociales y asistenciales sostenibles. Estos últimos merecen una mención aparte.

Nadie duda de la necesidad de amortiguadores y de programas de asistencia social en una región en la cual la pobreza alcanza aún niveles elevados. Sin embargo, en América Latina, los programas sociales, hecha la salvedad para muy pocas excepciones, se han transformado en instrumentos de corrupción y de despilfarro. Los gobiernos, lejos de cuidar de que los recursos pudiesen alcanzar realmente a la población necesitada, han empleado los programas sociales para fines políticos y de propaganda electoral. A veces, hasta de coerción y de chantaje. En fin, se desvirtuó su verdadero objetivo.

Frenar y revertir la desaceleración económica y, en algunos casos dar pasos firmes para salir de la recesión, es el reto que deberán enfrentar los países latinoamericanos. Todo indica que el año que recién comenzó será de muy bajo crecimiento, de muchas dificultades y de grandes desafíos. Nuestras naciones, de acuerdo a los expertos en la materia, deberán abandonar los modelos de desarrollo del pasado, obsoletos e ineficaces, para adaptarse a un nuevo contexto global.

Las naciones que en estos años apostaron aún cuando tímidamente en la modernización de la infraestructura y del parque industrial, en la mejora de la productividad y de la competitividad, en la calidad de las instituciones y, en particular, en la educación y en la investigación aplicada, no cabe duda de que tendrán mejores posibilidades de superar sin muchos traumas y sacrificios los retos que les depara el futuro.

Sangre, sudor y lágrimas – Winston Churchill dixit -. Nuestras naciones, en los próximos años, tendrán que aplicar ajustes forzados e indeseados en sus políticas económicas. Y poner en marcha reformas profundas orientadas a cambiar el modelo de desarrollo para adaptarse a nuevos contextos y, de esta manera, alcanzar el crecimiento sostenible necesario a reducir la pobreza, a dar respuestas a las demandas de la población y a evitar el malestar social que haría  más difícil y compleja la gobernabilidad. Afortunadamente, la región cuenta con el capital humano. Cabe sin embargo preguntarse: ¿hay la disposición y la voluntad en los gobiernos para enfrentar los cambios?

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